Este artículo se publicó hace 13 años.
¿Votar? No me diga
La calle está como pensando en otra cosa
Salir a la calle, acercarse a un colegio electoral, seleccionar una papeleta y confiar en la urna no es un ejercicio atractivo. No sé si a los votantes españoles se les puede pedir mucho entusiasmo en esta convocatoria electoral. El concepto de votante se ha llenado de preguntas y de sombras. La democracia herida nos condena a la perplejidad. Y el individuo perplejo arrastra las mismas desilusiones y el mismo desánimo que provocan palabras como decisión, poder, soberanía, política y libertad.
Bastante hay con preocuparse por la ropa que debemos elegir
La precampaña electoral ha ido consumiéndose con un perfil muy bajo. Las calles están desatentas, sin ambiente, como pensando en otra cosa. Y la verdad es que bastante hay con preocuparse cada mañana por la ropa que debemos elegir. La primavera siempre llega loca, pero la de este año se ha esforzado en desorientarnos con sus golpes de frío y de calor, de sol y de lluvia. Quizá quiera sugerirnos que conviene elegir políticos igual que se decide salir a la calle con paraguas y gabardina en días de lluvia o con una camiseta y unas sandalias cuando se estabiliza el sol. Las pretensiones están de más.
Pero el caso es que este tiempo loco ha desplazado al antiguo bullicio electoral, aquel rumor semejante al nerviosismo de los caballos antes de que se diese en el hipódromo el pistoletazo de salida, la alegría de las monjas cuando hacen una excursión o la prisa de los niños para correr por el colegio con las notas en la mano. El ánimo electoral está bajo. Es posible que la nueva ley, con sus recortes y sus controles, haya contribuido a bajar la tensión democrática y facilite que los ciudadanos estén pensando en otra cosa. También hay que considerar que la costumbre bipartidista de la guerra perpetua nos infecta como una enfermedad electoralista crónica. Una vez establecido que el Gobierno tiene la culpa de que nieve en invierno o el mérito de que las flores salgan en primavera, una vez acostumbrados a desayunar con las embestidas de los unos contra los otros, resulta normal que las campañas electorales se acerquen como una oferta sosa y poco original. El griterío sobre Bildu y el Constitucional sólo es un poco más de lo mismo.
Hemos visto que los políticos no son los representantes de los ciudadanos
Pero hay algunos argumentos más profundos a la hora de explicar la perplejidad de los votantes a la hora de asumir su condición. Se trata de una condición menoscabada. Acabamos de asistir al gran festival de los mercados financieros. Hemos visto que los políticos no son los representantes de los ciudadanos ante la realidad, sino los emisarios de los mercados financieros para decirnos qué debemos hacer por el bien de sus beneficios. De nada valen los programas, las promesas, las ideas, si luego llegan las agencias de calificación y los banqueros para aconsejarnos paternalmente o imponernos por las bravas sus prácticas de obligado cumplimiento.
Los políticos necesitan estar muy convincentes para que nos creamos la utilidad de las urnas, la significación de los votos. Habrá que poner voluntad.
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