JERUSALÉN
La aventura del califato que Abu Bakr al Bagdadi estableció en una mezquita de Mosul hace tres años toca a su fin, al menos en la forma en que se le ha conocido, con su propia moneda y con el suministro de servicios básicos en las poblaciones que han estado bajo su ruda e implacable férula durante todo este tiempo.
Abu Bakr al Bagdadi, de quien ni siquiera sabemos si sigue vivo, tomó prestado el nombre deliberadamente del primer califa o sucesor de Mahoma, amigo íntimo del profeta, persona sencilla que necesitaba ordeñar sus cabras para poder subsistir, incluso siendo califa, lejos de los lujos y oropeles que se vincularon a otros califas posteriores.
El califato se extingue después de tres años de sembrar la muerte y la destrucción a lo largo de los ríos Tigris y Éufrates, de causar un sinnúmero de muertes entre los chiíes de Bagdad y de otras ciudades, pero también después de que sus enemigos apenas le hayan dado un minuto de respiración para poder aplicar en la tierra un plan divino que a ojos de muchos terrenales era simplemente una distopía.
El 4 de julio, día de la fiesta nacional americana, la coalición liderada por Estados Unidos ha penetrado en las murallas de Raqqa, la histórica ciudad siria que ha servido de capital al califato. Ese mismo día, unos cientos de kilómetros más al este, apenas quedaban algunas bolsas de resistencia yihadista en Mosul, una ciudad que ha quedado irreconocible.
EEUU y sus aliados están ganando una batalla, pero nadie puede asegurar que se esté ganando la guerra
La destrucción que han causado los aliados y el Estado Islámico en la mayor parte de los barrios de Mosul ha sido enorme, la ciudad vieja está impracticable y todavía deberá pasar mucho tiempo hasta que se logre enterrar a las víctimas sepultadas bajo los escombros. La destrucción ha sido masiva y ni siquiera se ha salvado la mezquita desde cuyo púlpito Abu Bakr al Bagdadi anunció la proclamación del califato.
La proclamación de 2014 atrajo a musulmanes de todo el mundo, principalmente yihadistas dispuestos a entregar sus vidas por una causa que consideraban la causa de Dios, y puso de manifiesto el gran poder de convocatoria que tiene el islam radical para muchos jóvenes del norte y del sur, de la vieja Europa e incluso de América y Australia.
Algunos de ellos, educados en Bruselas o París, abandonaron contentos sus países de adopción, y los idearios de esos países, para luchar en las filas del califa. Degollaron a infieles y transmitieron al mundo una imagen del islam violenta que sacudió a los burgueses y no burgueses europeos a la hora de los noticiarios televisivos, sentados al lado de las mesas con su cerveza favorita y viendo boquiabiertos los espectáculos que llegaban de Oriente un día tras otro.
Esos espectáculos se sazonaban con matanzas cometidas dentro de las propias fronteras de la vieja Europa, con atropellos indiscriminados o con redadas con armas automáticas que dejaban decenas de muertos, y que sorprendían por su violencia a los televidentes.
Este caos general constituye el último capítulo sangriento causado por la invasión americana de Irak en 2003, una invasión que abrió la Caja de Pandora y que nadie ha sido capaz de volver a cerrar. Los genios de la muerte siguen libres circulando por Oriente Próximo y por el resto del mundo y mostrando a todos el peligro que encierran los valores atávicos de la religión incluso en un mundo moderno con todas las comodidades que se han conseguido.
Uno de los oficiales americanos que interrogó a Saddam Hussein cuando fue detenido ha contado que el presidente iraquí advirtió a Washington una y otra vez que los americanos iban a fracasar y que la ocupación no se iba a consolidar por la sencilla razón de que los americanos no entendían la mentalidad de la zona. El pronóstico se ha cumplido y la aventura de 2003 ha fracasado estrepitosamente con un coste de vidas mucho más elevado del que podía imaginar la cabeza más disparatada.
Ahora, en los últimos días del califato de Abu Bakr al Bagdadi, puede decirse que Estados Unidos y sus aliados están ganando una batalla, aunque después de lo visto en los últimos 14 años nadie puede asegurar que se esté ganando la guerra, ni que se vaya a ganar. El futuro se irá desgranando poco a poco.
La mitad de la población de Mosul, que tenía más de dos millones de habitantes, ha quedado sin hogar. El nivel de destrucción es enorme y sorprende incluso a los militares americanos que han participado en la reconquista. El gobierno iraquí dice que la reconstrucción costará 100.000 millones de dólares, aunque es solo una estimación. Es la misma cifra aproximadamente que se ha gastado para erradicar al Estado Islámico de las zonas que ha conquistado en los pasados tres años.
Quienes se frotan las manos con contratos de reconstrucción millonarios tendrán que esperar para ver qué dirección toman las cosas. Muchos que se frotaron las manos en 2003 vieron enseguida que sus sueños se rompían y hoy el centro de Bagdad sigue sitiado y nadie en su sano juicio, ningún extranjero, se atreve a salir de la zona verde.
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