Este artículo se publicó hace 14 años.
A cien días, mil dudas
Garantizar la seguridad sigue siendo el principal reto de un torneo que cuesta 3.200 millones de euros. Está por ver si Suráfrica podrá cumplir sus promesas
"¿A qué selección va a apoyar en el Mundial?". La respuesta es casi unánime cuando se pregunta a un negro: Suráfrica. Varía cuando se trata de un blanco: Inglaterra, Alemania u Holanda. Veinte años después del fin del apartheid, Suráfrica sigue fracturada en un rompecabezas de piezas cada vez más minúsculas, donde las brechas racial, social y económica se solapan. A cien días de que empiece un Mundial que nació del empeño del presidente de la FIFA, Joseph Blatter, el estadio que albergará el partido inaugural y la final apura su remate, la venta de entradas renquea y el polígamo presidente del país reclama a los ciudadanos que apoyen el evento para honrar a Nelson Mandela.
La sombra de la duda ha acechado insistente la organización de un torneo de 3.200 millones de euros en un país donde la mitad de la población vive por debajo el umbral de la pobreza, la desigualdad entre ricos y pobres es cada vez más obscena, 18.000 personas son asesinadas cada año y la corrupción va estragando la credibilidad del régimen político. Muchos siguen pensando, no obstante, que los millones de aficionados del continente que parió a Eusebio o Weah, y para quienes el fútbol es una importante válvula de escape se merecían el Mundial. No lo dudó Maradona hace un mes en Johannesburgo tras cabecear el balón sobre el césped del Soccer City, el más plástico de los diez estadios cinco nuevos y cinco reformados que acogerán el Mundial.
Los negros apoyarán a su selección y los blancos, a Inglaterra, Alemania u Holanda
En forma de vasija tradicional, pintado en los colores del fuego y la tierra, el Soccer City se impone desde un cerro del barrio segregado para negros o township por antonomasia: Soweto. De censo imposible (entre 2,5 y 4 millones de habitantes), calles que se anegan con las tormentas y electricidad que viene y va como las mareas, los apasionados hinchas de Soweto disfrutarán a partir de ahora uno de los campos más grandes del mundo con sus 97.000 asientos.
A la espera de los últimos retoques, el recinto que acogerá además de la final el partido inaugural entre los anfitriones y México estará listo sólo a las puertas del Mundial. El otro remolón es el estadio Mbombela, con problemas de drenaje, inspirado en una jirafa y situado en Nelspruit, la única sede en alerta de malaria.
Los otro ocho estadios están preparados. Para festejar la cuenta atrás y, de paso, inaugurar el segundo recinto más caro, el Moses Madhiba de Durban con sus 130 millones de euros, los Bafana Bafana (muchachos) de Carlos Alberto Parreira se miden mañana a Namibia con Blatter en el palco presidencial. El mismo césped en el que debutará España contra Suiza el 16 de junio, bajo un arco elevado que permite subir en teleférico a las gradas superiores y que se inspira en la bandera surafricana. Simbología que se ha perseguido en todos los estadios construidos para el torneo, entre ellos el Green Point de Ciudad del Cabo, con vistas a la isla donde Mandela se pasó encerrado más de 27 años y que ha costado 440 millones de euros.
Veinte años después del fin del apartheid, la mitad de la población vive bajo el umbral de la pobreza
Casi la mitad de lo invertido en unos campos cuya continuidad tras el Mundial no cesan de garantizar los organizadores, lo mismo que la de los 400.000 empleos creados. La principal baza esgrimida es que el evento servirá para apuntalar el turismo. Hasta hace unos días, la FIFA hablaba de 450.000 aficionados extranjeros. Una cifra, no obstante, que se ha mostrado demasiado optimista. "Serán menos. ¿Cuántos menos? Ni idea", dijo hace apenas dos semanas Jerome Valcke, secretario general del organismo.
El fantasma de los estadios vacíos, espoleado por las gradas desiertas de la Copa de África disputada en enero en Angola, no ha dejado de asustar a los organizadores. Se han vendido 2,2 de las 2,9 millones de entradas disponibles, más de la mitad en Suráfrica y pocas en el resto de África. La FIFA, que atribuye la poca afluencia de hinchas occidentales a la crisis financiera, se ha tenido que sacar de la manga un as de última hora: incrementar del 20 al 29 %la porción de entradas más baratas, a 13 euros (seis veces más caras que un partido de la liga nacional) y sólo para surafricanos. Danny Jordaan, director ejecutivo del comité organizador, la justificó como una medida para favorecer a los más humildes, pero evitó explicar por qué no se tomó desde el principio.
Aunque no se cita oficialmente, uno de los factores más disuasivos entre los hinchas foráneos ha sido el miedo, avivado tras el atentado contra la selección de Togo en la región angoleña de Cabilda dos días antes de que arrancara la Copa de África. La FIFA se apuró a calmar los ánimos y tachó de criminalidad "de bajo nivel, no organizada" los 18.000 asesinatos y medio millón de violaciones anuales de Suráfrica. Una violencia casi congénita en ciudades como Johannes-burgo o Durban, donde aventurarse a callejear es como mínimo poco recomendable. Decenas de miles de policías específicamente entrenados y 200 agentes de la Interpol serán desplegados durante el Mundial, el primero en que cada uno de los ocho grupos de la primera ronda no quedará confinado a una sede concreta.
Con 18.000 asesinatos y medio millón de violaciones al año, las medidas serán extremas
Durante esa primera fase, los equipos tendrán que desplazarse para cada partido. Y con ellos, sus hinchas. Lo más sencillo, el avión. La red ferroviaria es parca y aunque las carreteras son pacíficas y de calidad notable, las vastas distancias disuadirán a muchos de optar por el volante. Las líneas aéreas surafricanas han prometido estar operativas las 24 horas al día, mientras las autoridades investigan la inflación artificial de los precios en los vuelos y alojamientos en una nación cada vez más cara para turistas y nacionales. En cuanto al desplazamiento dentro de las sedes, los organizadores han prometido subsanar la precaria red de transporte público, casi inexistente ahora en urbes como Johannesburgo. A cien días del pitido inicial, todavía está por ver si cumplirán sus promesas.
Además de lidiar con todas estas vicisitudes, el Mundial trata de evitar manchas futbolísticas. Hace una semana, el excéntrico parque temático de Sun City, con su singular fusión de safaris y casinos, acogió a los médicos de las selecciones clasificadas. Evitar el dopaje y la muerte súbita fueron dos de las consignas en que más insistió la FIFA. Sólo tres casos de dopaje han turbado la historia del Mundial. El último, el de Maradona en Estados Unidos 94 pero nadie quiere un cuarto. Unos 570 controles sorpresa se harán desde el 22 de marzo y el final del campeonato. Dos jugadores de cada equipo deberán someterse por partido a controles de orina y sangre.
Tampoco quiere la FIFA más casos como el del español Puerta o del camerunés Foé, que cayeron un buen día fulminados sobre el terreno de juego. La causa última de estas muertes súbitas se sigue investigando y los 736 seleccionados deberán superar exhaustivos controles médicos. Otras inquietudes sanitarias atañen no sólo a los futbolistas, sino también a los aficionados, sobre todo el sida, en un país donde más del 10 % de la población está infectada. Las autoridades aumentarán el reparto de preservativos para que la promiscuidad que suele jalonar los ambientes festivos no devenga en irreversible.
Cerca ya del pitido inicial, la organización no espanta el fantasma de las gradas vacías
Muchos retos para un solo Mundial. Y también para la selección nacional, el segundo contendiente peor situado en la clasificación de la FIFA y que peleará por no convertirse en el primer anfitrión eliminado en primera ronda. En contra, un año muy discreto en lo deportivo y algún que otro revés, como el olvido a última hora de sus propias instalaciones cuando el resto de selecciones tienen las suyas prácticamente a punto. A favor, una preparación intensiva. El fin de la liga nacional se precipitó a este mes y el técnico brasileño podrá desde ya forjar su equipo, al que se llevará de ronda preparatoria por Brasil y Alemania. Pero, sobre todo, cuando dentro de cien días los muchachos se enfrenten a México en Soweto, tendrán a su favor el tronar de las vuvuzelas y una afición entregada, aunque sea casi unicolor.
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