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La OTAN se somete a revisión a sus 70 años y tras seis grandes crisis

La doctrina del 'America, first' ha removido los pilares de las relaciones transatlánticas. En su institución más emblemática, la que vela por la seguridad del sistema internacional nacido de la post-guerra mundial. Pero, más allá de la exigencia de mayor gasto financiero a los socios europeos o de las tensiones que genera a Rusia la ampliación de su órbita de influencia, la Alianza Atlántica ha sobrevivido a seis grandes riesgos bélicos en sus siete décadas de vida.

OTAN. Stephanie Lecocq / EFE

DIEGO HERRANZ

Hace setenta años, doce países suscribieron el Tratado del Atlántico Norte. Era el 4 de abril de 1949 y en sus estatutos fundacionales se establecía una entente cordiale, con compromiso de intervenciones de defensa colectiva en caso de ataque a alguno de sus socios, para combatir a la Unión Soviética de Josef Stalin.

Siete décadas después, la OTAN ostenta 29 Estados miembros, varios de ellos, naciones que integraron el bloque del Pacto de Varsovia, algo que irrita de forma clamorosa a la Rusia de Vladimir Putin y se encuentra ante una crisis existencial mayúscula. No sólo por establecer su futuro sistema de financiación, que necesariamente reducirá la porción de la factura estadounidense y, en contraprestación, requerirá unos mayores desembolsos a sus socios europeos, a los que la Casa Blanca les ha notificado que sus aportaciones deberán superar el 2% del PIB, el límite inicialmente impuesto por Donald Trump. También y, sobre todo, por la imperiosa necesidad de dibujar las fronteras de su expansión geográfica. Un asunto nada baladí. Porque su propagación al Este se interrumpió con la invasión rusa de Crimea, en pleno Maidan o revolución política en Ucrania que, más allá de cualquier teorema de definición precisa, resultó ser un intento de Kiev de alejarse de Rusia y de aproximarse a Europa.

El Kremlin ha tenido éxito a la hora de contener a su vecino ucranio, al que cedió la mitad del arsenal nuclear de la Armada soviética y, de paso, a frenar el ímpetu de la organización militar occidental. De igual manera que ha logrado agitar los cimientos del cuartel general de la Alianza Atlántica en Bruselas cada vez que ha realizado maniobras militares conjuntas en su triángulo báltico. Rusia se ha logrado sacudir la intimidación que le ocasiona el despliegue de contingentes militares de la OTAN en Lituania, Letonia o Estonia, tres ex repúblicas soviéticas. Y lo ha hecho con fuego militar cruzado. Es decir, con ejercicios bélicos que han coincidido cronológicamente con las sucesivas y extraordinarias operativas atlánticas de los últimos años en la zona. Por todo ello, la prometida adhesión de Bosnia-Herzegovina, Macedonia y, sobre todo, de Georgia -otra nación bajo el estricto yugo político de Moscú-, tiene visos de seguir en cuarentena.

La ampliación de la OTAN al Este y sus maniobras militares en territorios próximos a Rusia han rearmado militar y estratégicamente al Kremlin

Sin embargo, estas tensiones geoestratégicas no han sido las únicas que han convulsionado las estructuras internas de la Alianza. Basta recordar que, durante la Guerra Fría, defendió de un modo efectivo a Europa Occidental con el despliegue de armamento nuclear estadounidense. Hasta que, en 2012, bajo la Administración Obama, retiró su última arma de origen atómico una vez se consumó un proceso de desarme por el que se desmanteló el 90% de sus arsenales en el Viejo Continente, fruto de la política de distensión entre las dos superpotencias que antecedió y sucedió al colapso de la URSS. Aunque se mantenga la ampliación del programa del B-61, su bomba termonuclear, por petición de la OTAN, por otros 30 años, de manera táctica y con un coste de 8.000 millones de dólares. Hasta en seis ocasiones la atmósfera pacífica se ensombreció y obligó a su cúpula militar a sopesar la activación del botón nuclear. Si bien, y paradójicamente, su primera acción de combate aconteció tras la desintegración de su enemigo acérrimo, la Unión Soviética. Estas son las seis grandes crisis por las que ha atravesado la Alianza.

1.- Construcción de la alambrada de espinos que dividió la ciudad de Berlín en 1961

Decretada y realizada por el Ejército soviético. Acción a la que respondió de inmediato EEUU posicionando sus unidades blindadas en su lado del checkpoint de la capital berlinesa y enfrentándose a las tropas de la Alemania Oriental, apoyadas militarmente por el Kremlin. Los temores a que estas escaramuzas iniciales se convirtieran en una escalada nuclear entre las dos superpotencias se incrementaron hasta el punto de hacer sonar todas las alertas. El conflicto se apaciguó, pero propició el Muro de Berlín y prolongó otros 28 años la separación de Berlín.

2.- La crisis de los misiles de la Bahía de los Cochinos

En octubre de 1962, un avión espía U-2 del Ejército estadounidense toma fotos del despliegue de misiles soviéticos de la construcción de plataformas de lanzamiento en Cuba. Después de varios días de deliberaciones secretas, el entonces presidente estadounidense, John F. Kennedy, impuso un bloqueo naval alrededor de la isla caribeña para impedir que barcos soviéticos realizaran las entregas necesarias para forjar su despliegue de misiles nucleares. El dirigente soviético, Nikita Kruschev, acordó la retirada del arsenal balístico a cambio del compromiso de Washington de no invadir Cuba. De forma secreta, la Casa Blanca también accedió a replegar sus misiles atómicos en Turquía, socio de la OTAN.

3.- En 1983, un ejercicio militar masivo de la OTAN estuvo cerca de desencadenar un conflicto nuclear

Durante los ejercicios militares denominados Able Archer 83, los oficiales al mando de estas extraordinarias maniobras, que involucraron a más de 40.000 soldados, iniciaron prácticas militares dirigidas a contrarrestar un ataque nuclear, un simulacro de guerra atómica que activó todas las alarmas de ataque en la Unión Soviética que las consideró como un ataque preventivo.

4.- En 1995, la Alianza lanzó una campaña aérea contra posiciones serbobosnias

Fue el inicio de la Guerra de los Balcanes y propició la extinción de Yugoslavia. El líder serbobosnio Radovan Karadzic llevó a cabo una campaña militar de limpieza étnica en Bosnia-Herzegovina diseñada para acabar con los bosnios de origen musulmán, mayoritarios en esta república yugoslava. Los ataques establecieron una zona de exclusión aérea, decretada por Naciones Unidas, que debía ser vigilada por la OTAN. En febrero de 1994, cazas aliados abatieron cuatro aviones de combate serbios. Acción que se considera la primera operación bélica en la historia de la OTAN. Casi tres años después de la desintegración oficial de la URSS. Las fuerzas serbias perpetraron en julio de 1995 la masacre de Srebrenica, donde perecieron más de 8.000 civiles. La OTAN respondió con una campaña de incursiones aéreas que precipitaron los llamados Acuerdos de Dayton, con los que se pone fin a la Guerra de Bosnia y que se firmaron en noviembre de 1995.

5.- Otro conflicto en los Balcanes, esta vez en Kosovo

Surgido por una crisis de refugiados y la muerte masiva de civiles. La OTAN, esta vez sin el consentimiento del Consejo de Seguridad de la ONU, inicia una oleada de ataques aéreos que dura 78 días. En 1999. Contra las fuerzas serbias que fueron acusadas de genocidio. La Alianza ordenó más de 38.000 vuelos y forzó al presidente Slodoban Milosevic a retirar las fuerzas serbias de Kosovo.

6.- Los atentados del 11-S invocan por primera vez la cláusula de defensa colectiva

Los socios de la Alianza conformaron la Fuerza de Asistencia y Seguridad Internacional para combatir a los talibanes en Afganistán, donde Al Qaeda, grupo terrorista que inspiró los primeros ataques en suelo estadounidense de la historia del país, dirigido por el multimillonario saudí Osama bin Laden, que pasó a ser el terrorista más buscado por la CIA, tenía sus campos de entrenamiento yihadista. La misión de la OTAN continúa bajo la Operación Apoyo Decidido.

¿Hacia dónde va la OTAN?

La Alianza está sometida a un doble debate en la actualidad. Uno financiero. A Trump no le vale el cheque al portador del 2% del PIB de cada uno de los socios militares europeos. Después de largos meses de exigencias, en los que los países de la UE han acabado aceptando la reclamación de gastos de la Casa Blanca, en medio de mensajes en favor de un Ejército común, Washington ha comunicado a Jens Stoltenberg, el secretario general de la OTAN que los aliados tendrán que aportar 100.000 millones de dólares adicionales en material militar antes de que finalice 2020. Para afrontar los desafíos del rearme mundial, explica el tuit presidencial en el que Trump trasladó la nueva reivindicación americana. El resto de socios “han escuchado alto y claro la idea del presidente Trump, que ha sido impactante, y están sopesando la propuesta”, replicó el jefe de la OTAN, quien dijo sentirse “feliz” de que el dirigente estadounidense “nos haya ayudado a valorar un nuevo escenario de gastos compartidos dentro de la alianza”.

Out of whack. Fuente: Bloomberg

Out of whack. Fuente: Bloomberg

Respuesta diplomática, a medio camino entre la aceptación formal y la consigna que parece que se ha implantado en las cancillerías occidentales a la hora de tratar con la Administración Trump: laissez faire, laissez passer. Un dejar hacer, dejar pasar, hasta conocer las intenciones reales del líder republicano, que también descoloca a sus propios cargos. Porque nadie entiende en el Departamento de Estado -ni saben a ciencia cierta qué quiso decir hace unas fechas- la reciente revelación del inquilino del Despacho Oval de devastar económicamente a Turquía, aliado de la OTAN, del que -precisó- va a pagar si el Gobierno de Recep Tayyip Erdogan sigue atacando a los kurdos -grupo étnico que reivindica su independencia no sólo del estado turco, sino de otras naciones que administran la vasta región del Kurdistán, como Irak-, cuyos combatientes han sido esenciales para expulsar al ISIS de Siria. Es la errante política exterior que ha arraigado en EEUU.

Precisamente la desaparición de una estrategia conjunta ha sumido a la OTAN en su otra gran crisis de identidad. Su enemigo clásico, la URSS, hace tiempo que se ha diluido y su heredera, la Rusia de Putin, desde luego no es el único riesgo latente contra la seguridad de sus socios. EEUU desea incorporar a China como amenaza potencial y máxima. Así lo transfirió vía diplomática a los dirigentes europeos horas antes de la cumbre europea con China de esta semana. Es parte del cambio de prioridades que establece Washington y que sigue un lema esencial. El combate contra el terrorismo islamista ha sido desplazado como asunto crucial de la agenda de seguridad en beneficio de lo que denominan competición entre grandes poderes globales. Este asunto ha sido una constante en los últimos meses. La Administración Trump está tratando de persuadir a los europeos de que rechacen inversiones procedentes del gigante asiático en infraestructuras y redes de telecomunicaciones en el Viejo Continente.

Trump ha generado en la OTAN una crisis de financiación, con peticiones de más gastos a Europa, y otra de identidad: desea que China sea la nueva amenaza global

Campaña que ha encontrado eco entre ciertos socios, como Italia, que acaba de suscribir un memorandum de entendimiento con Pekín para participar activamente en la Nueva Ruta de la Seda, el proyecto de comercio, inversiones y desarrollos de infraestructuras que tiene el marchamo personal de Xi Jinping, además de pactos entre empresas de ambos países por un volumen de negocio que supera los 23.000 millones de dólares. Sin olvidar del acuerdo con China Communications Construction Company para crear una sociedad mercantil destinada al impulso del cargo naviero de bienes y mercancías desde el Puerto de Génova. O Portugal y Grecia, donde el Puerto del Pireo también está en manos de China Ocean Shipping Company. Y que mantiene en un limbo la decisión europea sobre la elección de Huawei como gestor de la red inalámbrica 5G en Europa. Aunque ni Alemania, ni Francia ni siquiera Reino Unido han mostrado su intención de prohibir actuar al operador chino, al que Washington acusa de trasferir secretos de empresas y países occidentales a los servicios secretos del régimen chino.

La hostilidad de Trump hacia China, en el área económico-comercial, pero también en asuntos geoestratégicos como la expansión de la influencia de Pekín por Asia, y hacia la UE y la OTAN no guarda relación con la exigencia de situar a Pekín en el punto de mira de la Alianza. Porque desde la Casa Blanca, la Estrategia de Seguridad Nacional para 2018 identifica a Rusia y China como las amenazas más serias del orden global. Mientras abre grietas en el consenso europeo como el viaje del secretario de Estado, Mike Pompeo, por países del Este díscolos con la UE como Hungría o Polonia, pero próximos a Putin y, al mismo tiempo, fervientes socios de la OTAN. Sin reparar en que Europa resulta crucial para impedir que la sociedad estratégica entre Rusia y China que se está fraguando acabe debilitando primero y dividiendo después a la propia UE.

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