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María Herreros junto a una de sus ilustraciones. Foto: Instagram / @mariaherreros
María Herreros, autora del libro 'Historia de una niña con pánico a ser mujer'. Foto: Instagram / @mariaherreros

María Herreros: “Los hombres deberían cortar el rollo cuando haya una broma machista, levantar la voz e implicarse”

La ilustradora valenciana hace un viaje a los 90 para entender las razones por las que su adolescencia fue un tránsito desgarrador.

Aurora Muñoz / Helena Celma

María Herreros (Valencia, 1983) es una escritora y pintora que ha puesto su arte al servicio del feminismo. Las redes sociales se han convertido en el mejor canal de distribución para su trabajo, hasta alcanzar más de 65.000 seguidores en Instagram. Con estas cifras no sería raro que alguna de sus ilustraciones se haya colado en tu time line

 

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Historia de una niña con pánico a ser mujer es su último trabajo, un libro en el que Herreros se sumerge en su infancia durante los años 90 y narra los conflictos que la acompañaron como mujer en su transición a la vida adulta.

La primera regla, los miedos asociados al crecer y la importancia de la identidad estética son algunas de las temáticas que plasma en las 200 páginas que ocupa esta obra editada por Lunwerg. 

Tu obra está repleta de trabajos que desmontan los mitos del patriarcado. ¿Cuándo decides poner tu pluma al servicio del feminismo?

No fue una decisión consciente, sino una intuición que llegó poco a poco, de manera orgánica. Llevo muchos años haciendo libros y llegó un punto en el que me di cuenta de que estaba utilizando los personajes para contar cosas de mi vida, estaba utilizándolos para proyectar. Ahí pensé que había llegado el momento de dejar de ser intermediaria y hablar de mi propia vida, porque es la manera más transparente y honesta de comunicarte. Todo el mundo puede empatizar con cosas que me han pasado.

¿Qué sentiste cuando abriste la caja de pandora de tu adolescencia?

Desbloquear recuerdos me parece fascinante porque va asociado a las conexiones neuronales. Es chulísimo observar cómo vemos un estuche que teníamos en el instituto y de repente te vienen a la mente las emociones que sentías ese año, la música… Es increíble la cantidad de sensaciones que han salido a flote con este libro. 

 

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Historia de una niña con pánico a ser mujer cuenta la generación Millennial desde una perspectiva que se opone a la tendencia nostálgica naif y el relato mira de frente los roles de género. ¿Los 90 se han iconizado más de lo que merecen?

Tampoco se trataba de juzgar la época, ni la he dramatizado ni la he idealizado. He conseguido hacer algo desde lo emocional y con una mirada que se ha salido de mi experiencia. Ahora soy capaz de mirarla con otros ojos, he sanado aspectos tóxicos que nos enseñaron en esa época y que estaban normalizados. Los presento sin drama, aunque sabemos que son aprendizajes nocivos que amamos a pesar de todo, porque nos traen recuerdos de esa época.

“Yo no veía a ninguna niña hacerse amiga de un alien o vivir dentro de un libro de aventuras mágicas», relatas en tu libro. ¿Crees que la generación Z ha superado esa crisis de referentes?

Creo que, en general, estamos mucho mejor, porque yo tengo un hijo de cinco años y ve un montón de series protagonizadas por niñas. Es verdad que sigue habiendo sexismo y queda mucho por hacer. Hay algunas series, tipo Ladybug, en las que la protagonista está todo el rato hablando de temas sentimentales. Los personajes femeninos tienden a estar más nerviosos, a ser perfeccionistas y a tener más conflictos entre ellas, mientras que los personajes masculinos son más individualistas, aventureros y sencillos… pero quizá lo que pasa es que les han quitado capas emocionales, con lo que ya le estás vetando eso a los niños. Sigue habiendo machismo, los referentes que hay no son perfectos pero al menos existen. Nosotras no teníamos. 

Yo recuerdo ver Mi chica y la niña me fascinó porque era asertiva, con discursos super inteligentes. Me flipaba porque era diferente. Otro ejemplo es Matilda, no era normal que la protagonista fuera una niña tan articulada. 

 

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Más allá de las mujeres que aparecían en la tele o los personajes de ficción, en tu libro te refieres a las mujeres que te rodeaban como mujeres infelices o apagadas. ¿Consideras que el feminismo ha contribuido a cambiar ese sentimiento?

Las mujeres de mi alrededor eran casi todas madres y las veía cansadas porque seguramente habían hecho muchos sacrificios que los hombres no habían afrontado. En ese momento lo percibía como algo ocasionado por la carga de los niños, pero el feminismo nos ha ayudado a no normalizar la situación.

Sin embargo, veo que muchas de mis amigas siguen aceptando esta situación. Lo que me consuela es que las mujeres ya han dejado de resignarse, pero nos queda mucho por hacer. 

En este aspecto, lo importante es llevar el feminismo a las casas. El feminismo de campaña y de las redes está muy bien, es muy necesario y cumple un papel clave, pero lo más importante está en la base. De poco sirve que estemos todas prometiendo la revolución si después mantenemos el privilegio de nuestras parejas y no exijamos un reparto más justo.

El título de tu obra tiene mucho que ver con la llegada de la primera regla. Cuentas que oíste aquello de «ya eres mujer» cuando tu hermana tuvo su primera menstruación, y ahí decidiste que tú no querías convertirte en nada. ¿Faltaba una educación sexual que no estuviera basada en la Superpop?

Se daba la típica charla en el colegio delante de todos tus compañeros en la que ellos chillaban de asco, mientras que las que teníamos la regla nos moríamos de vergüenza y las que no la tenían se morían del susto. Lo explicaban desde un punto de vista clínico y académico, pero necesitábamos una educación más emocional, íntima y pedagógica, que es lo que se hace ahora. En los 80 y los 90 los sentimientos de los niños se tenían menos en cuenta. 

La obra contiene una preciosa carta que te dedicas a ti misma, a aquella niña que tenía miedo de lo que se le venía encima. ¿Qué le dejarías por escrito a tu ‘yo’ futura?

Le dejo escrito que estoy trabajando para que no se pase la vida tan deprisa, para que mi cuerpo esté más presente y no se me pase todo tan rápido, metida en mi cabeza y pensando a mil por hora como en un en bucle. 

También le diría que estoy haciendo un esfuerzo por conocerme desde fuera y que me estoy atreviendo a ser auténtica y a hacer lo que realmente me hace feliz. 

 

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En un post de Instagram comentabas que estabas cansada de oír que «estar embarazada no es estar enferma». ¿La maternidad es el siguiente mito que debemos derribar?

Hay muchísimos mitos que derribar respecto a la maternidad. Estoy enfocando mis emociones en la pintura, y en los dos últimos años sí que se han ido introduciendo en mi obra sensaciones atípicas sobre eso. 

No estoy pintando una visión tierna de la maternidad. Estoy sacando todas las sensaciones nerviosas, psicóticas y surrealistas que te puede producir y que mucha gente esconde porque parece que hay que dar una imagen ideal. Que tengas esos momentos no significa que no tengas otros preciosos, pero quizá los que yo necesito exorcizar en mi pintura son esos. 

De momento, no los he enfocado al terreno editorial, aunque sí que tengo algo entre manos sobre mi hijo mayor, pero todavía no puedo decir nada.

¿Qué retos crees que nos quedan por delante para que nuestras hijas no sientan «vergüenza o culpabilidad» cuando un señor las mire en el parque?

No creo que podamos hacer mucho más que resistir, pero ya les toca a los hombres implicarse y cambiar. Podemos darles autoestima y seguridad a las niñas, pero si los hombres siguen aplicando esta mirada sexualizada sobre las menores de 12, 13, 14 y 15 años, no hay solución.

Hago un llamamiento a los hombres, porque ellos deberían cortar el rollo cuando haya una broma machista, levantar la voz e implicarse, porque el sexismo nos afecta a todos. No necesito que tengan hijas, hermanas o novias para que lo hagan. 

Hay visiones terribles de la masculinidad que también les afecta muchísimo emocionalmente y es momento de que empiecen a verlo. Para mí sería muy triste tener que acarrear esa sensación de que mis congéneres no pueden cambiar y empezar a ver a las mujeres como un ser humano completo fuera de su sexualidad. Si yo fuera hombre, estaría también bastante enfadada con los hombres.

Tras revisitar esta infancia y adolescencia que tuvimos, muchas me han escrito para decirme que les pasaba lo mismo. A mí me ha servido para sanar, como una terapia viva y se lo recomiendo a las que fueron niñas en mi época, pero también a los niños. Es muy importante que todos nos conozcamos y sepamos lo que había.