Tantas ganas tenía de dejar un cargo que ha vivido como un potro de tortura, que Celestino Corbacho no dio tiempo a que sus compañeros le despidieran el pasado viernes, cuando asistió a su última reunión en el Consejo de Ministros.

Pidió permiso para irse antes de que concluyera, con el argumento de que tenía de despedirse, pero todos se quedaron con la palabra en la boca porque, cuando quisieron darse cuenta, ya estaba al otro lado de la puerta.

Ayer aún ocupó su asiento en el banco azul del Gobierno, pero paseaba por el patio del Congreso con el aspecto relajado de quien ya se ha quitado una carga.

La identidad de su sustituto fue una de las comidillas del día. Pero José Luis Rodríguez Zapatero no soltó prenda.

Después del fiasco de julio, cuando abortó una gran remodelación del Gobierno al anticipar Público sus intenciones, se ha puesto como reto evitar la filtración del nombre, que tiene previsto comunicar al rey tras la votación de los Presupuestos y antes de hacerlo público.

Lo único que se sabe es que será un hombre. Se le escapó al presidente del Gobierno el domingo, durante una conversación con periodistas en Ponferrada, al comentar: 'Él ya lo intuye'.

El nuevo ministro de Trabajo será el tercero que nombra Zapatero, tras Jesús Caldera y Celestino Corbacho. Su cometido inmediato será la reforma del sistema público de desempleo, aunque también tendrá el reto de recuperar el diálogo con los sindicatos, roto con la huelga general del 29 de septiembre, y afrontar la reforma del sistema de pensiones.