Dominio público

Querido hombre

Gabriela Wiener

Escritora y poeta

Pixabay
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A estas alturas casi todas conocemos de cerca a un hombre cancelado, alguno carismático, un amigo, incluso querido, incluso social o realmente muerto, con el que hayamos compartido parte de la vida y sobre el que pesa una denuncia más o menos pública por acoso sexual. De las experiencias que nos va dejando la era del MeToo, una de las más complejas es qué hacer cuando conocemos a un agresor que no se reconoce como tal, nunca en la misma medida del señalamiento; que ha cometido esta falta sin atenuantes pero, entendemos, tampoco merece la horca. Ay, si lo reconociera al menos, solo una partecita del estropicio, qué fácil sería todo, pero no. Ay, si fuéramos capaces de ver también nuestras violencias, pero no. Ay, si la cárcel no fuera solo para los pobres, pero sí.

Llego tardísimo, un año después, con la reseña de este libro pero ahí voy. La escritora francesa Virginie Despentes, la que con su Teoría King Kong nos dio toda la gasolina necesaria para quemar al patriarcado, se lame casi dos décadas después, con el mismo gesto punk, las yemas de los dedos y apaga por un momento la cerilla incendiaria para preguntarse y preguntarnos qué cojones hay entre "el violador eres tú" y el Querido capullo, como titula a su nueva y revulsiva novela. De algo estoy segura: Despentes ha escrito la comedia cruel del macho ante la última ola feminista y no ha dejado títere con cabeza –empezando por las feministas–, en su retrato y parodia del coloquio central de nuestra época.

Rebecca, olvidada actriz y referente feminista un poco involuntaria, y Óscar, escritor cínico con sobrepeso y de éxito relativo, empiezan una correspondencia cuando el segundo acaba de ser escracheado por Zoe Katana, una influencer feminista a la que "presuntamente" éste acosó en los días en que ella era la "chica de prensa" de la editorial que lo publica. Rebecca y Oscar descubren que se conocieron hace muchos años y provienen del mismo barrio, lo que descarna aún más su enredado encuentro. En pleno vendaval de la cancelación, la relación epistolar entre estos dos cincuentones desencantados, cada uno golpeado de distinta manera por el enemigo común (la existencia), pero con distintas miradas de lo que nos ha traído el feminismo contemporáneo – las masculinidades en cuestionamiento, la sororidad, la lucha contra la norma, el odio, el edadismo y otros extraños fenómenos paranormales–, va creciendo y viaja intensamente del insulto y enconado desprecio al diálogo y a las confidencias generacionales, para poco poco a internarse en la empatía y la emocionada comprensión de sí mismos.

La dinámica de las cartas que estructuran el libro de Despentes se me antoja más efectiva que cualquier hashtag, debate teórico, bronca en redes sociales o foro en el que nos hayamos enzarzado en los últimos años hablando de feminismo para exponer la diversidad de posiciones, razones, matices y contradicciones que arrastra la denuncia como una bola de nieve. Debe ser la literatura, que hace de clarividente cuando más confusas estamos.

La autora francesa consigue reflejar esa complejidad gracias a la deslenguada intimidad de sus personajes a vueltas con todo, supervivientes del alcohol y las drogas, que no temen cruzar verdades mientras nadie más los mira, mostrándose el espejo mutuamente, hasta hacer caer las nociones absolutas, las víctimas perfectas, lo políticamente incorrecto, el dedo acusador y las cadenas perpetuas. Pasajes que por sí solos podrían zanjar el debate sobre, por ejemplo, justicia punitiva o restaurativa, o cualquier otra cosa que nos tenía tiempo enrocadas, como cuando Rebecca le dice a un angustiado Oscar: "tener miedo a perder tu respetabilidad es de burgués". O Zoe Katana dirigiéndose en su mesiánico discurso final a las otras feministas a punto de cancelarla a ella: "Queridas hermanas, un esfuerzo más y ya casi somos tan estúpidas como los tíos". Hay en estas agudas sentencias nuevas posibilidades de autoconocimiento y redención. Y algún sentimiento auténticamente humano que se agazapa tras el discurso y se parece tanto a la amistad.

Despentes es la ventrílocua de todos los actores del conflicto, capaz de escarbar en la pestilencia que nos hermana y en la compasión que nos apesta. Y es igual de brillante perfilando a cada una de sus criaturas al punto de que es imposible tener claro de qué lado estar, es más, después de leerla estamos más cerca de no querer estar en ningún otro lado que no sea del lado de nuestra poca convicción en casi todo.

Y no es casual que se mencione a lo burgués como el peligro de cualquier bandera. Primero, que lo es, y segundo, Despentes vuelca en ambos personajes su propia consciencia de clase (ella misma se crió en el barrio de Rebecca y Óscar). La solución final parece estar revoloteando a la altura de la clase media baja. En una de sus últimas entrevistas contaba la escritora que en la construcción de los dos memorables personajes del libro, lejos de querer dar un mensaje de reconciliación post-metoo para hombres y mujeres a través del inesperado puente tendido entre Rebecca y Óscar, se propuso llevar a cabo una operación interseccional: si el género separa a Oscar y Rebecca, la clase les une, el barrio de mierda donde crecieron y el recorrido aspiracional que los ha llevado al mismo pero distinto punto sin retorno. Reclamar tener más en común con, por ejemplo, un hombre pobre y latino que con una mujer blanca y burguesa, es algo que vienen desde hace mucho señalando los feminismos no blancos, aunque pocos los escuchen. Desde su lugar en el mundo, Despentes recoge una parte de esta feroz crítica de las disidencias y la estrella contra un puñado de realidades y tesis del feminismo mainstream para ponerlas a girar hasta el vértigo y contra sus propias certezas.

Una siente leyendo Querido capullo como si nos hubieran dejado escuchar detrás de la puerta las conversaciones privadas de dos bandos que se desconocen mientras afuera estalla la guerra y hasta nos da un toquecito para que revisemos nuestro papel en ella. Lo que oficia Despentes no es la deposición de las armas ni el cese al fuego sino la declarada renuncia al sueño del poder para permitirnos acaso una incipiente ternura que empieza con una frase como: "Yo no soy solo eso, él/ella no es solo eso". Quizá es verdad y somos más que nuestra propia pestilencia. Esos son solo algunos de los ecos que quedan después de haber enfrentado al capullo: aprender a vivir con el dolor y la vergüenza, aprender a sortear la ola de mierda hasta la siguiente, aprender a esperar  y a mirar más allá de la estrategia y tener muy claro que sobre todo nos hermana la inevitabilidad del olvido y de la muerte.

Sirva también esta lectura para ver cómo ha evolucionado teóricamente la escritora de la que desde hace un tiempo solo nos llegan novelas llenas de sus contagiantes teorías. Con este libro, Despentes sigue sumando a su colección de voces de capullos y violadores, que empezó con las acalladas a tiros en Viólame y siguió exitosamente en la primera persona masculina que habita su trilogía Vernon Subutex. No olvidemos que la escritora fue en algún momento, como muchos y me incluyo, fan de un gran capullo: Bukowski. No se culpe a nadie por ello.

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