Este artículo se publicó hace 16 años.
Homo y rural
O cómo ser gay en una localidad de La Mancha
El dedo de José Ángel Torres, de 50 años, recorre primero el entrecejo, luego la barbilla y por último se detiene en el costado izquierdo, sobre la chaqueta de cuero. Tres cicatrices, “como tres soles”, apunta, de tres botellazos recibidos hace unos años por ser “el mariquita del pueblo”.
Son las tres de la mañana en Tomelloso (Ciudad Real, 35.000 habitantes) y el bar de ambiente que regenta José Ángel se llama La Pantera Rosa, lugar de peregrinación de los gays de Tomelloso y de otras localidades manchegas, como La Solana o Argamasilla. Paredes pintadas de fucsia, música de la banda sonora de Full Monty y en un muro un póster de Volver, la película más manchega de Almodóvar. En la barra están Julián Gallego, parado de 35; Miguel del Castillo, barrendero municipal de 32, y Mirel Alejandro, prostituto rumano de 19 años y pelo rubio chillón.
Aguantando insultos
Son homosexuales que están acostumbrados a escuchar frases del pelaje “a ti te gusta sentarte en la botella de butano” o “métete una botella de Calisay por el culo”, cuentan ellos. “¡Tonterías de los pueblos! Aquí siempre te llaman mariquita, esto y lo otro”, se resigna José Ángel que, además de ser el dueño de La Pantera Rosa, es el presidente de la Asociación Amigos Homosexuales de Castilla-La Mancha. Tonterías de pueblos, pero que los gays y las lesbianas de las zonas rurales sufren en primera persona. Más de una vez han entrado en La Pantera Rosa de Tomelloso grupos de adolescentes con una mano en el trasero y diciendo a gritos: “¡Poneros un corcho que aquí nos dan por culo!”.
Bolsas de basura a la puerta
Un día, la persiana del cierre apareció con pintadas homófobas; otra mañana, alguien derramó el contenido de varias bolsas de basura en la puerta, y una madrugada, un cliente se negó a pagar su copa. El hombre despachó el asunto con un “¡cómo que voy a pagar yo a los maricones...!”. Lo siguiente fue una botella volando. De aquella noche, a José Ángel le queda la segunda cicatriz, la de la barbilla. Los agredidos casi nunca denuncian, se sienten indefensos y a veces sienten vergüenza al acudir a la Policía. “Aquí luchas contra ti mismo, contra la sociedad, la familia y contra el pueblo”, explica este empresario que, como otros muchos homosexuales que viven en localidades pequeñas, alguna vez ha tenido
novia “de tapadillo”.
José Ángel pasó su juventud entre Madrid e Ibiza; pero, a la muerte de su padre, hace ya 25 años, decidió regresar a Tomelloso para cuidar de su madre. “Nosotros nos quejamos, pero por lo menos tenemos un lugar, el bar, donde compartir confidencias”, señala este homosexual. El local que tenían las lesbianas cerró hace meses y su presencia pública es prácticamente invisible. Fue precisamente en la misma provincia, Ciudad Real, donde saltó a la luz hace poco el caso de una lesbiana casada que fue expulsada de una hermandad católica de la localidad de Abenójar, de apenas 1.500 habitantes. El pueblo entero se volcó con ella y en contra de la decisión del obispo.
Emigrar a las grandes ciudades
José Ángel y el resto de amigos que pasan la noche del miércoles en La Pantera Rosa son de los pocos homosexuales de Tomelloso que no han emigrado a las grandes ciudades a buscar otra vida. A muchos, La Mancha se les quedó pequeña y decidieron irse a probar suerte a Barcelona o Madrid, en el soñado anonimato de las calles del barrio de Chueca. Los que no han podido o no han querido, se enfrentan todos los días a las miradas reprobatorias de algunos de los vecinos. Y a otros que, simplemente, no se enteran de nada.
Como aquella vez que José Ángel, por experimentar, le cambió el nombre a La Pantera Rosa y le puso Spermula, “de esperma”, dice. “La gente del pueblo no lo entendió y llamaban al bar el “Supermula”. Creían que nos habíamos comido la u y la pusieron con un rotulador sobre el cartel”, se ríe José Ángel. Aquello no cuajó y el bar volvió a llamarse como la serie de dibujos animados.
Prevenir el maltrato
Para paliar la discriminación de la homosexualidad en las zonas rurales, la Fundación Triángulo tiene varios proyectos educativos en institutos. Éstos pretenden prevenir el maltrato escolar por motivos de orientación afectivo-sexual mediante talleres sobre diversidad y convivencia. Ya han pasado por el instituto de Mora (Toledo) y próximamente visitarán la localidad toledana de Numancia de la Sagra y Tomelloso. “Los que peor lo pasan son los más jovencitos. Es muy difícil ser gay y adolescente en una zona rural”, señalan desde la Fundación Triángulo. “Aunque Tomelloso tiene ya 35.000 habitantes, sigue siendo muy pueblo. Y mucho más hace 20 años, cuando muchos de nosotros éramos los mariquitas del instituto”, añaden los afectados.
Además de los jóvenes, hay otro sector en las localidades pequeñas que también lo pasa especialmente mal: los inmigrantes. Mirel Alejandro, rumano de 19 años, llegó hace siete meses de Bucarest (Rumanía) y ejerce la prostitución en Tomelloso. Con el pelo con mechas rubias y un polo rosa claro, Mirel cuenta con desparpajo cómo todo el mundo que le conoce termina enamorado de él. “Por guapo”, sentencia. “Soy tan guapo que muchos lloran por mí”, añade antes de ponerse a buscar en las llamadas perdidas de su teléfono móvil el rastro de un cliente que le llamó “a las tantas y más de cuatro veces” la noche anterior. “Pero no se lo cogí”.
En el bar, esa noche, Mirel está bastante solicitado. Se ha convertido en una vía de escape ante las escasas posibilidades que hay en Tomelloso de tratar con gente nueva. Cuando llegó de Bucarest el año pasado, estuvo dos días en Madrid, pero se sintió “muy solo” porque no conocía a nadie. No sabe qué es Chueca. Así que cogió un autobús y se plantó en Tomelloso, donde viven su madre y su hermana gemela.
A Mirel le gustaría trabajar en otra cosa en el futuro y alguna vez sí que ha sentido rechazo. “Pero si puedes, pon que estoy muy bien en Tomelloso y que me gusta mucho este bar”, agrega antes de desaparecer.
Pocas posibilidades de ligar
Cerca de Mirel, toman una copa sentados en dos taburetes Julián Gallego y Miguel del Castillo. Julián está en paro y Miguel trabaja como barrendero municipal. “Se vive mal”, contestan los dos cuando se les pregunta cómo se las apaña un gay en una localidad donde prácticamente se conoce todo el mundo. Y añaden un problema: las pocas posibilidades que hay para ligar. “Lo único que hay es un polígono cercano en el que suelen parar los camioneros, algo así como para tener contacto sexual al aire libre”, explican. Lo peor, dicen, son los que ellos llaman “homosexuales de noche y heterosexuales de día”. “Es increíble, por la noche estás con ellos, te ligas a uno y luego, si te lo cruzas en el pueblo por el día, ni te saluda”, agregan. Miguel dice que de crío no sufrió discriminación porque descubrió su homosexualidad a los 23 años. “Fue en Nochevieja, con uno de La Solana”, recuerda.
A pesar de los problemas, a Miguel no le atrae mucho la vida de Madrid ni de Chueca. Tampoco a Carlos Sevilla, de 24 años y ayudante en hostelería. “Chueca es mucho aquí te pillo, aquí te mato. En Tomelloso, es más difícil ligar, pero por eso, cuando lo consigues, mola más”, explica. Él vive su condición sexual “como se puede y como me dejan”. Ya de madrugada, Carlos se aleja saltando y canturrea en la plaza del pueblo una canción de Alaska que él ha hecho su bandera: “Yo soy así y así seguiré... ”.
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