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Lobos de SanabriaSanabria, el epicentro del lobo ibérico que ha logrado convertir la amenaza en una oportunidad
La Sierra de la Culebra (Zamora) registra la mayor densidad del mítico cánido de toda Europa y ha conseguido un nivel de coexistencia con la ganadería y la caza sin parangón en toda España. Treinta manadas perviven en toda la provincia en un contexto de lenta y conflictiva reocupación de zonas de la península donde ya se había extinguido
Aristóteles Moreno
Madrid-Actualizado a
En el vértice de la frontera noroccidental de Portugal, a tiro de piedra de Orense y León, la comarca zamorana de Sanabria ensaya con razonable éxito una experiencia inédita de convivencia entre el lobo y el ser humano. El depredador más perseguido de Europa, enemigo mortal de ganaderos y cazadores, encuentra aquí un refugio natural sin comparación con ningún otro punto de España. Hablamos de la zona con más densidad lobera de todo el continente. Los últimos censos cifran en una treintena las manadas que se mueven por la provincia castellana, nueve de ellas en la conocida como Sierra de la Culebra, una cadena montañosa de 70.000 hectáreas que vertebra el territorio de oeste a este.
Aquí el legendario y temido cánido encuentra un ecosistema propicio de vaguadas onduladas y matorral bajo, provistas de abundantes ungulados, base central de su alimentación. La escasísima densidad de población humana y, sobre todo, una creciente actitud social de tolerancia han permitido una presencia relativamente apacible para un superviviente nato que desconfía, y con razón, de los hombres. "En esta zona nunca se utilizó el veneno generalizado para matar lobos como en otras comarcas", subraya Javier Talegón, especialista con largos años de experiencia. El veneno fue el factor principal de mortalidad en los años en que la liquidación del lobo era el objetivo número uno de las zonas rurales. Tanto que a principios de los setenta solo quedaban 300 individuos en todo el país. Su extinción era cuestión de tiempo. Pero un giro conservacionista, que persuadió a las administraciones de retirarle la clasificación de "alimaña", ha permitido un crecimiento poblacional sostenido desde entonces. Hoy, la comunidad lobera alcanza en España los 2.000 animales, distribuidos en poco menos de 300 familias de ocho comunidades autónomas.
José Fernández es alcalde de Puebla de Sanabria, el mayor municipio de una comarca que alcanza los 7.000 habitantes. Una parte importante del vuelco social favorable hacia el lobo experimentado en las últimas dos décadas le pertenece. Pero ojo: esto no es una romántica historia de amor. "La convivencia es complicada. Hay una dualidad de odio y respeto evidente", puntualiza. El lobo no deja de ser un depredador que se alimenta de ganado cuando encuentra la ocasión. Y eso, lógicamente, no hace felices a los propietarios. La clave es un sistema de indemnizaciones por daños ágil y eficiente. Y, sobre todo, un mecanismo de prevención ganadera que evite el riesgo.
"La gente en esta comarca está preparada. En otros lugares, como Ávila, no están acostumbrados", señala el alcalde. Ese es el problema de la expansión. Los lobos están recuperando nuevos territorios y la reacción de los ganaderos no es, desde luego, de calurosa bienvenida. ¿Y cómo se preparan los ganaderos de Sanabria ante el eventual ataque del depredador? Fundamentalmente con los mastines. Tienen una envergadura notable y un instinto defensivo del rebaño muy desarrollado. Pero también con vallados eléctricos y pautas de vigilancia diaria. Es preciso enclaustrar a los animales cuando cae la tarde y nunca dejarlos al raso. No todos los ganaderos se toman la molestia de recogerlos en una nave por la noche. Y esa es una práctica casi obligada para evitar ataques.
Todo este tipo de comportamientos ha reducido considerablemente los daños en Sanabria. De tal forma que apenas se producen una veintena de incidentes al año. Los ganaderos Rosa González y Alberto Fernández, sin ir más lejos, nunca han sufrido el asalto mortífero del lobo. Son propietarios de un rebaño de 1.000 ovejas. Y sus quince mastines no le quitan ojo día y noche. Cuando se esconde el sol las estabulan en el interior de una nave o en corrales vigilados. "Hay ganaderos que dejan a los animales por la noche sueltos y sin perros", remarcan. Y esa ligereza, en el epicentro del lobo, puede ser letal.
Hijos de ganaderos y padres, a su vez, de tres jóvenes que colaboran en las tareas del campo, Rosa y Alberto han aprovechado la fuerza simbólica del legendario depredador para convertirla en un reclamo económico. Su empresa cárnica se llama Pastando con lobos y se dedica a vender cordero por todos los establecimientos de la zona. La suya no es una excepción. Muchas otras empresas de todo tipo utilizan ya la imagen del lobo como distintivo comercial. Camisetas, souvenirs, vino, queso y otros productos de la tierra exhiben el perfil del cánido como gancho para un turismo específicamente lobero cada vez más frecuente.
Las plazas hoteleras se han multiplicado y las agencias especializadas en observación y conocimiento del hábitat del lobo constituyen una realidad creciente. Es el caso de Javier Talegón, propietario de Llobu, una pequeña firma dedicada fundamentalmente a la observación del animal en su medio natural. "No es fácil ver al lobo. Es un animal huidizo que se mueve con rapidez a la caída de la tarde". Mucho más asequible es la contemplación de ciervos, cuyo número supera ampliamente los cuatro millares solo en la Sierra de la Culebra.
La realidad de Sanabria es bien distinta a la de las provincias colindantes. En esos otros territorios el lobo es todavía un enemigo a batir. Y es impensable la configuración de una industria que ensalce sus valores. En Sanabria, en cambio, la imagen del lobo se abre paso lentamente. Hace cuatro años, la Junta de Castilla y León lideró una inversión millonaria para la creación del Centro del Lobo Ibérico, ubicado en Robledo de Sanabria, al noroeste de la provincia de Zamora. En sus 21 hectáreas, se puede contemplar a una quincena de lobos en régimen de semilibertad, además de visitar el centro de interpretación. Casi 50.000 personas acceden cada año a este parque.
Toda esta red de recursos está cambiando la historia del lobo de forma radical. Hasta bien entrada la década de los cincuenta, la caza del depredador era un acontecimiento social en la comarca. Y, aunque en Sanabria la hostilidad era sensiblemente inferior que en las zonas periféricas, se utilizaban once trampas distintas para neutralizarlo. Una de las más sorprendentes es el cortello, una especie de corral de piedra de unos 30 metros de diámetro, en cuyo centro se colocaba un cabrito como cebo. El cortello está construido sobre una pendiente y desde la parte superior el lobo podía saltar a su interior sin demasiados problemas. Otra cosa era salir. Los vecinos revisaban periódicamente el corral y cuando caía un lobo, se daba la voz a todo el pueblo para que se iniciara la liturgia de apresamiento y exhibición en la comarca. Lo que da una idea de la fobia histórica que han despertado en cualquier punto de la península.
"Que el lobo es un animal conflictivo no se puede ocultar", admite Yolanda Cortés, experta de la organización conservacionista WWF, implicada en el programa Life Lobo. "Lo que hay que hacer es poner los medios para minimizar los daños y quebrar la percepción negativa que aún domina en muchos lugares". Es decir: mastines, vallado eléctrico, enclaustramiento nocturno y compensaciones rápidas y justas. Si en Sanabria se ha conseguido un clima de razonable equilibrio también debería ser factible en cualquier otra parte.
Solo hace falta voluntad política. Y empezando por los alcaldes. Por ejemplo, el regidor de Villardeciervos, una pequeña localidad de no más de 400 habitantes en el corazón lobero de la comarca. Lorenzo Jiménez es paradigma de alcalde comprometido con la defensa del medio natural. Lobos incluidos. Hace todo lo que está en su mano para promover la economía lobera y mejorar la respuesta social. Aunque admite que no es empresa fácil. La desconfianza hacia el depredador está bien arraigada en la memoria colectiva y neutralizarla es un reto mayúsculo. "Mi conciencia me obliga a seguir por esta línea, aunque me represente un desgaste", reconoce. Es el precio a pagar por la defensa de un animal admirado y odiado a partes iguales.
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