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Sáhara Occidental De las vacaciones en Asturias al frente de batalla saharaui: "No habrá solución sin guerra"

Annas Bashir es uno de los jóvenes saharauis que pasó seis años veraneando en España gracias al programa de acogida 'Vacaciones en Paz'. El pasado febrero, él fue a la guerra. No ha conocido la tierra por la que decidió sumarse a los combatientes , pero explica que la lucha armada es la única alternativa que ven los jóvenes saharauis para cambiar algo

Anna Bashir, de 21 años, en el campamento de refugiados saharauis de Bojador, en la región argelina de Tinduf, el pasado 21 de octubre.
Annas Bashir, de 21 años, en el campamento de refugiados saharauis de Bojador, en la región argelina de Tinduf, el pasado 21 de octubre. Jairo Vargas

"Temí por mi vida. En la guerra, el miedo siempre está contigo", reconoce Annas Bashir. Este muchacho, que todavía tiene acné en la frente, ha visto cómo los drones marroquíes bombardeaban el coche de sus compañeros de armas una noche de febrero. Ha visto a amigos suyos heridos en combate. "Te asustas, por supuesto, pero ya están todos recuperados", dice. "La primera vez que vas a la guerra te pones muy nervioso porque no sabes lo que va a pasar. Una vez que participas en la primera operación, todo se normaliza. A mí me hizo sentir muy bien, me hizo sentir que estaba haciendo algo por primera vez", dice. "Ya lo hemos visto durante 30 años. No hay ni habrá ninguna solución para el Sáhara si no hay guerra".

Bashir explica con claridad por qué decidió convertirse en combatiente a sus 21 años. Habla mientras calienta té sobre unas brasas de carbón en la puerta de la tienda de verduras en la que trabaja, que hoy tiene todos sus estantes vacíos. No es un empleo estable, pero es de los pocos que se puede conseguir en el campo de refugiados de Bojador, una de las wilayas levantadas en el desierto por la diáspora saharaui en 1975 en la región argelina de Tinduf. Fue cuando Marruecos ocupó a sangre y fuego el Sáhara Occidental tras una precipitada salida de España. Bashir es hijo y nieto de aquella espantada que dejó alrededor de 200.000 personas sin patria y a varias generaciones sin apenas oportunidades en la vida, entre ellas, la suya.

Este joven espigado habla pausadamente y no repite las manidas consignas revolucionarias que Público ha podido escuchar a otros chavales como él mientras sujetan un fusil en el frente, cerca del muro defensivo construido por Marruecos para delimitar los territorios ocupados de los controlados por los saharauis. Bashir estuvo allí el pasado febrero por primera vez, después de tres meses de entrenamiento en la escuela miliar del Frente Polisario. "Nunca me había interesado nada que tuviera que ver con lo militar. Si no hay guerra, entrar en el ejército es pura rutina", asegura.

Pero ahora "la situación es diferente". Lo cuenta en un castellano fluido. El que le han dado los seis veranos que pasó en España, de los seis a los doce años, acogido cinco de ellos por la misma familia asturiana gracias al antiguo programa Vacaciones en Paz. Esos veranos le sirvieron para salir de los campamentos en los meses más duros del año en el desierto y para disfrutar de las comodidades de una vida —la nuestra— inimaginable en su hogar. Pero también para iniciar su adolescencia con una perspectiva del mundo más completa, en la que la palabra desigualdad ocupa gran parte y que, a fin de cuentas, le han ayudado a saber que la guerra no se hace solo para recuperar su país, sino para poder optar a un futuro diferente al presente de sus padres, varados en un desierto ajeno.

Comprender que eres un refugiado

"Cuando vas creciendo te vas dando cuenta de que la vida es cruel y dura"

"Esos veranos nos ayudan a cambiar la visión de la vida que tenemos aquí. Ves cómo viven los niños españoles, cómo crecen, cómo cambian y todas las oportunidades que tienen", asevera.

"Cuando eres niño no sabes muy bien qué pasa. Vives como un refugiado, pero piensas que estás en tu país porque no has conocido otra cosa. Solo cuando vas creciendo te vas dando cuenta de que la vida es cruel y dura. Te vas preguntando por qué no te alimentas bien, por qué vas siempre mal vestido, por qué es difícil estudiar o encontrar trabajo y tantas otras cosas. Es cuando empiezas a pensar cuáles pueden ser las soluciones a esta situación", reflexiona. Y hacía tiempo que pensaba que la vuelta a las armas era la única vía, al menos para llamar a atención en el plano internacional.

"Cuando comienzas a pensar en tu propia vida es cuando comprendes que tu tierra la tiene Marruecos y que hace mucho que nadie hace nada", afirma. Fue cuando entendió por qué su padre y su abuelo combatieron a los marroquíes hasta que, en 1991, Hassan II y el Frente Polisario firmaron el alto el fuego roto este año. El objetivo, la celebración de un referéndum para la independencia del Sáhara que debió celebrarse en 1992, sigue enterrado en la arena del desierto, y Bashir y gran parte de la juventud saharaui, mucha de la cual ha podido visitar España, no dudaron en sumarse a las filas del Ejército Popular de Liberación Nacional Saharaui.

El "entusiasmo" de la juventud tras la vuelta a las armas

Se alistó en noviembre, días después de que los saharauis dieran por roto el alto el fuego tras 30 años sin avances y después de que los soldados marroquíes reprimieran una protesta saharaui contra su presencia en Guerguerat, en la frontera con Mauritania. Los acuerdos de la tregua entre Marruecos y el Polisario dejaban claro que esta zona debía estar desmilitarizada, pero Marruecos ha usado este punto como aduana durante décadas sin que la comunidad internacional haya hecho nada para impedirlo.

"Vi la noticia por Facebook, pero no pensé que fuera verdad. Luego lo anunciaron oficialmente. Aquel fue un día muy feliz para mí", reconoce. Los activistas llevaban semanas bloqueando el paso de camiones entre Mauritania y los territorios saharauis ocupados en una protesta que no venía impulsada por el Polisario. "Mis amigos y yo hablábamos mucho de eso. Alguno decía que no iba a cambiar nada, que a veces han pasado cosas peores y todo ha seguido igual", expresa. "Cuando se supo que había un acto oficial en Rabuni [la capital administrativa de los campamentos] en el que se iba a anunciar la vuelta la guerra nos fuimos para allá en coche ondeando la bandera saharaui", recuerda. "No pude dormir en toda la noche pensando en lo que significaba esto. Muchas personas fueron también a Rabuni a ofrecer sus coches, dinero, tiendas de acampar y muchas otras cosas para hacer la guerra. Había mucho entusiasmo y muchos jóvenes", explica.

Es el único cambio en su día a día que ha visto en su vida, porque él nunca ha estado ni conoce las ciudades reales por las que lucha, las que anexionó Marruecos y dan nombre a los campamentos: Bojador, Dajla, Esmara, Auserd... Va a la guerra para recuperarlas, sí, pero sobre todo para que cambien las cosas, para salir de ese impasse de 30 años en los que el mundo se ha olvidado del conflicto saharaui mientras ellos seguían sin un lugar propio en el mundo.

"Mi familia de acogida ahora me llama más a menudo. Están preocupados por la guerra"

"Mi familia de acogida ahora me llama más a menudo. Están preocupados por la guerra", asegura. De sus veranos en un pueblo cerca de Xixón recuerda muchas cosas. Sobre todo, que su familia de acogida no sabía nada del conflicto saharaui cuando llegó a su casa.

La distancia en el tiempo y la censura informativa de la época, unido a la escasa atención mediática durante tantos años explican en gran parte el desconocimiento español sobre sobre lo acontecido en su otrora provincia 53.

"Ahora sí saben algunas cosas y han venido a visitarme aquí y a ver los campamentos", dice con satisfacción. Pero también recuerda que en Asturias entendió que "ser refugiado no es una vida" y que él también tenía derecho a "tener una vida normal" en la que "no necesitas nada porque todo está en su sitio: la ropa en el armario, la ducha en el cuarto de baño... Nosotros aquí no tenemos nada de eso", explica.

Cuando a los doce años dejó de tener edad para acogerse al programa Vacaciones en Paz quiso quedarse en España, "pero mi familia me dijo que no podía acogerme", lamenta, y su padre quería tener a su hijo cerca después de que su hermana se fuera a estudiar a la Argelia poblada. "Yo soy el hijo mayor de la familia", sostiene con un gran tono de responsabilidad.

La guerra es ahora su única esperanza, y aunque no ha vuelto a combatir, tiene ganas de volver participar en las escaramuzas y breves bombardeos contra el muro marroquí. "Todos los que íbamos a la escuela de niños ahora pensamos lo mismo, vemos bien la vuelta la guerra. Nuestro proceso es muy parecido porque no tenemos oportunidades aquí, en los campamentos", explica. Por el momento, Bashir sigue esperando que las verduras lleguen a la tienda y tener algo de trabajo para salir adelante. La guerra continúa por el momento sin él, aunque los jóvenes en su situación que deciden coger las armas no faltan en los campamentos.

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