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J. P. Baraybar: "Hay cuerpos de migrantes que no aparecerán, mi trabajo es saber que murieron y decírselo a su familia"

José Pablo Baybar, antropólogo forense del  Comité Internacional de la Cruz Roja (CIRC).
José Pablo Baybar, antropólogo forense del Comité Internacional de la Cruz Roja (CIRC). Rafael Abreu / Cedida por el entrevistado

José Pablo Baraybar (Lima, 1964) es un arqueólogo peruano de larga trayectoria. Tan larga que ha destacado por su labor en el campo de la antropología forense. Ha participado en la búsqueda e identificación de víctimas de numerosos conflictos y crímenes de lesa humanidad. Formó parte de la Oficina de Personas Desaparecidas y Ciencias Forenses de las Naciones Unidas, lo que le llevó a investigar las consecuencias del lado más tenebroso de la humanidad, desde Argentina a Guatemala; Congo, Etiopía, el genocidio de Ruanda, o las limpiezas étnicas perpetradas en los Balcanes. Ha testificado como experto ante el Tribunal Penal Internacional de La Haya para la antigua Yugoslavia, la Corte Interamericana de Derechos Humanos y el Poder Judicial de Perú. Desde hace años está inmerso en la búsqueda e identificación de migrantes muertos o desaparecidos, de la mano del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), y desarrolla un proyecto piloto para poner nombre y relato a las personas que nunca pudieron llegar a las Islas Canarias.

Suele decir que los muertos también tienen sus derechos, ¿cuáles son?

No solemos echar un cadáver a la basura porque fue una persona y tiene una dignidad todavía. Lo más importante es que esa persona pueda recuperar su identidad individual. No tanto por ella, sino por quienes le sobreviven. Los derechos de los muertos o desaparecidos están relacionados con los derechos actuales de los vivos. La búsqueda no sirve solo para enterrar un cuerpo y poner flores en una tumba, es un medio para dar otro tipo de solución, dar una respuesta a las familias que los buscan. Alguien está desaparecido porque hay alguien que lo está buscando.

¿En qué cosiste el trabajo de un antropólogo forense?

En analizar restos en estado de reducción esquelética, huesos desarticulados o un esqueleto en una fosa común. Los antropólogos forenses, por formación, vienen muchas veces de la Arqueología, pueden tener experiencia en la recuperación de estos restos a través de técnicas de excavación o exhumación practicadas en otros contextos. En mi caso, yo era arqueólogo, pero hay muchos otros objetos de estudio como piedras, cerámica, huesos o textiles que aportan mucha información.

Lleva décadas investigando sobre víctimas de crímenes de guerra y vulneraciones de los derechos humanos en diversos países, pero ahora se centra en las víctimas de las rutas migratorias. La diferencia debe de ser enorme, para empezar porque muchas veces ni siquiera hay cuerpos.

Sí. Cuando trabajas sobre crímenes específicos, casi todo está cuadrado. El contexto y el lugar son lineales. En el campo migratorio, en el que llevo trabajando cinco años, ocurre lo contrario, está lleno de vacíos. Nuestro trabajo es ayudar a los sistemas medicolegales a ser más eficientes a la hora de identificar, pero me llevó mucho tiempo entender qué se quería exactamente. Al final, es la búsqueda entendida como un proceso forense.

¿Cómo resume lo que significa esta búsqueda?

Va más allá de encontrar un cuerpo y ponerle nombre. Se trata de averiguar qué ocurrió con una persona o un grupo en particular. Para ello, combinamos técnicas multidisciplinares y seguimos el método científico.

¿Y cómo se puede hacer si no hay cuerpos?

Es que la persona puede estar viva o muerta. Aquí hemos aprendido a cambiar el chip, a dejar de preguntarnos dónde está el cuerpo y dónde hay que excavar. Es todo más abstracto. Se habla de rutas, de familiares, de puntos de salida... Hubo que profundizar en cómo realizar la búsqueda con herramientas de otras disciplinas, nuevas tecnologías y manejando multitud de datos que podemos obtener.

Muchas de estas técnicas empezaron a probarse en la identificación de las víctimas del gran naufragio de Lampedusa en 2015, donde usted también trabajó. ¿Cómo se hizo?

Aún se sigue trabajando en ese proyecto piloto. Lo lógico habría sido contar los cuerpos que había cuando Italia recuperó el barco. Pero no era así. Aquí fue fundamental agregar datos de fuentes diversas que nos llevaron a ampliar el número de fallecidos en varios centenares. Gran parte de esa información fue proporcionada por una de las personas que iban a subir a ese barco, pero se quedó fuera, en la playa. Vio cuántos grupos de personas había en esa playa, cuántos subieron y cuántos se quedaron en tierra, enfadados porque no habían logrado subir a pesar de haber pagado a los traficantes. Su información fue confirmada por otras personas que, a su vez, dieron información de otras personas y que pudieron corroborar muchos testimonios y datos. Se recuperaron objetos personales en algunos cuerpos que dieron otras pistas que seguir, números de teléfono de varios países a los que llamamos y nos ayudaron a seguir ampliando la lista de personas fallecidas. Eran alrededor de mil realmente.

Seis años después ¿cuál es el balance de este trabajo?

Hay cuatro identificaciones positivas por ADN. Parecen pocas, pero se sigue avanzando, aunque muchos trámites dependen del Gobierno italiano. Pero el balance es muy positivo porque hemos conseguido hacer una lista de los que embarcaron, con nombres y apellidos, que llega casi a las 500 personas. Aunque no estén identificadas, sabemos que subieron a un barco que se hundió. Y eso se ha conseguido con una metodología nueva que se ha demostrado que funciona. Hay cuerpos que nunca aparecerán, pero sabemos que estaban ahí y que murieron. Ese es nuestro trabajo y eso es información valiosa que pronto podremos dar a sus familias.

Usted visitó aldeas africanas para entrevistar a algunos de los familiares de estas víctimas, ¿cómo se enfrentan ellos a una persona que trata de averiguar si su ser querido está muerto?

Recuerdo un caso particular en Mauritania con el hermano de uno de los desaparecidos. Fuimos a tomar muestras de ADN, datos ante mortem y otra información. Directamente me preguntó con claro tono de desconfianza: ¿Mi hermano está vivo o está muerto? Así, a la cara. Es difícil explicarles la situación. Le dije que no lo sabía, pero que sí sabía que su hermano estaba en un barco que se hundió y que se sacó de 300 metros de profundidad. Y que había muchos restos humanos en ese barco y que la razón por la que estábamos ahí era para tomar muestras para cotejar. Pero en ese momento no podía responder a su pregunta. Lo más probable era que estuviera muerto, pero se lo tenía que demostrar aún. Lo entendió y rebajó su desconfianza. Pero es normal que muchas personas no quieran pensar que su hermano está muerto sin tener la certeza absoluta.

Después de hablar con tantas familias, lo que se aprende es que hay que ser honesto y transparente, no aparentar que tú controlas la vida y la muerte de las personas. Yo solo soy un facilitador que no tiene todas las respuestas. Las familias saben, pero sin saber. No tienen respuestas fundamentadas, solo tienen un post en Facebook o un WhatsApp donde sale alguien lamentando una tragedia. Eso se llama pérdida ambigua y lo que suelen hacer es arreglárselas con esos retazos de información. Todo apunta a que ha muerto, pero no lo creen porque alguien le dijo otra cosa. A veces, por tratar de ayudar y ser lo más empático posible, se terminan diciendo cosas que no se saben del todo, que dan esperanzas cuando no debe haberlas.

¿Los países europeos tienen la obligación de identificar a los migrantes fallecidos?

Es difuso y eso ha favorecido los vacíos legales que tenemos hoy. Por ejemplo, si la gente migrara a través de un país por tierra y ocurre algo, el control de ese hecho lo tiene el país por el que se transita. El deber de investigar qué ocurrió es del Estado en el que alguien muere. Pero cuando el mar se interpone, el tema se vuelve más gaseoso. Si te ahogas y nadie te ve, no queda clara de quién es la obligación de buscarte. También depende de si las muertes ocurren en aguas nacionales o internacionales. La discusión es eterna, pero en teoría, los Estados son responsables de investigar las muertes que suceden en su territorio.

Sin embargo, España y otros países están llenos de tumbas de migrantes anónimos. ¿La implicación de los Estados es mayor cuando las víctimas se deben a catástrofes naturales o a conflictos armados que cuando se trata de migrantes?

Todos los Estados están listos para responder e investigar la mortalidad propia, pero no tanto la extranjera. En términos generales, los esfuerzos para identificar a las personas tienen componentes políticos muy importantes. El ejemplo más ilustrativo es el tsunami de Indonesia de 2004. Hubo una gran movilización de los países, europeos sobre todo, para identificar a sus nacionales. Pero quedaron unos 250.000 indonesios sin identificar. Creo que eso responde a la pregunta.

Su trabajo contribuye a buscar la verdad y a construir la memoria histórica de numerosos países. ¿Qué memoria cree que se está forjando del drama migratorio a nivel europeo?

Alguien dijo que el Mediterráneo es una gran muralla de muertos que divide África de Europa. Todo este proceso de búsqueda nos hace hablar con muchas personas y recuperar narrativas sobre los procesos, sobre trayectos y tragedias migratorias. Pero cómo se construyan esos relatos ya es otra cosa. La memoria de las migraciones la están construyendo las víctimas. Después, quienes la representan, y luego, los Estados, que tienen su interpretación propia sobre las razones por las que operan así en materia migratoria. Esta memoria está en total colisión con la de las víctimas. Personalmente, no creo que contemos con una narrativa aceptada por todos en los próximos tiempos. Seguiremos con memorias enfrentadas durante mucho tiempo.

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