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Una ilusión hecha añicos

Recorrido por los sentimientos de Fernando Torres ante su frustrado retorno al Calderón

 

ANTONIO SANZ

Para empezar, les recomiendo una fantástica novela. Seguro que les aportará más que este relato. Se trata de contar por qué La elegancia del erizo transmite tanto ingenio como su autora, Barbery. Desde su lectura, considero que es posible convertir siempre en jamás. Quizá por eso me tomo con optimismo la ausencia de Fernando Torres en el Atleti-Liverpool. Pese a que la afición rojiblanca tenía preparada una fiesta para devolver mucho a quien ha dado tanto por la institución.

Porque no se engañen. Más de diez mil atléticos de toda España compraron su entrada para agradecer en mayúsculas el arrojo mostrado por un tímido muchacho que buscó reconquistar la historia en rojo y blanco. Quizá porque se marchó sin poder despedirse. Quizá porque, como nunca pensó marcharse, el sorteo de la Liga de Campeones le otorgaba la oportunidad de sacarse una espina que clava como flecha envenenada en su esbelta figura. Por todo esto, el partido era apasionante y para no perdérselo. Era un torrente de deseos y de esperanzas que hoy queda sucio por una traidora e inesperada lesión. Casi tres semanas de reflexión ante noventa minutos de desconsuelo. No importa. Un siempre en el jamás y algún día jugará la Champions en el Calderón le deseo.

Por teléfono le comuniqué el emparejamiento a Torres. Por circunstancias aéreas, no estaba con él. Margarita Garay, el pulmón de Bahía Internacional, me lo pasó. 'Cuéntame el sorteo', me pide ante la imposibilidad de seguirlo. Media hora más tarde, sale la dichosa bola. Antes, dos llamadas: 'Marsella y PSV', le apunto. '¿Y el Atleti?', me cuestiona. 'Aún nada', le apremio. Y sale el Atleti. Petón lo celebra mientras mi angustia crece por un momento. '¿Se lo has dicho ya a Fernando?', me reclama quien considera que el destino ha vuelto a tomar justo partido. 'Aún no, me estoy reponiendo', le contesto. 'No seas blando y díselo ya. A él le va a encantar', sentencia Martín Otín. No lo tengo tan claro, medito. Marco el número y suena. No contesta. Llamo al de Margarita. Lo mismo.

Petón es un martillo: '¿Lo sabe?'. 'No, aún no', grito sin escucharme. El teléfono comienza a hervir: el Txoko 'Lo sabía', exclama, Bonilla, Romero, Álvaro, el Gafas, Matallanas, Perfe, Duro, Félix Me llama hasta Paloma. Y llega su turno. El Atleti, titubeo. '¿En serio?', me suelta. 'No bromeo', le respondo, porque no me hace ninguna gracia. 'Bueno, pues os vamos a ganar', me salpica con ironía y con garbo quien ha defendido la camiseta del Atleti en casi 250 partidos, anotando casi un centenar de goles en encuentros oficiales. Me vacila quien es más atlético que el oso del madroño. Me pone a prueba quien se ha dejado su pubertad con el único objeto de coronarse con la camiseta que sudó más de doce años.

Sí, desde aquella prueba aprobada en el Parque de las Cruces a la que le llevaron José y Flori. Luego, Israel confirmó en las listas que colgaban de un viejo corcho del Vicente Calderón la nota donde tantas ilusiones quedaban chafadas. Pero se decidió a probarse fuera de su casa. Encontró acomodo en Liverpool. Asumió su leyenda, no levantó la voz, dejó 36 millones de euros en la cuenta de La Caixa que el Atleti dispone en el Calderón y, con la misma modestia que le acompaña y con escasas lecciones de inglés, cruzó en avión el Canal de La Mancha. Cerezo le despidió temprano en una jornada siniestra para la historia atlética. Otros optaron por tomarse vacaciones. Pero estaban todos los importantes en una despedida funesta, tan negra, que este fue el color que eligió para esa mañana. 16 meses después, casi vuelve al mismo lugar.

El mismo que ahora le ha invitado al palco es quien meses antes había solicitado su venta. No tan lejos queda un consejo de administración en las oficinas del estadio. El presidente afrutado toma la palabra : 'Si es verdad lo del Inter, hay que vender a Torres'. El Inter está dispuesto a pagar 38 millones. Es el verano de 2006. Nadie lo pelea porque no es la primera vez que lo argumenta. Pero el dirigente levanta la voz. 'Este niño no nos va a dar más'. El resto de asistentes mantiene un inquietante silencio. Cerezo encuentra en el vicepresidente García Abásolo un extraño aliado. Antonio Alonso, otro vicepresidente, actúa con tibieza mientras un atlético de corazón como Lázaro Albarracín alucina con el escenario. Miguel Ángel Gil destroza el castillo: 'Fernando es intocable. No hay nada que discutir. Es un gran chico, el mejor del equipo y nuestra locomotora comercial. Sigue aquí mientras él quiera'.

Antes de la lesión de Bruselas, Torres se llevó el primer pescozón en forma de sanción de UEFA. Reconocía a Casillas tan absurda como estéril y falsa la campaña del pique y celos entre ellos que no jugaría nunca en el Calderón en Liga de Campeones. La UEFA daba marcha atrás mientras el destino traicionaba su deseo con una rotura de fibras. Lo tenía todo medido: no celebraría si marcaba, la llegada silenciosa por las calles de Madrid, la entrada por la puerta cero, el abrazo a Alberto Unsaín en la puerta de la caseta local, el choque de manos con Bastón, una sonrisa pícara para el doctor Villalón, una mirada sencilla para su amigo Leo Franco, penetrar en el vestuario ajeno, pisadas por el túnel visitante, subir las escaleras por el foso enemigo y posar en el once inicial con Manu, Alberto o cualquiera de los chicos de la escuela de promesas atlética. Tal y como le sucedió a él en la noche del Atleti-Ajax cuando actuó como recogepelotas.

El Atleti ha querido que esté en el Calderón. Incluso ha trasladado su invitación a Rafa Benítez. El manager del Liverpool ha dado su beneplácito, pero Torres quiere recuperarse cuanto antes para poder estar en la vuelta en Anfield. Ya llegará el momento de recoger la insignia de oro y brillantes que le ha prometido Miguel Ángel Gil. Pasear la bandera del Atleti en la celebración de España cautivó a quienes dudaban de la fuerza de sus colores. Despejó incógnitas y asumió el papel de ser el único representante del Atleti en la Eurocopa. Bueno, también Luis Aragonés.

Hoy, sumido en la tristeza, Fernando está en manos de los fisios. Veremos si son capaces de ponerle a tono para poder presumir de red dentro de 15 días.

 

 

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