Tierra de nadie

Que Aznar adopte a Felipe González

Si la velocidad a la que se cabalga fuera directamente proporcional al estruendo de los ladridos, habría que deducir que Pedro Sánchez y Pablo Iglesias se han lanzado a tumba abierta a lomos de sus briosos corceles. Se daba por descontado el alboroto y las pataletas entre la derecha de orden, sus vociferantes medios, las eléctricas, la banca, los fondos buitre y las grandes empresas en general. Y también era previsible que algunos se apresuraran a insertar palos en las ruedas para que el pacto descarrile, misión para la que, habiendo propios, ni siquiera eran necesarios los extraños.

A la cabeza de esta última operación ya se ha situado Felipe González, al que por más que se le ha querido jubilar de su empleo de guardián de las esencias no hay manera de quitarle la corneta con la que suele tocar a zafarrancho. El expresidente es incansable y lo mismo te da una teórica desde un púlpito que desde la cubierta de un yate mientras le ponen cremita en la espalda. Su lección siempre es la misma, aunque en la perorata de este jueves deslizó un peligroso matiz: siente, según explicó, orfandad representativa.

Lo que ha venido a decir el jarrón chino, junto a otras críticas más directas al preacuerdo de la izquierda para formar Gobierno, es que el PSOE ha dejado de ser su partido, lo cual podría ser una bendición para quienes dentro de la organización están hasta la coronilla del abuelo Cebolleta, pero lanza un mensaje directo a los que le siguen considerando un referente -especialmente algunas de esas baronías venidas a menos- para que den un paso al frente y retomen la lucha.

González lleva años obsesionado con la gran coalición entre el PSOE y el PP, ya desde los tiempos en los que Rubalcaba pretendía convencer a los votantes que su giro a la izquierda no era una nueva impostura. A su juicio, esta fórmula debe ponerse sobre la mesa "siempre que el país lo necesite", y lo que ocurre es que, a su entender, lo necesita permanentemente. De ahí que vuelva por sus fueros empuñando la tea, porque en su faceta de pirómano no tiene competencia.

Ocurre que, en esta ocasión, su llamada a la rebelión interna ha tenido poco eco y sólo Rodríguez Ibarra la ha escuchado y porque estaba a su lado. Ha vuelto a insistir el extremeño en que dejará el PSOE si se consuma un Gobierno con Podemos y los independentistas, marcando un camino que nadie está dispuesto a seguir. Cómo habrá cambiado el cuento para que Susana Díaz, ayer sultana y hoy doliente madre de Andalucía a la que la derecha privó de la custodia de la criatura, se mostrara segura de que todos los apoyos que recabe Sánchez serán por el bien de España y en el marco de la Constitución, mientras la emprendía contra los "patriotas de boquilla" que impiden que el Gobierno eche a andar.

Urge encontrar un buen hogar a este pobre huérfano que es Felipe González. Quizás Aznar, con el que últimamente comparte una parecida visión del mundo, podría ofrecerle techo en FAES, que siempre fue el hospicio en el que el otro gran jarrón chino de nuestra democracia acogía a los desamparados del PP. La gran coalición, como la caridad, debería empezar por ellos mismos, por estos figuras de porcelana que, lejos de ser frágiles, son guerreros de terracota, duros y pesadísimos.

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