Otras miradas

Greta no necesita ser salvada, pero sí escuchada

Victoria Abi Saab

Antropóloga

Miguel Angel Zhan

Consultor en política medioambiental y asuntos europeos

La activista sueca Greta Thunberg interviene durante el plenario de la Cumbre Climática, en Madrid. EFE/J.J. Guillén
La activista sueca Greta Thunberg interviene durante el plenario de la Cumbre Climática, en Madrid. EFE/J.J. Guillén

Como personas que han crecido siendo activistas políticos, respetamos profundamente lo que han hecho Malala Yousafzai y Greta Thunberg para concienciar a los jóvenes y a los no tan jóvenes. Se ha convertido en importantes voces globales. Ambos han soportado la carga de convertirse en los niños del póster. Sin embargo, a pesar de ser niñas de aproximadamente la misma edad, dispuestas a dar un mensaje a una audiencia global, Malala nunca ha sufrido el nivel de misoginia, descrédito y a veces odio que experimenta Greta.

Después del condenable ataque contra su vida en octubre de 2012, Malala Yousafzai se ha convertido en un referente a favor de la educación femenina y en contra de los ataques violentos para reprimir la libertad de expresión. Es ampliamente aclamada en Occidente como defensora de los derechos humanos y de los niños y fue galardonada con el Premio Nobel de la Paz en 2014 como reconocimiento a su extenuante lucha.

Mientras tanto, Greta Thunberg comenzó su huelga climática escolar a finales de 2008 y desde entonces ha influenciado en los adolescentes de toda Europa en su lucha contra el cambio climático. Su huelga unipersonal se ha transformado en un movimiento transnacional bajo la bandera de los Friday for Future. También ha recibido elogios universales de los "adultos" de Occidente. O eso es lo que nos gustaría decir.

Sin embargo, no pasa un día sin que un periodista, un político o incluso un representante institucional exprese sus críticas contra ella. Esto se ha hecho más que evidente con su presencia en la COP25 en España. Tras ser despreciada por Trump y condenada por Merkel, Macron y Conte, en Madrid, entre otras figuras menos respetables (al menos en teoría), el vicepresidente de la Comunidad tuvo duras palabras para ella. Además, durante un debate electoral unas semanas antes, la representante del PP, Cayetana Álvarez de Toledo llegó a afirmar que "pocas personas han hecho más daño a la causa del cambio climático que los padres de Greta Thunberg".

El simple hecho de que nos refiramos a Malala solamente por su nombre, mientras que en el caso de Greta, utilizamos predominantemente su apellido, denota nuestra voluntad colectiva de distanciarnos y mantener una frialdad o desapego frente a la última. También hay que señalar que no emplear Yousafzai no es necesariamente una buena práctica, ya que podría ocultar una fetichización de ella, ya sea por su edad, sexo u origen, reduciéndola a una niña de Oriente que es tratada con una condescendencia característica de Occidente.

Volviendo a la divergencia en los tratamientos, corresponde no sólo a los diferentes mensajes que defienden sino que tiene que ver con la naturaleza y forma de sus discursos.

Mientras que el mensaje de Malala no causa ninguna tensión dentro del zeitgeist occidental, el discurso de Greta pide un cambio radical, tal vez perturbador, en la forma en la que hacemos las cosas.

La primera explicación de este distinto grado de aceptación viene dada por lo que ellos defienden. La educación femenina no genera ningún rechazo en Europa. Sería absurdo que alguien abogara por que la mitad de nuestra población no fuera a la escuela. Además, es una causa que no necesita ninguna acción política o efectiva aquí; aboga por la acción fuera de nuestro continente. Para la élite europea, no es solo un discurso de moda que se adapta al status quo sin amenazarlo, sino también una "palmadita en la espalda", una "prueba" de que la sociedad occidental es superior y más progresista.

Frente a este mensaje "inocente", los principios y valores de Greta se basan en el "aquí y ahora". Se oponen a las raíces de nuestra estructura económica y social. La activista aboga por un cambio sistemático, ya que es la única manera de combatir el cambio climático eficazmente. Por eso, se ha convertido en enemiga de las grandes empresas contaminantes y de los políticos con los que han sido amigos durante décadas.

En lugar de un mensaje a favor de la paz y la educación, lo que Thunberg representa es un desafío a la fuente de los beneficios económicos que han sostenido a nuestras élites. Es comprensible que, por ello, su mensaje sea de confrontación y se oponga a un modus vivendi pacífico entre los contaminadores y las generaciones futuras, que sufrirán las peores consecuencias.

Sin embargo, la naturaleza de sus mensajes no es la única razón del vergonzoso ataque del mundo hacia una adolescente. Mientras que Malala es frecuentemente retratada como víctima de la represión talibán y tratada como una niña que necesita nuestra protección, Greta ha rechazado la etiqueta de una adolescente que está destinada a sufrir los errores de las generaciones pasadas. El mundo ha logrado definir a Malala como una víctima pasiva que ha sobrevivido a sus enemigos y sigue diciendo su verdad. Aparte de ser un recuento tristemente simplista de su discurso, esto ha logrado que ella y su mensaje sean aceptables para nuestros líderes y la sociedad en general.

Este proceso de fetichización aún no se ha producido con Greta Thunberg. Su voz, sus acciones, siguen siendo una parte esencial de cómo se retrata a sí misma. No se ha resignado a ser una niña sonriente que tiene un mensaje de amor y esperanza. Ha decidido contar una verdad incómoda. Ella ha abrazado su ira contra la generación mayor y ha elegido ser auténtica.

Desgraciadamente, parece que nuestra sociedad no está preparada para la autenticidad ni para que se nos diga lo que debemos hacer para garantizar un futuro viable y decente precisamente para las generaciones venideras.

Algunos podrían optar por ignorar estas reflexiones y seguir justificando su actitud en el hecho de que los mensajes no son los mismos. Mientras que la causa de Malala es universalmente defendible, el mensaje de Greta parece demasiado crudo, en última instancia demasiado "político". Este argumento ignora, en primer lugar, las circunstancias fuera de Occidente y malinterpreta quién es el público principal de Malala, que no vive en Europa, sino en lugares donde la educación de la mujer todavía no es la norma. En segundo lugar, decir que el cambio climático es político contradice a los miles de científicos que han expresado su apoyo a Greta Thunberg. Cualquier solución a esto debe ser política.

Malala despertó nuestro complejo de salvador occidental: había sido cruelmente atacada, se le negó el derecho humano básico de ir a la escuela y aprender, era una niña, era un blanco fácil tanto para los talibanes como para los discursos occidentales. Necesitaba nuestra ayuda, nuestra salvación. Greta no necesita ser salvada, quiere acción. En ese sentido es una figura subversiva, una niña, casi una niña, que no pide ser salvada o protegida, sino que exige el cambio, señalando nuestras contradicciones y nuestros fracasos en relación con la mayor amenaza de nuestra época: la crisis climática.

Greta Thunberg está demostrando ser un paradigma para millones de jóvenes y está desafiando el discurso hegemónico tanto con la naturaleza como con la forma de su mensaje. En lugar de tratar de ignorar e insultar a su persona, como "adultos" debemos comprometernos con sus argumentos y celebrar la madurez de nuestras futuras generaciones.

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