Este artículo se publicó hace 3 años.
Shugufa Jani, afgana en España: "Me forzaron a casarme con un hombre que tenía casi 30 años más que yo"
Shugufa tenía 17 años cuando su padre decidió desposarla por la fuerza con un primo lejano que le doblaba la edad. No tenía otra elección: bajo amenazas y malos tratos constantes, vio truncados sus planes para ser una mujer libre, con sus derechos y sus sueños. Su caso pone rostro a las jóvenes afganas que afrontan matrimonios forzosos: un tercio de las niñas contraen matrimonio antes de los 18 años.
IBON PEREZ
Madrid-
Al pasar por uno de los pasillos de un gran almacén de Madrid, una mujer de ojos grandes y pelo de color azabache, roza con las manos un catálogo de bodas que muestra en su portada un casamiento/una celebración que ella nunca pudo tener/ que ella nunca tuvo. "No son buenos tiempos para el amor en Afganistán, si es que algún día lo fueron…", murmura. "Se exaspera. Quiere/Querría/Quisiera entregar sus pensamientos al olvido pero no puede, la realidad no se lo permite. Su preocupación está justificada: en estos momentos, mientras ella hace la compra en un centro comercial sin usar el velo o la hiyab y sin tener que ir acompañada obligatoriamente de un varón, sus hermanas y sobrinas están ingeniándoselas para esconderse de los talibanes.
Shugufa, que así se llama la mujer, aligera el paso para llegar a tiempo a un bar lleno de clientes que, guardando las distancias de seguridad frente a la covid-19, hacen cola para pedir aperitivos y bebidas a la hora del vermut. En Kabul, dice, trabajar en un bar de camarera podría suponer la pena de muerte para una mujer pero hacerlo en España es una forma de socializar y de olvidar los problemas que te atormentan mientras atiendes a la gente. Confiesa que le ha ayudado- y mucho- recibir el cariño desde el otro lado de la barra. "Gracias a mi relato, la clientela ha conocido el día a día de las mujeres afganas y valora más la suerte de las que han nacido aquí", comenta la afgana.
"Lo único que me tranquiliza es que las afganas desperdigadas por todo el mundo unamos nuestra voz y seamos un gran altavoz. Esto que me ha ocurrido a mí lo están viviendo muchas jóvenes en Afganistán y debemos hablar por ellas que no pueden o las quieren mantener calladas", manifiesta esperanzada, haciendo alarde del sentimiento feminista y un espíritu revolucionario.
Papá, ¿quién es ese viejo?
El suyo fue un noviazgo a ciegas, la caída al abismo desde una cima, el pasaporte a ninguna parte, ser enterrada en vida. Nunca se habían visto en persona ni habían hablado por teléfono ni tan siquiera se habían intercambiado una fotografía previamente. "Con la perspectiva que me da vivir en una cultura diferente, puedo decir que parece que provengo/pareciera como si proviniese de la Edad Media, con las salvajes costumbres propias de esa época", admite avergonzada.
La madre de Shugufa había fallecido a consecuencia de un cáncer fulminante y fue su padre el que se había encargado/el que se encargaría de organizarlo todo. "No me dejó elegir. No me dio otra alternativa. Me privó de derechos tan básicos como la educación y me impidió ser la joven que era, una chica sana, con sus inquietudes y sus ansias de libertad", enumera entre lágrimas.
"Nos vimos en el aeropuerto por primera vez y me quede aterrada. Mi futuro marido no me gustaba nada" se sincera. El hombre, 25 años mayor que ella, estaba enfermo y acabaría postrado en la cama. Ella, en cambio, dejaría de ser niña para convertirse en mujer, en criada, en una sirvienta esclavizada y en una esposa anegada. Al narrar esto no puede evitar esbozar un verdadero gesto de asco y repulsión. "En vano, imploré a mi padre que regresásemos a casa", recuerda. -"¿Quién es ese hombre tan mayor que cojea, papa?", pregunto sin obtener respuesta.
Hoy por hoy, aunque ese infierno ya quedó atrás, Shugufa no ha podido perdonar a su padre, un ex jefe de la policía afgana que actualmente reside en Alemania. Con una mirada que es capaz de helar el alma, cuenta que su progenitor la trajo a España para unirla en matrimonio con un primo lejano que llevaba cuarenta años residiendo en nuestro país. "Mi padre me pegaba para que no le contrariase y no estropease su obra maestra, el plan macabro que tan laboriosamente había creado", susurra tratando de no romperse y de hacerse (en) mil pedazos.
Al igual que las doncellas medievales eran entregadas como tributo a un dragón en las leyendas, la afgana quedó en manos de un monstruo de rostro humano que la tomaría en contra de su voluntad cada noche. Shugufa es tajante: "obligar a las mujeres a la esclavitud sexual bajo la apariencia de un matrimonio es un crimen contra la mujer y la humanidad".
Según informes recientes de Naciones Unidas, la pandemia ha disparado el matrimonio infantil en el país asiático y la mayoría de las mujeres están experimentando las mismas violaciones de derechos que hace 20 años. "Mi caso es la punta del iceberg. Llegué en el año 1997 a Madrid y desde entonces, en vez de descender, los casos de chicas muy jóvenes, de entre 14 y 15 años, obligadas a casarse no han hecho más que crecer en Afganistán", apunta Shugufa. "En vez de ir para adelante, con la llegada de los Talibán vamos a ir hacia atrás".
Encarcelada en vida
El sufrimiento de Shugufa se hizo evidente el día en el que se trasladó a vivir a la casa de su cónyuge. "Era una adolescente en una tierra extraña donde la gente hablaba una lengua desconocida", relata. "Tenía que permanecer con mi marido sí o sí, no conocía a nadie más, y era como aferrarme a un clavo ardiendo".
No reunió el valor suficiente para enfrentarse a los designios de su padre, porque el precio a pagar era muy elevado. La vergüenza y el estigma, la amenaza y el destierro. Oponerse a la voluntad del cabecilla de la familia suponía perder su apoyo, el único nexo de unión con el resto de los miembros de su estirpe.
"Fuí sometida, condenada a décadas de internamiento en una ciudad que no era la mía", se sincera la mujer mostrando las arrugas que van floreciendo bajo los ojos, signo/ clara señal del avance del paso de los años. "Estuve encerrada, casada con un hombre al que no quería, pegada las 24 horas a él, cuidándole día y noche durante 24 años", añade. "He sido víctima de mi familia", apostilla con resignación la kabuli.
Shugufa significa bonita flor en persa y la afgana, haciendo honor a su nombre, ha luchado con todas sus fuerzas para que no la marchitase ni secase nadie. "Todas tenemos derecho a ser felices, de serlo con quien queremos serlo y cómo queremos serlo", clama a los cuatro vientos. "Todas tenemos derecho a una segunda oportunidad", reflexiona.
A la afgana, "al menos", le consuela no haber sido víctima de maltrato físico pero, su cerebro está lleno de episodios que le han dejado cicatrices en el pensamiento. "Mi marido no me podía pegar palizas porque estaba encamado pero el abuso psicológico duele más".
La pueden matar
El hombre con el que la casaron murió hace dos años y de volver a Afganistán , Shugufa podría ser asesinada al poner un pie en el país de oriente medio, víctima de una deuda de honor. La afgana ha tratado de recuperar los momentos perdidos y, pasados los cuarenta, se ha enamorado por primera vez , una subordinación que le podría costar la vida.
"He encontrado un nuevo esposo para ti. Te vas a tener que casar con el hermano de tu difunto marido". "Pensé que mi padre hablaba en broma", explica Shugufa. Pero su padre no bromeaba: hablaba muy en serio. "En Alemania conocí a mí pareja actual y mi padre anunció que mi ex familia política tomaría represalias", detalla. "¿Quién se atreve a decir 'no' a un padre siendo mujer", se cuestiona la afgana. Desde hace dos años el mutismo es absoluto, no sabe nada sobre él.
Más represión y abandono de la comunidad internacional
Shugufa ha sabido/ha conocido que esta semana se han recrudecido las políticas contra las mujeres en Afganistán. "Los talibanes han separado a las mujeres y a los hombres en las universidades, dispersan con fuego real a las pocas valientes que se atreven a protestar contra ellos en las calles y han asesinado a una policía afgana embarazada de 8 meses delante de su marido y su hijo por el hecho de haber sido mujer y desempeñar un cargo publicó", describe la afgana con asombro.
"Aseguraban ser menos sangrientos y más dialogantes, pero en su regreso son lo que siempre han sido", valora Shugufa.
"Yo por ahora estoy segura, pero ¿qué futuro les espera a mis amigas y a las chicas de mi familia?, apunta. Por momentos le invade la nostalgia y la incertidumbre se apodera de ella cada vez que se acuerda de las dos hermanas y de los cinco sobrinos que dejó en Afganistán. "Están viudas, sin sus maridos no pueden salir adelante", nos dice. Hace una confesión: "En 2010 , los Talibán mataron a uno de mis cuñados porque trabajaba para el gobierno. Lo amenazaron dos veces, no quisimos prestar atención a esas advertencias y un buen día, un individuo se bajo de un coche frente a su casa y le dio tres disparos certeros en el corazón. Nos quedó claro el mensaje", expresa apenada.
Tras el acuerdo de Doha (Qatar) entre el gobierno de Estados Unidos, presidido por Donald Trump, y los talibanes, quedaron liberados hasta 5.000 radicales islamistas de las cárceles. Uno de los prisioneros puestos en libertad era el asesino de su cuñado y temen represalias. "Mi hermana tiene miedo por sus hijos, ya no tanto por ella. Han visto al hombre que mató a su marido en el pueblo donde viven. Encima que les han matado en vida, encima que les han dejado sin padre y sin marido, tienen que huir de su verdugo", concluye llena de rabia.
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