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Guerra Rusia-Ucrania Putin, el zar de la guerra que se ha forjado una leyenda mítica entre los rusos

El líder ruso es un político oscuro y complejo, con muchos matices ideológicos y con un punto de soberbia y arrogancia que lo convierten en un político difícil de interpretar. La mayoría de los rusos le apoyan tras 20 años en el poder.

Vladimir Putin
El presidente de Rusia, Vladimir Putin, durante un encuentro con un grupo de empresarios rusos el pasado 23 de febrero. Aleksei Nikolsky / EFE

Estos días, tras la invasión de Ucrania, el presidente ruso Vladimir Putin ha sido caracterizado como un dictador imperialista. Siendo en parte verdad, esa es una definición demasiado simple para el personaje. Es cierto que el principal objetivo de su carrera política siempre ha sido restablecer la grandeza y la influencia de Rusia en Europa oriental y en el mundo. En buena parte eso es lo que le ha empujado a atacar a Ucrania. Pero Putin es mucho más que un matón que quiere someter a un Estado soberano e independiente: es un político poliédrico, oscuro y complejo, con muchos matices ideológicos y con un punto de soberbia y arrogancia que lo convierten en un líder difícil de definir y de interpretar.

La complejidad del personaje puede resumirse en un hecho que desde el punto de vista occidental es incomprensible pero que a día de hoy es una realidad indiscutible: Putin es un autócrata que trata con puño de hierro a cualquier opositor y que retuerce el aparato del Estado en su favor (Rusia apenas puede considerarse una democracia), pero sigue contando con el apoyo de la mayoría de los ciudadanos después de más de 20 años en el poder, incluso tras llevar al país a una guerra impopular e injusta para el resto del mundo.

¿Cómo es eso posible? La respuesta tampoco es sencilla, pero lo cierto es que Putin ha sido capaz de construir una cierta leyenda mítica en torno a él y ha logrado que Rusia no pueda entenderse sin su figura. Guste o no, ha devuelto a Rusia al tablero internacional como potencia y eso no lo olvidan la mayoría de los ciudadanos rusos. Su agresiva política exterior y su visión imperial con respecto a Europa oriental le han encumbrado ante sus conciudadanos pero han terminado por agotar la paciencia de Occidente, que aceptó, aunque fuera a regañadientes (y por el gas y el petróleo de Rusia), la anexión de Crimea en 2014 o la breve guerra con Georgia en 2008 por el enclave de Osetia del Sur, pero que ya no puede pasar por alto la invasión de Ucrania.

Sin embargo, en honor a la verdad también hay que decir que Putin es hijo de su tiempo. Como explicaba en una reciente entrevista en Librújula la periodista y escritora Olga Merino, quien durante cinco años en la década de los 90 fue corresponsal de El Periódico de Catalunya en Moscú, "no se entiende a Putin sin la humillación que sufrió Rusia en los años 90". Aquella década, nada más derrumbarse el viejo imperio soviético, fue muy dura para los rusos: caos, corrupción, el latrocinio como política de Estado, pobreza generalizada; con Occidente haciendo leña del árbol caído de la URSS y un presidente, Boris Yeltsin, que era más conocido por sus borracheras que por su capacidad de trabajo. "Putin dijo basta y dio un puñetazo en la mesa. Con él, regresó el zar, el orden y el poder central. Acabó con la anarquía y mejoró, tampoco para tirar cohetes, la vida de los rusos", explicaba Merino en esa entrevista.

Daniel Utrilla: "Putin tenía que rescatar un país a la deriva. De ahí viene la admiración de los rusos por él"

"Cuando Putin llega al poder en el año 2000 se encuentra un país con muchas carencias, desprotegido en lo social, donde había mucho que hacer. Daba igual si la persona era de izquierdas o de derechas: tenía que rescatar un país a la deriva. De ahí viene la admiración de los rusos por Putin", abundaba hace unos años en una entrevista en Público el periodista Daniel Utrilla, asentado en Moscú desde hace más de 20 años.

Ahora parece inconcebible, pero hubo un tiempo en que esa admiración por Putin cruzó fronteras: la revista Time lo nombró Personaje del Año en 2007. La prestigiosa publicación estadounidense justificó entonces su elección porque en su opinión Putin aportaba estabilidad a Rusia "aunque no sea un boy-scout o un demócrata". En el artículo al respecto, titulado Nació un Zar, se destacaba el papel del presidente ruso en la transformación de Rusia en un "protagonista crítico del siglo XXI". Es más, en aquella época Putin mantenía una buena relación con Estados Unidos. El entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, lo calificó como "un socio fuerte y un amigo".

A mediados de la primera década del siglo XXI Putin aún era considerado por Occidente un líder fiable y necesario, capaz de mantener excelentes relaciones con todo el mundo, desde la Venezuela de Chávez a China, pasando por México, Brasil o la misma Europa que hoy le repudia. Fue una buena época para él pese a su tradicional mano dura con los opositores y pese a que por aquel entonces ya habían tenido lugar oscuros y extraños sucesos como el asesinato de la periodista Anna Politkóvskaya, crítica con el Gobierno de Putin, o el del exagente del KGB Aleksander Litvinenko, envenenado con polonio en Londres en un caso que dio la vuelta al mundo. Desde su exilio en Londres, Litvinenko acusó al presidente ruso de ordenar el asesinato de Politkóvskaya.

A mediados de la primera década del siglo XXI Putin aún era considerado por Occidente un líder fiable y necesario

Estos dos asesinatos proyectaron las primeras sombras sobre un líder de carácter fuerte y soberbio, más nostálgico de la época imperial de los zares que del periodo soviético pese a su pasado como espía del KGB.

Putin pasó 16 años en los servicios secretos de la antigua Unión Soviética, en contraespionaje. De hecho estuvo cinco años destinado en la extinta República Democrática de Alemania recopilando y analizando información sobre la OTAN, una circunstancia que explica toda su trayectoria posterior.

Nacido en San Petersburgo en 1952, Putin abandonó el KGB en 1991 y empezó con casi cuarenta años su carrera política de la mano de su mentor, el entonces alcalde de su ciudad natal, Valery Sobchak. En 1996 dio el salto al Kremlin. Llegó al centro del poder ruso como un político de rango medio y siendo un completo desconocido, pero supo jugar sus cartas y en dos años se convirtió en el jefe del Servicio Federal de Seguridad (la nueva KGB) y apenas un año después, en agosto de 1999, Yeltsin lo nombró primer ministro. La sorpresa fue aún mayor cuando Yeltsin se retiró y ungió a Putin como su sucesor al frente de Rusia, en un histórico mensaje de fin de año el 31 de diciembre de 1999.

Putin llegó al centro del poder ruso  siendo un completo desconocido, pero supo jugar sus cartas

Putin heredó un país que atravesaba una crisis moral y económica sin precedentes. Desde el principio se mostró como un líder autoritario y decidido tanto en sus mensajes como en su comportamiento y actitud. Forjó una nueva alianza con los poderosos oligarcas rusos, a los que siempre ha dado todo tipo de facilidades para seguir haciendo negocios bajo la condición de que se mantengan al margen de las decisiones políticas. Hubo quien no aceptó y pagó con la cárcel por ello.

Pese a su carácter reservado y discreto en todo lo que se refiere a su vida personal y familiar (se sabe que está divorciado y que tiene dos hijas, pero poco más), Putin siempre se ha exhibido en público en situaciones insólitas para un político occidental: practica todo tipo de deportes, muestra su musculado torso desnudo a la mínima ocasión y son ya innumerables las veces que los rusos le han visto pescar, cazar, nadar o hacer cualquier tipo de actividad física. Todo para darse a conocer ante una ciudadanía que siempre ha valorado su personalidad fuerte y dominante, aunque hay quien ve en su exhibicionismo un punto de narcisismo.

Sin embargo, lo que le dio a Putin su verdadera popularidad en los primeros tiempos de su mandato fue lo mismo que ahora le coloca en la picota: la guerra. En el año 2000 fue Chechenia. Aquel conflicto le encumbró ante la opinión pública rusa. Más de veinte años después, otra guerra le ha convertido en el malvado del siglo XXI a ojos de casi todo el mundo. Salvo en el caso de los rusos, claro.

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