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Xenofobia en Alemania

Los políticos oportunistas se aprovechan de varios ataques protagonizados por extranjeros

GUILLEM SANS MORA

El kurdo Hakki Erdogan tiene uno de los trabajos de los que más se habla estos días en Alemania.

Este chico de 28 años es uno de los seis recorrebarrios de Kreuzberg, un distrito pobre de Berlín con un 40% de extranjeros que está siendo escenario de un proyecto entre curioso y controvertido para luchar contra la criminalidad juvenil.

Los recorrebarrios son algo así como pacificadores de calles. Empiezan a trabajar cuando cae la noche y los chavales ocupan las esquinas a pesar del frío.

En casa les esperan unos padres hartos de verlos, así que se quedan merodeando, fumando porros, a la que salta.

Erdogan y sus compañeros se ocupan de entretenerlos, sea jugando a los bolos o invitándoles a un taller de teatro.

Se habla mucho de este nuevo oficio, que existe en este barrio desde el 15 de agosto pasado. Alemania está sumida en un debate sobre la criminalidad de jóvenes extranjeros que presenta tintes paranoicos.

Navidades pasadas 

Todo empezó las pasadas navidades, cuando un turco de 17 años y un griego de 20 propinaron una brutal paliza a un jubilado de 76 años en una estación del metro de Múnich. El anciano les había pedido que no fumaran en el interior de un vagón.

Cuando se bajó en la siguiente estación, los chavales le persiguieron y le patearon salvajemente, causándole hemorragias cerebrales de las que aún se está recuperando. Una cámara de seguridad del metro grabó la escena, todo un éxito en Youtube.

O bien la propia prensa alimenta la espiral de violencia, o bien este tipo de agresiones destaca sólo ahora en los titulares, pero lo cierto es que en los últimos días se han multiplicado las noticias de agresiones por parte de jóvenes inmigrantes.

Un hombre de 30 años acabó en el hospital el lunes por la paliza que le dieron unos jóvenes turcos en una estación de Berlín.

Pocos días después del suceso de Múnich, entró en escena el primer político. El democristiano Roland Koch, quien teme por su reelección como primer ministro del Estado federado de Hesse el próximo día 27, salió con que “tenemos demasiados jóvenes extranjeros criminales en Alemania”.

Koch llegó al poder en 1999 con una campaña abiertamente xenófoba contra los planes del Gobierno federal de entonces de introducir en Alemania la doble nacionalidad.

La presidenta de su partido y jefe de Gobierno, Angela Merkel, le secundó al poco: “No puede ser que una minoría de personas meta miedo a la mayoría”, dijo con su habitual habilidad para mojarse sin mojarse del todo.

Y ya la tuvimos armada. Se sucedieron propuestas para endurecer el derecho penal juvenil y críticas de la oposición a Koch y Merkel.

Hasta el ex canciller Gerhard Schröder, relativamente apartado del debate político, metió baza y acusó a ambos políticos de estar “ciegos del ojo derecho” y de “querer propagar miedo”.

A Hakki Erdogan, le sorprende tanto circo mediático. Critica que en un país donde todos los días se producen tres delitos relacionados con la ultraderecha, de repente los extranjeros sean el único motivo de preocupación.

Su compañera Selime, una albanesa de 30 años nacida en Berlín que trabaja a un par de manzanas con los chavales de otra esquina de Kreuzberg, está indignada con lo que han escrito sobre ella.

Los recorrebarrios no son pedagogos sociales, sino gente de la calle que en su juventud tuvo los mismos problemas.

“Llevo desde los 20 años trabajando sin cobrar en proyectos sociales del barrio, y luego en la prensa me leo reducida a una persona que hace 14 años hizo tal o cual cosa”, se indigna.

Pero Hakki y Selim están contentos. Les llevó dos meses ganarse la confianza de los chicos, pero ahora les respetan.

Y lo más importante: en lugar de fumar porros, se van con ellos a jugar a los bolos. Las autoridades de Berlín mantendrán del proyecto durante un año.

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