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Choque de trenes China-EEUU

Quinta y última entrega de la serie de cinco capítulos de la veterana periodista especializada en Asia Georgina Higueras, que vuelve a la Ruta de la Seda para dibujar un recorrido antropológico, político y económico del hoy símbolo del renacer del gigante asiático

Ruta de la seda.

GEORGINA HIGUERAS

La revolución emprendida por Xi Jinping para revitalizar la antigua Ruta de la Seda ha encendido todas las alarmas en Washington. Estados Unidos ve el megaproyecto de infraestructuras de transporte como un desafío al orden económico establecido tras el que se esconde la voluntad china de dominar el continente euroasiático. Muchos analistas consideran que la rivalidad entre los dos países desatará una nueva guerra fría. Los más agoreros, como el financiero George Soros, advierten de la proximidad de una tercera guerra mundial.

La iniciativa de Xi, denominada Un cinturón-una ruta, pretende construir todo un entramado de conexiones terrestres y marítimas de personas y mercancías y de conducciones de gas, petróleo y alta tecnología con el que alimentar la insaciable locomotora china. Muchos lo ven como la respuesta de Pekín a la decisión de Barack Obama de convertir Asia en su prioridad estratégica y al intento de frenar el desarrollo de su rival con el Tratado Transpacífico de Asociación (TPP, en sus siglas en inglés), que ha ofrecido a los 11 grandes países ribereños del Pacífico sin tener en cuenta a China. Según la revista Foreign Policy, cuando se le preguntó a un funcionario del Departamento de Estado qué otros países podían sumarse al TPP, respondió: "Cualquiera menos China".

Estados Unidos no ha sabido encajar el ascenso de China y ha hecho oídos sordos a sus demandas de tener más juego en las instituciones económicas creadas tras la Segunda Guerra Mundial, como el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial. Esta negativa ha llevado a Pekín a establecer otras paralelas desde las que apoyar sus planes e inversiones en países emergentes. Destaca entre ellas, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras (BAII), que cuenta con 57 miembros fundadores, incluidos algunos de los más estrechos aliados de Washington, como Reino Unido, Australia o Corea del Sur, pese a que EE UU recomendó que no lo hicieran. China cursó una invitación para sumarse al BAII tanto a EE UU como a Japón, pero ambos la declinaron. Estos dos países están ligados por un acuerdo de defensa que cubre incluso unas islas en el mar del Este cuya soberanía reclama Pekín.

Diplomacia económica

Mientras la Casa Blanca se enredaba en devastadoras guerras como las de Afganistán e Irak, el Zhongnanhai (la sede central del Partido Comunista Chino y del Gobierno de la República Popular) desplegaba sus redes doradas por los cuatro rincones del mundo. "La mejor victoria es vencer sin combatir y esa es la distinción entre el hombre prudente y el ignorante", señala Sun Zi en su libro El arte de Guerra, cuya filosofía gobierna las relaciones exteriores de China desde hace 2.500 años. Empeñado en el renacer del Imperio del Centro, Xi Jinping parece haber hecho suya la estrategia del maestro y ha recurrido con mucho más empuje que su predecesores a la diplomacia económica para atraer a decenas de países a su proyecto.

Es evidente que lo que más inquieta a Washington es el creciente acercamiento entre Moscú y Pekín. El pasado julio, durante el interrogatorio para la confirmación en el Senado del general de Marines Joseph Dunford como nuevo jefe del Estado Mayor Conjunto, éste señaló que en la actualidad Rusia y China suponen la mayor amenaza para la seguridad nacional de Estados Unidos. Aunque posteriormente el Departamento de Estado matizó las palabras del militar, la subsecretaria de Defensa Christine Wormuth también indicó que la seguridad de Estados Unidos atraviesa un momento increíblemente difícil y se enfrenta, tal vez, al "mayor desafío de las dos últimas décadas".

Reunión de la Consejera de Seguridad de Estados Unidos y el ministro de Exteriores chino en Pekín. (REUTERS)

La nueva Ruta de la Seda juega un papel fundamental en el matrimono de conveniencia de China y Rusia, que desde mayo es el primer suministrador de hidrocarburos del gigante asiático. Entre los muchos acuerdos firmados por ambos países destaca el alcanzado en 2014 por valor 400.000 millones de dólares para la entrega de 38.000 millones de metros cúbicos de gas anuales a partir de 2018, a través de gasoductos que ya están en construcción. Lastrada por la crisis de Ucrania, las sanciones económicas de Occidente, la bajada del precio del crudo y la urgencia de recursos financieros, Rusia se ha dejador abrazar por China y ha echado a un lado el recelo hacia los planes de esta en Asia Central.

China ha aprovechado la salida de Estados Unidos de Afganistán para volcarse en la conquista de esa región y las buenas relaciones con Moscú –Vladímir Putin está a favor de vincular la Ruta de la Seda con su Unión Económica Euroasiática-- dificultarán el regreso norteamericano. "Si China consigue conectar su pujante industria con el corazón terrestre de Eurasia, de vastos recursos naturales, entonces es posible que, como predijo en 1904 [el geógrafo británico] Halford Mackinder, 'un imperio de alcance mundial esté a la vista'", alerta el historiador de la Universidad de Wisconsin-Madison (EE UU) Alfred McCoy.

La primera economía del mundo

El Pentágono ha reforzado sus alianzas y acuerdos militares con los países del entorno chino –Japón, Corea del Sur, Filipinas, Australia, Vietnam, Malasia y Singapur— y China ha hecho alarde de sus 3,8 billones de dólares de reservas en divisas para poner en marcha Un cinturón-una ruta, el macro proyecto con el que pretende garantizarse el crecimiento económico y que afecta a 4.400 millones de personas y 65 países. Según el FMI, China es la primera economía del mundo por Paridad de Poder de Compra (PPP, en sus siglas en inglés), al alcanzar a finales de 2014, los 17,63 billones de dólares, frente a los 17,41 billones de EE UU.

Este espectacular avance chino ha cogido a EE UU por sorpresa y no sabe cómo abordarlo. De una parte, los empresarios quieren seguir lucrándose con los negocios que realizan con el dragón asiático. De otra, temen que el crecimiento descontrolado de ese país les pase factura. De igual modo, los militares consideran que es urgente frenar las ambiciones navales y soberanistas chinas frente a sus vecinos más pequeños: Japón, Filipinas, Vietnam, Malasia y Brunei. De otra, temen que un acto de fuerza o un accidente desate una guerra de consecuencias inimaginables.

Lo que más desconfianza genera en Washington es la Ruta de la Seda marítima, que pretende la construcción de grandes puertos de aguas profundas por todo el sureste asiático hasta las costas de África. Un informe del Pentágono sostiene que no solo servirían a objetivos comerciales sino que su fin último sería apoyar la ambición china de convertirse en una potencia naval. Muchos expertos consideran "inevitable" un conflicto en el mar del Sur de China, donde las Armadas de los dos países ya se han enseñado los dientes. Enlace vital entre el Pacífico y el Índico, por el que pasa buena parte del comercio mundial, incluido el 85% de los intercambios comerciales chinos, Pekín reclama la soberanía sobre el 80% de las aguas de este mar de 3,5 millones de kilómetros cuadrados de extensión y de muchos de sus islas e islotes. Estados Unidos defiende su presencia militar en la zona con el argumento de la necesidad de "reequilibrarla" y "garantizar la libertad de navegación".

India se deja querer

La Ruta de la Seda marítima afecta directamente a India, otro gigante cuyo interés se disputan Washington y Pekín porque su inclinación hacia uno u otro influirá seriamente en el futuro de ambos. India, que forma parte de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Suráfrica) y preside el Nuevo Banco de Desarrollo, creado recientemente por el grupo, se sumó el pasado julio a la Organización de Cooperación de Shanghai, en la que se integran China, Rusia, las antiguas repúblicas soviéticas centroasiáticas y Pakistán. Sin embargo, recela enormemente de China por el diferendo fronterizo que mantienen y por su avance sobre el Índico, el océano que tradicionalmente ha gobernado India.

China también está dotándose de los medios a su alcance para socavar el intento norteamericano de cercarla. (REUTERS)

China también está dotándose de los medios a su alcance para socavar el intento norteamericano de cercarla. (REUTERS)

China también está dotándose de los medios a su alcance –lo que ha desatado una peligrosa carrera armamentista— para socavar el intento norteamericano de cercarla. Está ampliando la base naval de Longpo en Hainan, una isla en esas conflictivas aguas, para construir su primera base de submarinos nucleares. El dragado de arena realizado en los últimos meses para elevar los arrecifes, ha permitido la construcción de al menos tres islas artificiales que podrían convertirse en aeródromos militares. Y se ha permitido desaconsejar formalmente a EE UU los sobrevuelos de los aviones espía de su Armada. Joseph Nye, presidente del Consejo Nacional de Inteligencia norteamericano, asegura que ya hay una pista de aterrizaje de 3.000 metros en el arrecife Fiery Cross (Yongshu, en chino), que controla Pekín y cuya soberanía le disputan Filipinas y Vietnam.

Además, Pekín ha comenzado a diseñar distintas estrategias para desafiar el dominio ciberespacial de su rival. Se está dotando de enormes capacidades para la guerra cibernética y quiere completar su propio sistema global de satélites para 2020.

Tanto Washington como Pekín han reiterado que no quieren una confrontación, aunque la insistente presencia de buques estadounidenses y las críticas del Pentágono contra el dragado de los atolones revelan su firme oposición a la supuesta militarización del mar del Sur de China. Muchos estrategas norteamericanos sostienen que es necesario presionar aún más a China para que se retire de esas conflictivas aguas. Pero cada día es más evidente que China no se moverá por la coerción de Estados Unidos. Xi Jinping ha dejado claro que cuanto más presione Washington más contundente será la respuesta china. Es tiempo de diálogo si se quiere evitar un choque de trenes.

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