Punto de Fisión

No quería volar con una negra

Aquel célebre eslogan con que Manuel Fraga promocionó el turismo en los años sesenta (Spain is different) sigue funcionando más de medio siglo después a toda máquina. Los extranjeros acuden en masa a contemplar nuestras peculiares costumbres -los toros, la paella, el recibo de la luz- aunque con lo que de verdad se frotan los ojos es con las sentencias judiciales, una especialidad hispánica cien por cien que nunca defrauda. Hay procesos tan vistosos que dan la impresión de haberse celebrado en un tribunal de la Santa Inquisición, con hogueras, autos de fe y capirotes de la Semana Santa.

Ahí van unos cuantos ejemplos de lo más variopinto. En 1990 el Tribunal Supremo confirmó una sentencia según la cual una muchacha de 17 años, que sufrió abusos a cambio de la renovación de un contrato de trabajo, había provocado a su jefe por medio de una minifalda. En 2003 una jueza de Barcelona rebajó la pena a un agresor sexual por considerar que manosear los pechos de la mujer, masturbarse, eyacular ante ella y amenazarla de muerte no constituían "condiciones de palabra y obra especialmente vejatorias para la víctima". En 2013 un juez de Zaragoza anuló una sanción contra una autoescuela que cobraba más a las mujeres que a los hombres argumentando que está probado estadísticamente que las mujeres precisan más clases prácticas a la hora de sacarse el carné de conducir. En 2016 una jueza de Vitoria le preguntó a una víctima de violación si había cerrado bien las piernas y el expediente abierto contra la jueza fue archivado por del Consejo General del Poder Judicial.

De manera que uno abre el periódico y no se extraña lo más mínimo al leer que el Juzgado de lo Penal 7 de Santa Cruz de Tenerife, con sede en La Palma, no ve delito de odio en la actitud de un pasajero que se bajó de un avión porque, según sus propias palabras, "no quería volar con una negra". La jueza, Mónica Hernández, sostiene que no había ninguna relación previa entre el pasajero, un anciano de ochenta años, y la azafata senegalesa, y que además fue ella quien empezó todo el lío al ofrecerse a ayudarlo: entonces fue cuando la llamó "negra", visiblemente alterado por "anteriores experiencias traumáticas de sus familiares durante sus años de estancia en Venezuela". La sentencia considera eximentes no sólo la edad del acusado y el nerviosismo generado por el viaje sino también estas supuestas experiencias traumáticas del pasado que lo llevan a "evitar el contacto con personas negras". Además la jueza no ve ninguna connotación negativa en el término "negra", ya que los negros prefieren que los llamen así en lugar de "personas de color", "homínidos" "monos" o "gorilas".

En España, como todo el mundo sabe, no somos racistas, principalmente porque los negros no abundan, aunque supongo que los gitanos y los moros tendrían mucho que decir al respecto. Una verdadera lástima que la jueza, Mónica Hernández, fuese de raza blanca, porque habría sido verdaderamente divertido oír al acusado decir a voces en mitad del juicio que no quería que lo juzgase una negra.

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