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La corrupción frena la locomotora de Lula

Los escándalos de la clase política brasileña empañan los logros del Gobierno del PT. El presidente ha hecho la vista gorda ante ciertas irregularidades públicas

NAZARET CASTRO

Si después de siete años en el poder, Luiz Inácio Lula da Silva mantiene índices de popularidad históricos, de alrededor del 80%, no es por casualidad. El actual presidente se lo ha ganado tras dos legislaturas de crecimiento económico y reducción de la pobreza. Sin embargo, el mayor país de Latinoamérica sigue cargando con dos problemas que no son menores: de un lado, la violencia, consecuencia de la desigualdad social, que se manifiesta en su forma más brutal en las favelas de las grandes urbes, donde la policía abusa de su autoridad con total impunidad.

De otro, la corrupción política, que escándalo tras escándalo viene a demostrar que Brasil es aún un país caciquil y clientelista. Es la otra cara de esa nación que ha dejado de ser el eterno país del futuro y asombra al mundo con su pujanza económica y su cada vez más determinante presencia en la escena internacional.

En Brasil, es corriente que el corrupto dimita y así quede impune

Hasta para un pueblo acostumbrado a la corrupción como lo es el brasileño, las imágenes difundidas en las últimas semanas de los fajos de dinero que se guardaban en los bolsillos, en los calcetines y hasta en la ropa interior el gobernador y otros cargos públicos del Distrito Federal de Brasilia han sido de una contundencia obscena. Nunca antes un caso de corrupción había estado tan bien documentado.

En los vídeos que destaparon el escándalo aparecían dirigentes políticos recibiendo grandes sumas de dinero durante la campaña electoral de 2006. La Policía federal sospecha que se trata de grandes sumas no declaradas procedente de empresas a las que se adjudicaron contratos gracias a sus alianzas con los políticos. El nombre de la operación policial es muy revelador: Caja de Pandora.

El protagonista principal de la trama es José Roberto Arruda, que ha pasado de ser la gran promesa del DEM (los Demócratas, principal representante de la derecha liberal) a todo un cadáver político. Los vídeos son devastadores, incontestables. Y la reacción de Arruda tampoco ha ayudado: dijo que el dinero que se manejaba en las imágenes era para comprar panettone, un dulce típico navideño, a los niños pobres. El diario O Estado de São Paulo se encargó de demostrar que Arruda sumaba al delito la mentira y el cinismo.

Ningún partido, ni siquiera el de Lula, ha quedado fuera de los escándalos

No es la primera vez que Arruda se ve implicado en un escándalo de corrupción. En 2000 se vio obligado a renunciar a su escaño en el Parlamento, se condenó al ostracismo por un tiempo y reapareció después como el único gobernador electo por el DEM. Es habitual en Brasil que el corrupto dimita para evitar que avance la investigación: esta, rara vez concluye, y de ahí la sensación de impunidad que tiene la opinión pública. Pero esta vez será difícil que Arruda vuelva al ruedo político, y mucho menos que se presente a la vicepresidencia con José Serra, tal y como anunciaban algunas quinielas electorales.

Buena parte de las películas fueron filmadas por Durval Barbossa, ex delegado de la Policía Civil envuelto en 37 casos de malversación de fondos públicos, lavado de dinero y otras lindezas. Barbossa fue el escogido por Arruda para coordinar su campaña electoral en 2006. Sabedor de que tenía muchas posibilidades de ser condenado, Barbossa cambió una futura reducción de la pena por su colaboración con el Ministerio Público federal. Hoy está en el programa de testigos de este ministerio.

Las acusaciones de corrupción han tocado a Sarney, el aliado de Lula

El entramado es de tales dimensiones que aún queda por ver hasta dónde llegará. Por el momento, ya ha salpicado a los gobiernos del Estado de São Paulo, dirigido por el candidato presidencial José Serra, y al de la capital paulista, ambos del Partido de la Socialdemocracia Brasileña (PSDB), la principal formación de la oposición a Lula.

La corrupción es un mal endémico en Brasil: no hay partido que se libre. De ahí que, más allá de los discursos vacíos, ninguna formación política tenga autoridad moral para condenar a los corruptos. El Partido de los Trabajadores de Lula desempeñaba ese rol de ética inmaculada hasta que, en 2005, estalló el episodio del mensalão, en referencia a los pagos mensuales que recibían los parlamentarios por apoyar los proyectos de ley del Gobierno. Se trataba en realidad de una práctica común en el país, también en los anteriores gobiernos.

En cuanto a la otra formación política brasileña, el Partido del Movimiento Democrático Brasileño, actual aliado de Lula, quedó tocado cuando, hace unos meses, José Sarney, ex presidente y actual titular del Senado, estuvo en el punto de mira bajo graves acusaciones de corrupción.

Después del mensalão, la imagen de Lula y de su partido resultó muy dañada. Sin embargo, Lula supo desmarcarse de aquel descontento y, a día de hoy, parece inmune a los escándalos. Eso sí, la pragmática condescendencia del presidente hacia Sarney vino a evidenciar su dependencia de su aliado, al que necesita tanto para sacar adelante las leyes en el Parlamento como para apoyar la candidatura de Dilma Rousseff este año. Del mismo modo, Lula ha mirado hacia otro lado cuando han salido a la luz irregularidades en la empresa estatal Petrobras y en el Programa de Aceleración del Crecimiento, la principal bandera de Rousseff.

En el último informe de Transparencia Internacional sobre percepción de la corrupción, Brasil figuraba en el puesto 75, lejos de Argentina (106) o Venezuela (162), pero también de Chile y Uruguay, que compartían el 25 puesto. Aunque la nota brasileña había mejorado ligeramente, lo cierto es que Lula no ha conseguido grandes avances en este campo. Sigue siendo una de las deudas pendientes con su opinión pública de la clase política brasileña.

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