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Notre Dame del rugby

Los franceses tienen una capilla en la que pueden rezar por su selección. En 'Notre Dame del rugby' existe una vidriera alusiva al juego del balón ovalado

Miguel Alba / Madrid

Hace un par de siglos, el destino final de Michel Devert, párroco de Larriviere, una pequeña población aquitana situada a 150 kilómetros de Burdeos, habría sido la hoguera. ¿Su herejía? Equiparar los dogmas de fe al rugby. Alejado de las corrientes tradicionalistas de la curia vaticana, este párroco de 84 años ofició ayer, como cada lunes, su Pentecostés, una liturgia en la que se reza por la eterna salvación del rugby y sus valores, con un credo propio.

“Virgen María, tú que sostienes al Niño Jesús sobre tu regazo, ruega por el bendito juego de estos niños que crecen. Necesitamos que estés a nuestro lado para que logremos la victoria en el gran juego de la vida. Guíanos con tu ejemplo de coraje y espíritu de equipo en el partido ideal. Amén”, susurra Devert en dialecto gascón cada lunes desde 1960.

Vidrieras deportivas

Aquel año, Devert, ferviente seguidor del Dax (equipo de la primera división gala), decidió santificar la construcción de esta capilla de planta románica a la memoria de tres jugadores de este equipo que fallecieron en un accidente tras la disputa de un partido.

Para ello, cambió la austera decoración románica por cuatro vidrieras que entremezclan imágenes religiosas con deportivas y convirtió al altar en un santuario de camisetas, recuerdos y frases alrededor del balón oval. A partir de entonces, los 577 habitantes de Larrieviere se han situado en el Mundo gracias a la Notre Dame del rugby. “Nos han visitado la mayor parte de los equipos franceses, así como seguidores de clubes de todo el mundo, desde Argentina a Tahiti”, asegura Gaston Dubois, presidente de la agrupación Amigos de Notre-Dame-du-Rugby.

Desde que comenzó la Copa del Mundo, la capilla tiene saturada la petición de visitas, incluso de equipos participantes. “Todos confían en su juego, pero una ayuda divina nunca viene mal”, bromea Devert. Una afirmación que resulta paradójica de un miembro eclesiástico cuando algunas escuelas católicas francesas prohibieron el rugby en sus patios durante las dos primeras décadas del siglo XX al considerar el contacto físico como algo inmoral.

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