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¿Qué fueron la "perestroika" y la "glasnost" por las que se recuerda a Gorbachov?
Si hay dos palabras asociadas al último líder de la Unión Soviética fueron estas políticas con las que trató de modernizar una económica anquilosada y levantar parcialmente el yugo a los derechos y libertades.
Madrid-Actualizado a
A Mijaíl Gorbachov se le ha recordado por una gran cantidad de hitos. Fue el último líder de la Unión Soviética antes de su derrumbe, se le identifica con un espíritu modernizador para un país vetusto y oscuro, aunque también se le ha culpado de que sus políticas contribuyeran a la disolución del país en 15 repúblicas y el final del llamado "socialismo real".
Sin embargo, hay dos palabras que siempre aparecen en las conversaciones, libros o artículos sobre Gorbachov: "perestroika" y "glásnost". ¿Qué fueron y por qué resultaron decisivas para el devenir de la URSS y del mundo?
Perestroika: reestructuración
Fue un 23 de abril de 1985, poco después de ser elegido secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y presidente de la URSS cuando el joven y reformista Gorbachov lanza una de las mayores transformaciones tanto a nivel interno como externo. Lo llamó "perestroika", que significa reestructuración y se basó en la idea de que la única manera de mantener un sistema socialista en la devastada vida política y económica soviética era, precisamente, cambiarlo.
Los últimos años del gobierno de Brezhnev vinieron marcados por una tasa de crecimiento económico negativa, un enorme déficit presupuestario, inflación y carencia de productos de primera necesidad alimentaria, una deuda exterior desmedida, retraso en el desarrollo tecnológico frente a un Occidente en pujanza y una enorme carencia en servicios públicos. Gorbachov quería dar una giro radical a esta situación motivada en gran parte por el inmovilismo político y económico, a diferencia de lo que otra gran potencia comunista está haciendo: China.
Se reguló la empresa privada y se acabó con el control y planificación económica estatal
A partir de entonces, se empieza a introducir por primera vez en más de medio siglo una incipiente economía de mercado en un país donde todo dependía del control y la organización estatal. Los cambios más drásticos llegaban en materia económica, pero Gorbachov siempre supo que eran una condición necesaria para que el sistema soviético pudiera virar hacia una democracia más o menos real y con ciertos derechos sociales y civiles garantizados.
Así, se aprobaron leyes que permitían y regulaban la creación de empresas privadas, subidas salariales, política salarial acorde a la productividad y el fin de la regulación de precios. Hubo una reforma interna del funcionamiento de las empresas públicas, la gran mayoría, y alguna se privatizaron. También se propone luchar contra la corrupción endémica heredada y, sobre todo, en combatir el desmesurado alcoholismo al tiempo que apostaba por la inversión en desarrollo tecnológico y de bienes de consumo.
Se hizo en varias fases y no fue hasta el 87/88 cuando Occidente creyó que eran cambios reales y estructurales que rompían con las bases del estalinismo. Se comenzó a comerciar con el resto de mundo occidental, poco a poco, aunque estos cambios también propulsaron el derrumbe y el caos político y económico que llegó en los 90. Se pusieron las bases, pero Gorbachov no pudo controlar en absoluto el desmoronamiento del que muchos le acusaron directamente.
Glasnost: apertura, transparencia
De nada servía modernizar la economía soviética sin hacer avanzar el pensamiento político de una sociedad temerosa y sin posibilidad de influencia en la vida pública. En paralelo a la perestroika, el gobierno de Gorbachov lanzó la glasnost, que viene a significar transparencia, franqueza y apertura.
Era otro giro radical en una país donde el estado podía intervenir la correspondencia e instalar escuchas en las casas para detectar y erradicar la disidencia política, como bien reflejó George Orwell en su obra 1984. El totalitarismo tenía que dar paso a una serie de libertades en las que el pueblo pudiera expresar libremente sus opiniones políticas y denunciar los fallos o carencias del sistema soviético.
Se alivió, aunque no erradicó, la censura mediática, se desclasificaron documentos secretos, se pudo hablar por primera vez de los atroces crímenes de estado de Stalin y la literatura empezó a tratar asuntos espinosos y enterrados como los gulags. Los medios de comunicación dejaron de recoger las declaraciones de líderes del PCUS o de cubrir conmemoraciones históricas para mostrar a la sociedad graves fallos del sistema sobre los que el estado había impuesto un manto de silencio hasta el punto de deformar la realidad y vender un mundo paralelo.
De esta manera, Gorbachov intentó generar una opinión pública favorable a la reestructuración política y económica con la que pretendía mantener vivía la URSS. Era clave en un momento en el que las voces más liberales podían alzarse exigiendo más y más profundas reformas, mientras que el núcleo más conservador del PCUS comenzaba a conspirar contra el nuevo líder al ver cómo iba perdiendo su poder de facto sobre cualquier esfera del país y se iban derribando todas las fronteras mentales y políticas instauradas por Stalin.
Todo acabó derivando en un intento de golpe de Estado en agosto de 1991 protagonizado por el núcleo conservador del Partido Comunista que supuso la ruptura de la piedra de toque del frágil gobierno de Gorbachov. El golpe fracasó, pero precipitó los acontecimientos, aumentó la impopularidad de lo que quedaba del PCUS mientras que Boris Yeltsin supo venderse como el héroe que salvó la nueva URRS frente a un Gorbachov ausente. Unos meses después, el presidente disolvió la URSS, abandonó el poder y Yeltsin se convirtió el presidente de la Federación Rusa.
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