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Contra la ceniza, la huelga y el jefe

El cierre de El Prat colapsó las estaciones de tren y autocar de Barcelona, donde se vivían escenas de desesperación

ALBERT MARTÍN VIDAL

Sigrún lleva aferrada al teléfono móvil desde el viernes y no lo suelta buscando en él una solución que, de momento, no llega. Es noruega y trabaja en los ferrocarriles de su país. El sábado se incorporaba al turno tras pasar cinco días de vacaciones en Barcelona. Un día antes su jefe la llamó para advertirle de que sería un fin de semana de mucho trabajo. Por supuesto, no apareció por allí. 'No pudimos salir. Ni el viernes, ni el sábado, ni hoy', explicaba ayer mientras seguía con mirada asustada las evoluciones de la monumental cola de la estación de autocares de Sants.

A su alrededor, centenares de viajeros parecen revivir la caída de Saigón en esta Barcelona. Es mediodía y nadie sabe nada, no hay billetes para ningún lado y la gente hace colas con poca esperanza. Eso sí, todo el mundo habla por teléfono para explicar que no, que no hay manera y que a lo mejor no podrán trabajar hoy.

'Seguro que la policía será comprensiva', dice un autoestopista

Sigrún parece sentirse culpable. Es mediodía y dice que se ha tomado tres cafés. Todas sus opciones, sin embargo, han fracasado: El Prat está cerrado y la salida en tren resulta imposible porque hay huelga ferroviaria en Francia. 'No es mi día de suerte. Barcelona es mala', dice con una sonrisa torcida. Su último plan parece infalible, pero es 'caro y largo'. Sus acompañantes quieren contratar un minibús hasta Alemania junto con unos viajeros de este país. Si todo va bien, mañana por la tarde podría estar en Noruega, aunque Sigrún ha perdido todo optimismo. Además, sabe que en cualquier momento su jefe volverá a llamarla. 'No puedo más', ríe, nerviosa.

Con mejor humor se toma su odisea Andrew, un americano que trabaja de profesor en Marsella. No habla una palabra de español y pregunta como puede cuánta tradición de autoestop hay en Barcelona. 'Seguro que con esto del volcán la policía será más comprensiva', dice, al saber que no es una práctica legal.

Juan, un veterano chófer de la ruta Barcelona-Marsella, explica que 'nunca ha habido tanta gente aquí'. Su compañía, como ocurrió en muchas localidades españolas, aprovechó la circunstancia para doblar y hasta triplicar plazas.

Un grupo de 45 alumnos pasó la tarde jugando en el aeropuerto

La estación de Sants, justo al lado, se ha convertido en un hormiguero desde la mañana. 'Esto está colapsado, tenemos aquí todo el aeropuerto. Nunca había visto una cosa así', dice una vendedora de billetes de Renfe. 'La gente llega, te cuenta su historia, hacemos de psicólogos', añade.

Falta hace. Entre la muchedumbre que va y viene y pregunta y espera dos jóvenes polacos con cara de sueño, Marius y Kuhasz, esperan en una cola. 'Es imposible salir de aquí', dice el primero. 'Ya estamos un poco hartos de este sitio', añade el segundo. Querían irse el viernes, si la opción del tren les falla, recurrirán al autostop. 'Pero serían dos días de viaje hasta Katowice', admiten. ¿Es mala Barcelona? 'No', responden. 'Es malo ese maldito volcán'.

Cerca de ellos espera Manuela, que no sabe si podrá volver a Madrid tras pasar un fin de semana de vacaciones. Es víctima de los rumores: 'He venido desde el aeropuerto porque dicen que no se reabrirá hasta la noche -poco después se conoce la reapertura de los aeródromos- y dicen que a lo mejor habrá más trenes. Pero nada es seguro, la web y la atención telefónica están colapsadas'.

Quienes tienen suerte y pagan billetes se llevan auténticos sustos, como una ATS que pagó 475 euros para ir en AVE hasta Málaga en preferente.

El aeropuerto de Barcelona era, sorprendentemente, un remanso de paz. Los viajeros se resignaban tumbados sobre los carritos y equipajes y esperaban, con una resignación idéntica a la que se daba en los aeropuertos de las Balears y del norte de España.

Tras la reapertura del espacio aéreo, los viajeros esperaban que sus vuelos fueran los agraciados. Al cierre de esta edición no habían tenido suerte 45 alumnos de sexto de Primaria de un colegio de Lanzarote. Pasaron sus primeras horas de espera entregados a los juegos de cartas bajo la supervisión de cuatro profesoras, que no paraban de hablar con los padres. Pasadas unas horas, la baraja era insuficiente. Los niños se pusieron a jugar a fútbol. Sus maestras, claro, no se opusieron.

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