Punto de Fisión

La torrija de Donald Trump

Dibujo de la comparecencia del expresidente de EEUU Donald Trump ante el juez por su imputación en el caso de los pagos a la actriz porno Stormy Daniels, en Nueva York. REUTERS/Jane Rosenberg
Dibujo de la comparecencia del expresidente de EEUU Donald Trump ante el juez por su imputación en el caso de los pagos a la actriz porno Stormy Daniels, en Nueva York. REUTERS/Jane Rosenberg

Empeñados en importar tradiciones foráneas, los yanquis han decidido copiarnos la Semana Santa más o menos del mismo modo que nosotros les copiamos Halloween, las hamburguesas y la versión portátil de los premios Oscar. Estos días tan señalados ha empezado el calvario judicial de Donald Trump, un espectáculo no apto para todos los públicos. A falta de procesiones, de costaleros, de saetas y de torrijas, de momento han decidido procesar a un ex presidente, un Donald del Gran Poder con sus propios costaleros que lo cargan a hombros y le cantan saetas. La torrija ya la lleva puesta.

Como profeta y como mártir, Donald va pasado de kilos y de tinte capilar. Estaba en horas bajas, casi totalmente postergado en las encuestas, pero nada más sentarlo en el banquillo, ha vuelto a colocarse en primera fila de los candidatos republicanos. Encima de eso, al poco de acusarlo de treinta y tantos cargos, le llovieron ocho millones de dólares en donaciones, por si no tuviera suficiente para reclutar abogados. Se ve que en Estados Unidos nos están plagiando también la simpatía popular por delincuentes y corruptos, una costumbre universal que viene, al menos, desde que soltaron a Barrabás en lugar de a Jesucristo, y eso que entró en Jerusalén montado en un borrico.

No se ve muy bien cómo va a acabar todo este asunto de la crucifixión judicial, lo mismo los demócratas no han calculado bien el pulso y el proceso concluye con Donald de regreso a la Casa Blanca. De momento, lo extraño es que lo hayan procesado por un asunto menor -desviar fondos de la campaña para tapar dos escándalos de faldas- cuando parece mucho más grave su participación en el asalto al Capitolio. Se conoce que en Estados Unidos se pirran por husmear en la vida privada de sus líderes, una chismografía que se remonta a los tiempos de Thomas Jefferson, que salpicó de adulterios las carreras de Grover Cleveland y de Theodor Roosevelt, y que culminó con las hazañas sexuales de Kennedy, un tipo tan verraco que, aparte de sus innumerables tratamientos médicos, tenían que hacerle transfusiones de semen. La admiración de los votantes norteamericanos por las hazañas sexuales de sus presidentes llega hasta el punto de que Bill Clinton les convenció de que una felación no era sexo sino terapia.

Por esa regla de tres, no parece que sacarle los trapos sucios con una actriz porno y una modelo del Playboy sea muy buena idea. Si Donald ganó unas elecciones después de que se publicara un video en el que decía que cuando eres una celebridad, puedes hacer lo que quieras con las mujeres -por ejemplo, agarrarlas del coño-, lo mismo cualquier día de estos le levantan una estatua en Central Park. El victimismo en política funciona a toda mecha, sobre todo si eres multimillonario. Por lo demás, tampoco pasaría nada especialmente grave si no lo crucifican y volviera a ser presidente, al menos en lo que respecta a la política exterior, porque fue coger Donald el petate y liarse la de Dios es Cristo con los tipos de interés, con los bancos en quiebra, con la guerra de Ucrania, con Biden azuzando las llamas y con Putin más chulo que nunca. Las masacres en Siria, en Libia y en Honduras, las deportaciones masivas de emigrantes, la eterna promesa de cerrar Guantánamo y los negros tiroteados en las calles nos recuerdan que Obama tenía buena prensa sólo porque hablaba sin fruncir los morros. Echamos de menos la pax trumpiana , es lógico. Quién iba a decirnos que este botarate con una torrija en la cabeza es lo más parecido a un pacifista que iba a ocupar la Casa Blanca en décadas.

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