Opinión
Casa tomada

Por Manuel Rico
Director de Público
Uno de los cuentos más impactantes de Julio Cortázar es Casa tomada. El escritor desveló que el relato era el resultado de una pesadilla: “Algo que no se podía identificar me desplazaba poco a poco a lo largo de las habitaciones de una casa hasta echarme a la calle. Había esa sensación que tienes en las pesadillas en que es el espanto total sin que nada se defina”. En el relato, la pesadilla la padecen el narrador y su hermana, Irene. Vivían tan entregados al cuidado de la casa, que a veces llegaron a creer que era ella la que los dejó solteros. Confiaban en morir allí. Pero un día, una fuerzas desconocidas tomaron la parte del fondo. Los hermanos habían dejado en la parte tomada muchas cosas que querían, pero se resignaron a vivir en este lado. Fue inútil. Los ruidos imprecisos y sordos reaparecieron, esta vez en la cocina y el baño, casi al lado de donde se encontraban los hermanos. Las fuerzas oscuras habían tomado la otra parte de la casa. Los hermanos salieron a la calle, estaban con lo puesto. “Antes de alejarnos tuve lástima, cerré bien la puerta de entrada y tiré la llave a la alcantarilla”, concluye el narrador.
El cuento del escritor argentino generó múltiples interpretaciones, incluida la política, de quienes vieron en el relato una alegoría del peronismo. Sin duda, Casa tomada es una metáfora perfecta para explicar la pesadilla que viven millones de personas en España para disponer de una vivienda digna.
Las fuerzas oscuras también han ido tomando partes de la casa soñada por la mayor parte de la ciudadanía hasta hacer imposible la aspiración de tener un hogar donde construir un proyecto de vida.
Lo primero de lo que se apoderaron fue de la idea de que el acceso a una vivienda digna es un derecho de todas las personas. En vez de un bien social, la vivienda pasó a considerarse un activo financiero más, objeto de mercantilización.
Después tomaron la parte donde se asentaba el concepto de igualdad. El acaparamiento de inmuebles en unas pocas manos ricas —fondos y grandes tenedores— les permitió un control casi total sobre los precios de alquiler, de forma que los inquilinos tuvieron que pagar una parte cada vez más alta de sus ingresos por un simple techo donde vivir. El enriquecimiento de esos fondos y grandes tenedores se basa en el empobrecimiento de millones de inquilinos. Toda una máquina de generar desigualdad y romper una sociedad.
Luego se adueñaron del patrimonio público. Por varias vías. Más de dos millones de viviendas protegidas, que se construyeron en España durante los últimos 45 años, fueron desclasificadas y vendidas al mercado libre. Además, los mismos que provocaron la Gran Recesión y arruinaron a millones de personas se quedaron después, a precio de ganga, con cientos de miles de inmuebles de personas desahuciadas. En fin, todos los años se produce una estafa fiscal legalizada, de forma que las SOCIMIS—los vehículos societarios inventados para favorecer la acumulación inmobiliaria— y los grandes tenedores se benefician de incomprensibles reducciones de impuestos, en vez de ser castigados fiscalmente por sus prácticas especulativas con un bien de primera necesidad como la vivienda.
Uno de los elementos que más inquietan del cuento de Cortázar es cómo los hermanos dejan que las fuerzas oscuras vayan tomando la casa sin ofrecer la más mínima resistencia. Hasta abandonarla resignadamente. Por fortuna, aquí el símil no es aplicable. Las Plataformas de Afectados por la Hipoteca (PAH) primero y los Sindicatos de Inquilinas después han ofrecido ejemplos admirables de pelea contra la injusticia.
Esa lucha, en todo caso, debería apelar a casi toda la sociedad. Hay, además, dos diferencias esenciales con el cuento de Cortázar. Las fuerzas oscuras están identificadas, y eso siempre facilita combatirlas. Y sabemos cómo han ido tomando las diferentes partes de la casa, así que conocemos las medidas que se deben implementar para recuperarla.
Es necesario formar un parque de vivienda pública potente y fomentar de forma decidida el alquiler social; penalizar el rentismo, las compras especulativas y los usos antisociales de los inmuebles haciendo un uso inteligente y justo de la política de impuestos, y proteger a los inquilinos mediante medidas como el control de precios de los alquileres.
Más vale que los Gobiernos y partidos progresistas concedan a este problema la importancia que tiene. El malestar que está generando entre muchos de sus votantes potenciales es significativo. Pero, al mismo tiempo, disponen de un enorme espacio para recuperar la confianza de la ciudadanía si aprueban medidas estructurales que ataquen el problema de raíz. Las fuerzas oscuras no quieren solo la vivienda de Irene y su hermano. Quieren la ciudad entera. Y tienen de su parte a una ultraderecha, en sus versiones dura y light, que trabaja para que abandonemos resignadamente nuestras casas. No lo permitamos. No podemos cerrar la puerta y tirar la llave porque estaríamos abandonando en esa alcantarilla derechos humanos básicos de millones de personas.
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