Dominio público

España inacabada, la necesidad de recuperar el debate territorial

Ignacio Muro Benayas

Director de la Fundación de Espacio Público.

Ilustración de Eneko.
Ilustración de Eneko.

Inmigración, patria y género constituyen los pilares en los que se asienta el discurso ideológico y la ofensiva reaccionaria de las fracciones proto-fascistas de la derecha en todo el mundo. Pero, mientras en buena parte de Europa, EEUU y el mundo, las tensiones vinculadas a las migraciones son el vector esencial de su movilización (con la teoría del gran reemplazo), en España, mucho más que la inmigración, es la cuestión nacional, reacción a los nacionalismos periféricos y, en especial, al Procés catalán, la que da alas al PP y Vox para confrontar a la izquierda.

Junto a la resurrección de una idea de España que recupera símbolos de la Reconquista, las derechas se han apropiado de la Constitución, blindando su significado y convirtiéndola en algo cristalizado e inamovible, un punto final sobre el que no caben reformas.

El apoyo de los medios conservadores a estos planteamientos los termina convirtiendo en recurrentes en tertulias y acaban generando lugares comunes con un efecto político. El resultado es que muchas capas de trabajadores, y en particular una multitud de jóvenes de todas las clases, también en las periferias obreras y sectores del campo, están siendo captados por las lógicas conservadoras.

El mito de la España eterna frente a la España abierta e inacabada

El eterno debate de la cuestión territorial renace con los mismos argumentos que en el pasado, convertido en el mejor pegamento entre las ideas conservadoras y las reaccionarias. Cumplidos 45 años de la Constitución del 78 nos encontramos con la realidad de un estado-nación que no termina de resolver su esencia plurinacional apuntada en el articulo 2 de su título preliminar y sigue sin completar un pacto interno de convivencia.  Como tantas veces en la historia retorna la sensación de España como tarea inacabada.

La idea de "nación inacabada" corresponde al filósofo francés Ernest Renan que, a finales del siglo XIX, adquirió especial relevancia al expresar una perspectiva que trasladaba al Estado la función de construir y alimentar pacientemente, desde arriba, el permanente ajuste de cohesión nacional en un "plebiscito cotidiano". No son las naciones las que terminan construyendo sus Estados sino más bien al revés, los Estados los que ahorman las naciones. Las celebraciones históricas se debían amalgamar con la exaltación de mitos y milagros locales, los grandes eventos con las fiestas populares... en un culto de unidad simbólica mezcla de realidades y ficciones. Las cohesiones nacionales en todos lo países de Europa se perfeccionaron en esa época con ese modo de operar.

En España, el "regeneracionismo" asumió esa voluntad pedagógica que Unamuno sintetizó en la máxima "tenemos que chapuzarnos en pueblo". Cuando más adelante Ortega reconoce que "España no existe como nación" y que solo es "el nombre de una cosa que hay que hacer", sigue al pie de la letra la lógica renaniana.  Ni cuarenta años de dictadura fueron suficientes para cumplir la tarea. En 1973, poco antes de iniciarse la transición, el sociólogo Juan Linz[1], constata que, para una gran mayoría de ciudadanos, España era una nación compacta con cuyo devenir se sentían identificados y solidarios, aunque para importantes minorías localizadas en Cataluña y País Vasco era sólo un Estado cuya autoridad reconocían mientras se sentían ciudadanos de una nación catalana o vasca.

La Constitución de 1978 y el Estado de las autonomías, que vinculó el retorno de la democracia con una idea plural de España, tuvo un éxito indudable durante 20 años, hasta que en 2008 saltó por los aires un modelo de crecimiento económico apalancado en las burbujas inmobiliarias y financieras que había infectado con la corrupción las comunidades de Madrid, Valencia, Baleares y Cataluña y el gobierno de España. Como consecuencia, explosionan los "equilibrios de la transición", el mito de su ejemplaridad basada en el consenso, el pacto de silencio que ocultaba los desmanes del rey Juan Carlos y, con la sentencia del Estatut, la coexistencia colaborativa con los nacionalismos.

Ocurrió, simplemente, que mientras el Estado Autonómico intentaba cohesionar España, las fuerzas nacionalistas hegemónicas en Cataluña y Euskadi aprovecharon las crecientes competencias estatales para desarrollar su sentimiento nacional y demandar mayores cotas de autonomía. El Plan Ibarretxe en 2005 y, sobre todo, el Procés (2012-2017) son la expresión evidente de esa maduración que tensa las costuras del Estado y retroalimenta la radicalización del nacionalismo español. Si hasta entonces el nacionalismo catalán había sido capaz de "construir país" en una labor paciente, el acelerón que supone el unilateralismo del Procés consigue construir una mayoría social alrededor del "derecho a decidir" pero también alimenta a una minoría capaz de quebrar la homogeneidad de la sociedad catalana en las elecciones de diciembre de 2017[2].  Muestra que Cataluña es, igual que España, una nación inacabada con fracturas potenciales si no se construye con paciencia y consensos suficientes.

Los retos de las cohesiones internas y la izquierda invertebrada

No es solo en España. La misma crisis del 2008 evidenció en todo el mundo el final del multilateralismo y el resurgir de los nacionalismos como tendencias del marco global. El Brexit por un lado y la victoria de Trump en EEUU en 2016, marcan el repliegue identitario de los países anglosajones que habían liderado la globalización neoliberal. La combinación entre las tensiones multiculturales que provoca la inmigración y los ajustes económicos y sociales que conllevan las transiciones tecnológicas y medioambientales aumentan los riesgos de repliegues nacionales, rupturas sociales y deterioros democráticos que están beneficiando al populismo protofascista.

Ante el reto de fortalecer la cohesión interna, la incomodidad de las izquierdas estatales con la cuestión territorial en España es evidente. Por un lado, la historia demuestra que, con sus contradicciones, los mayores saltos hacia el progreso son consecuencia de su convergencia con las fuerzas nacionalistas. Por otro lado, atravesadas por sentimientos contrapuestos, las izquierdas no son capaces de madurar un referente federal consistente que supere las pulsiones centralistas y, al tiempo, complemente y sirva de contrapeso a las izquierdas confederales o soberanistas de Catalunya, Euskadi o Galicia y otras comunidades.

Como resultado, las izquierdas estatales pierden peso, a veces simultáneamente, en la España interior y en las nacionalidades. Afecta al PSOE, pero, sobre todo, a las fuerzas situadas a su izquierda especialmente heridas por la fragmentación territorial y los localismos que han propiciado el estado autonómico. Lo que en los años 70 se simplificaba mediante una dualidad entre "comunidades históricas" (Cataluña, Euskadi y Galicia) y "resto de España", no puede mantenerse hoy: el Estado de las autonomías ha alimentado sentimientos nacionales en Andalucía, Valencia, Canarias, Baleares...y ha aportado una consolidación "identitaria", alimentada de agravios y mitos propios, en el resto de las regiones.

Contando con que el bloqueo de las reformas constitucionales continúe durante buena parte de la próxima década, alimentar la idea de España como nación de naciones parece la solución más factible para arbitrar un Estado funcional. Con una paradoja: si ese fuera el camino, quizás hoy sería más fácil que España reconociera a Cataluña y Euskadi como naciones que éstas, representadas por sus nacionalismos, reconocieran a España como nación. Y, sin embargo, la realidad parece apuntar a que una y otras, España, pero también Cataluña y Euskadi -y en mayor medida Galicia u otras comunidades con vocación soberana-, siguen siendo naciones inacabadas.  De modo que sólo reconociéndose en un todo como nación de naciones pueden conseguir su completud interna y evitar las quiebras sociales.

La necesidad de un balance crítico del Estado de las Autonomías

En España, la izquierda en el poder tiene una oportunidad única para redondear su discurso de avance de derechos con otra coherente de nueva cohesión territorial. Y en parte lo está haciendo. La inclusión del uso de las lenguas nacionales en el Congreso y el apoyo a la mayor visibilidad del cine catalán, vasco o gallego, es el mejor camino para ir asimilando los rasgos que asocian las ideas de "España abierta" con un proyecto plurinacional.

También puede utilizar la reforma de la financiación autonómica para avanzar en la clarificación de las competencias territoriales. Y lo mismo al definir e intentar institucionalizar nuevas formas de coogobernanza federales en la sanidad. Se trata de ir consolidando los rasgos simbólicos de un nuevo tipo de poder como parte de la necesaria batalla cultural en el terreno territorial.

Pero, al tiempo, hay que atreverse a hacer un balance del presente para abordar las disfunciones y desigualdades que está generando el desarrollo del actual Estado de las Autonomías que necesitaría una reforma que, muy probablemente, seguirá bloqueada durante buena parte de la próxima década.

Porque ocurre que, en el "mientras tanto", se está dando una oportunidad a las inercias históricas (centralismo, caciquismo, particularismos[3]) y a las fuerzas espontáneas del mercado (pugnas fiscales a la baja para captar capital) para que hagan su trabajo. El resultado es que, por un lado, se propicia la consolidación de desigualdades territoriales entre CCAA al provocar cada vez más diferencias en la cantidad y calidad de los servicios esenciales asociados al Estado de Bienestar, sanidad, educación, y rentas de subsistencia.  Y, por otro, se cronifica un Estado disfuncional, incapaz de abordar retos comunes que abarcan desde la coordinación de pandemias hasta la solución a las recurrentes sequías provocadas por el cambio climático. Una y otra tendencia contribuyen a que se rompa la mínima solidaridad necesaria para un proyecto compartido.

La ausencia de colaboración horizontal, la inexistencia de los mecanismos institucionalizados de cogobernanza, la generalización del unilateralismo en las relaciones "con Madrid", el uso generalizado de agravios comparativos como mecanismo electoral y alimento artificial de cohesión interna, está provocando la generalización del "qué hay de lo mío" y la dilución de lo común.

Tampoco las izquierdas son capaces de denunciar los elementos de deslealtad ocultos en las dinámicas de los últimos años. No solo del Procés en cuanto empeño unilateral. También que el bloqueo sistemático de la dimensión del Cupo vasco, concreción quinquenal del Concierto, impide utilizarlo como referencia de relación pactada con rasgos confederales solidarios. Por último, se ignoran también los elementos profundos que hacen posible la deslealtad creciente de Madrid como capital del Estado respecto al conjunto, algo inviable si se la dotará del status de Distrito Federal. Lo que se conoce como "madrileñismo"[4] es solo la expresión de un poder de facto, amparado en el dumping fiscal y el acaparamiento de la inmensa mayoría de los contratos públicos, que actúa como succionador de capitales y talentos de las ciudades y territorios cercanos, favoreciendo las dinámicas insolidarias hacia la España vaciada.

El mundo entra en una fase convulsa que necesita la máxima cohesión interna de las sociedades. Sin ese cemento, el sufrimiento de los ciudadanos, la desorientación del conjunto y la incapacidad para afrontar los problemas con los que nos enfrentamos se multiplicará. De eso no hay duda alguna.

Por todo ello, desde la Fundación de Espacio Público vamos a desarrollar un debate al que hemos invitado a representantes destacados de la izquierda junto a un conjunto de expertos de profundicen en las diversas perspectivas temáticas del problema territorial y que iniciaremos el próximo 2 de abril.  Te invitamos a seguirlo.

 

Referencias:

[1] Joan Romero en "La España inacabada". La Vanguardia 14.02.2023. https://www.lavanguardia.com/local/valencia/20231014/9294469/espana-inacabada.html

[2] Ciudadanos galvaniza el voto del "cinturón rojo" con mayor peso de la inmigración y se convierte en la minoría más votada con el 25% de los votos.

[3] Señala Carlos Sánchez en su libro "Capitalismo de amiguetes" que los únicos lobbies que funcionaron realmente en España en los últimos 200 años, fueron los grupos de interés regionales, que medían su peso en la capacidad de influencia en las instituciones de Madrid. Ese mecanismo canalizó también los intereses de los sectores económicos más potentes que nunca tuvieron capacidad para influir directamente.

[4] De cómo Madrid "construye" España. El modelo metropolitano extractivo de Ayuso.  https://economistasfrentealacrisis.com/de-como-madrid-construye-espana-el-modelo-metropolitano-extractivo-de-ayuso/

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