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Luzes El día que pensamos que ardía todo

Un infierno, el del 15 de octubre de 2017, en el que miles de personas lucharon vis a vis contra un fuego voraz y viral, que acorraló numerosos núcleos de población, la mayoría rurales, amenazando con reducir a negro vidas enteras en cuestión de minutos.

Foto: Felipe Carnotto
Foto: Felipe Carnotto

LUZES-PÚBLICO | Cristián López y Graciela Carlos

Un manto gris comenzó a cubrir el cielo ese domingo desde primera hora de la mañana. Pequeños rayos de luz incandescentes atravesaban las nubes de humo, que dejaban a su paso una lluvia incesante de cenizas. El ambiente era cada hora más asfixiante, denso, el calor intenso. Un olor a quemado se instaló en las narices y en las gargantas. El picor de ojos. Y las noticias que anunciaban uno tras otro un nuevo foco de incendio en la provincia de Pontevedra.

Apenas tuvieron tiempo de reaccionar cuando las lapas rodearon sus casas. El fuego que parecía lejos apresuraba con el viento y se alimentaba de toda la materia combustible que encontraba, expulsando chispas que prendían aquí y allá. De madrugada en Padróns, en el municipio de Ponteareas, sitúan el inicio de un fuego que acabaría extendiéndose cara Pazos de Borbén y Redondela. En la mañana del domingo otro foco en las Neves saltó a Salvaterra do Miño y Salceda de Caselas. Llegaban avisos de Gondomar, de Zamáns y de la parroquia de Valadares, en Vigo, que acabarían replicándose por todo el cinto rural de la ciudad, que a media tarde estaba asolada por los tres costados. De Soutomaior a Baiona, el fuego avanzaba calcinando villas y aldeas sin que los medios de extinción, profesionales o vecinales, consiguieran ponerle freno.

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"Fue una cosa como un rayo. Miraba una luz allí en Pazos de Borbén. Me dijo mi mujer que iba a buscar los conejos que tenemos en Chaín. Le dije: no vayas, que el fuego puede llegar. A los cinco minutos me avisan de que ya está en el campo de fútbol. Cuando volvió mi mujer ya lo teníamos arriba. Los cogió aquí, sin gente, sin medios. Diez personas para salvar un ciento de caballos. Llamaban de todas partes para que enviasen camiones para sacarlos, pero estaba la carretera totalmente quemada, cortada", relata Víctor Pereira, del centro de hípica Amazonas na Ínsua, de Ponte Caldelas.

"Estábamos incomunicados. No se podía subir de Soutomaior, viniendo de Pontevedra ya no te dejaban llegar ni a Tourón. De la Lama hacia abajo no dejaban pasar. Esto fue para morir. No había visto cosa igual en la vida, ni parecida", recuerda Pereira. "Aquí nos tocó a todos. Ardió alrededor de todas las casas. Solo teníamos una motobomba del Ayuntamiento. Por lo menos, en 2006 venía poco a poco, y tuvimos tiempo para sacar a los caballos, tenía aquí 300 personas ayudando. ¡De esta vez no dio tiempo ni a decir ay!". El fuego entró en las cortes pero consiguieron sofocarlo en el momento con los caballos aún dentro. Pero tres yeguas desorientadas, Violeta, Dulcinea y Nala, escaparon en dirección al incendio. Las encontraron al día siguiente con graves quemaduras.

No quedó apenas rincón sin carbonizar en Ponte Caldelas, cerca de 3.000 hectáreas pegadas a las viviendas. Un millar de vecinos y vecinas quedaron sin agua. El mismo resultado tuvo en los numerosos focos que prendieron ese domingo de incendios. En las Nieves, calculan que el 90% del municipio se vio afectado por las lapas. En toda la provincia una veintena de viviendas, 16 de ellas habitadas, fueron pasto del fuego, junto con decenas de instalaciones y naves industriales, según datos de la Consellería de Medio Rural.

Las cifras no reflejan sin embargo el horror vivido en esas horas. Ante el desgobierno y la falta de medios, solo el vecindario unido consiguió salvar propiedades y vidas de una tragedia que dejó cuatro personas fallecidas: Maximina Iglesias, de 86 años, y Angelina Otero, de 78, en la parroquia de Chandebrito, en Nigrán; Alberto Antonio Castromil, de 70 años y vecino de San Andrés de Comesaña, en Vigo; y Marcelino Martínez, de 78, en Abelenda de las Penas, en la localidad ourensana de Carballeda de Avia.

"Si tengo que reducirlo a una palabra es desolador, sin duda. Ya el sábado por la noche olía muchísimo a quemado. Pero no vimos fuego por ningún lado, nada. Al día siguiente dicen que arde Redondela, pero era muy raro que llegase hasta Valadares. A media mañana recibo un Whatsapp que arde Morgadáns (Gondomar). Comienza a salir humo detrás del Galiñeiro, cara Vincios. Subimos el Monte Cepudo y vimos cómo aparecían más fuegos, corriendo a una velocidad tremenda. Arde en Seoane, cerca de las casas. Había ardido una en el Bosque, que estaban desalojando, pero había gente atrapada. Un auténtico caos", explica Marta Filgueiras, que recorrió los principales fuegos que rodeaban la ciudad de Vigo.

Foto: Felipe Carnotto
Foto: Felipe Carnotto

"Por favor, ven a mi casa que está ardiendo aquí al lado y yo no puedo salir que tengo al niño". Este fue el mensaje de una amiga de Filgueiras pidiendo ayuda en la Sobreira (Valadares), y allí fue con un grupo de jóvenes armados con calderos, que fueron recogiendo en las casas vecinas. En poco tiempo, decenas de personas formaban una cadena humana para evitar que el fuego llegase a la escuela. Cuando la situación parecía más controlada, fueron cara Fragoselo, en la parroquia de Coruxo. El intenso fuego en Chandebrito, que tenía acorraladas a familias y a agentes policiales que intentaban evacuar la zona, avanzaba en dirección a la costa.

"Llegamos y una señora intentaba sacar al marido de casa. Habían quedado sin luz. Saltamos el muro y el señor le dio las llaves del coche a un chico, que lo llevara con los tres perros donde quisiese pero fuera de allí. La señora desesperada porque el marido quería quedar en casa. Tuvimos que escapar corriendo porque nos comían las lapas. Y, de repente, avisan que arde en el Freixo y en el Monte Alba. Mirabas en la lejanía como explotaban cosas, como el tendido eléctrico".

En el Freixo, en lo que queda de él, vive Verónica Villanueva, que estaba en A Coruña pasando el día cuando aparecieron las alertas por fuegos en la provincia. Cuando llegó a media tarde ardía la parte baja del barrio. Allá fue para ayudar a contenerlo, aunque las lapas eran ya demasiado altas para sofocarlas con calderos. "Ajena a todo lo que pasaba, me avisan que todo alrededor de mi casa estaba ardiendo, que no se podía salvar. Mirabas arriba, y ardía todo, y no teníamos más salida. O ahora o quedamos aquí, pensamos. Y arrancamos con lo puesto y poco más. Mi madre cogió los papeles de la casa y del seguro. Todo el Freixo llorando, sin saber si podríamos volver. A la mañana siguiente, estaba todo arrasado en el camino, de una punta a la otra, solo habían quedado las casas en pie. Mis paredes quemaban al día siguiente. Ahora solo pienso que igual ya no veo esto verde otra vez".

Foto: Felipe Carnotto
Foto: Felipe Carnotto

A pocos kilómetros, Óscar Lago recibió los primeros mensajes de alerta de su familia en Fragoselo. "Había humo pero lejos, y como no era la primera vez pues no le dimos importancia. Pero pasados unos minutos avisaron que estaba cada vez más cerca. Salí pitando para allí y ya de camino asustaba ver cómo bajaba. Cuando llegué ya no dejaban pasar a nadie". Cientos de personas esperaban impotentes por familiares atrapados o sin poder llegar a su vivienda. La red móvil caía por la saturación. Algunos intentaban sortear los controles. Nervios, agitación y mucha impotencia. "Cada vez venía menos gente, por un altavoz avisaban que desalojaran urgentemente. No respiré hasta que vi a mis padres bajar. Caía ya la noche y fuimos hacia la escuela, donde estaban evacuando a la gente, pero al rato avisaron que venía el fuego en esa dirección y tuvimos que desfilar más de 80 coches hasta el campo de fútbol del Coruxo, en la playa del Vao. Sin saber nada, mirando como la lengua de fuego comía el monte".

De madrugada, un grupo de vecinos comienza la vuelta, a la vista de que el incendio parece remitir. Cuando llegaron, aún prendía, pero el viento había cambiado de sentido desplazando el fuego cara Roteas, también en Coruxo. Por lo menos dos casas, galpones, fincas y decenas de animales fueron víctimas del fuego en Fragoselo. Algunos vecinos siguen sin encontrar una explicación a que no ardiesen todas las propiedades. Dos días después, pequeños conatos se reproducen como recordatorio entre las cenizas.

Del rural vigués no tardó en llegar a la frontera con el casco urbano, en la parroquia de Matamá y San Andrés de Comesaña. En esta última, una vecina de la zona de Rial relata horas de espanto que solo fue posible salvar gracias a la solidaridad vecinal. "El rural siempre es lo último. Llevamos años pidiendo que se limpien las fincas, que se cuiden los montes, y nadie viene. Lo que hay que hacer ahora es dignificar el trabajo de estas personas, en esto que se llama la periferia viguesa. Que se recuerde. Aquí no hay vídeos, ni hay nada porque ni hubo tiempo", cuenta aún conmocionada.

Pasó antes por Álvarez, por Redondos, por Casás, arrasando lo que encontraba en su camino. Trataban de contactar con el teléfono del 112, pero estaba colapsado. Otros vecinos confirman este punto. Quien lo consiguió, de poco le valió. Los medios con los que contaban eran los que podían alcanzar con la mano. A media tarde, prendió un pequeño foco en las cercanías. En diez minutos eran lapas con mayor altura que las casas. En cuarenta, había calcinado ya todos los matojos. "Explotaban las cañas secas, las antorchas de eucalipto. Pero el peligro no solo eran los focos. Era que todo lo que ardía venía volando. Y caía en la puerta de la casa, de todas las casas, y todo lo que no había estado mojado de antes en ese momento prendía". Fue en ese momento cuando el vecindario tomó el control de la situación. El mayor de los miedos era que entre las cosas que podían arder había bombonas de butano o propano y depósitos de combustible. A poca distancia está la nave donde se guardan los camiones que recogen la basura en todo Vigo. Asumieron el papel (por la fuerza) de brigadistas, de bomberos, de psicólogos y técnicos de emergencias. Y contaron con una ventaja, a pesar de que el fuego había sido varios pasos por delante: conocían el medio en el que vivían.

Foto: Felipe Carnotto.
Foto: Felipe Carnotto.

Además no estaban solos. Desde los lugares de la parroquia próximos, que acababan de pasar minutos antes por la misma situación, llegaron los refuerzos. "Dentro del pánico que había, cada uno tenía una función. Unos mojaban ropa, otros a pie de fuego lo combatían con una pala, cavaban hoyos alrededor de las casas, sacaban calderos de las piscinas, hacían turnos para entrar en la casa y respirar. Gente de Casás que no nos conoce de nada vino para salvar nuestras casas. Había una chica con un coche, cuando alguien se derrumbaba, lo sacaban de allí. Pero tampoco había zonas seguras donde escapar. Da miedo pensar la sangre fría con la que se organizaron", relata la vecina de Rial.

Pero matiza. "Aquí las personas no se sienten héroes, tampoco tenían poder. Tenían agua, mangueras, picos y palas, y se tenían entre ellos. Lo que más se escucha es que cualquiera habría hecho lo mismo. Salvar la vida o quedar sin nada. Aquí no se dan méritos. Necesitan normalizar la situación, aprender a ver el paisaje como está, y aprender a convivir con ello. Yo no reconozco el lugar. Antes que repoblar, ahora toca limpiar y retirar los escombros de las zonas que quedaron afectadas. En Rial no hay nada que limpiar, porque no quedó nada".

Fue a pocos metros donde Alberto Castromil, intentando ayudar a una vecina, perdió la vida a los 70 años. De noche y en una inmensa humareda, cayó de una altura de tres metros. Acudía a la llamada de auxilio a pesar de que su vivienda aún estaba en peligro. Falleció de camino al Hospital Álvaro Cunqueiro. "Lo físico ya está, las casas están salvadas, pero todas estas personas no van a borrar de la retina lo que pasó. Esa impotencia no sé si existe manera de aliviarla, tengo dudas, pero eso sí que sería importante".

El pánico llegó entrada la noche al casco urbano de Vigo. Tras una tarde pendientes de las redes sociales, pendientes de esa nube de humo que asfixiaba la ciudad, de las dramáticas noticias que llegaban de los focos principales en el rural, el fuego prendió junto a importantes áreas residenciales. Carlos tenía el coche aparcado en Fragoso. Seguía los acontecimientos en el Facebook cuando, de repente, vio una imagen al lado de su casa ardiendo. Miró por la ventana y allí estaba. Bajó corriendo para mover el coche y ya empezaban las cadenas humanas, que se movilizaban también en barrios próximos como A Florida, Navia o Samil, en especial en la Avenida de Europa.

"Hubo una absoluta descoordinación con los distintos cuerpos, excepto con los municipales. Desde las estructuras que tendrían que organizar la emergencia, no existió coordinación ninguna. Más bien una saturación absoluta. Estábamos totalmente desconectados, sin posibilidad de informarnos o de informar. Dicen que activan cosas pero que son desde el papel, no llegan a ser orgánicas, no se traslada nunca a la realidad", valora Miguel Ucles, bombero del parque de Vigo y presidente de la Plataforma de Bomberos Públicos de Galicia.

Dos conatos en el centro de la ciudad acabaron por desatar el miedo entre los vigueses: un fuego en la Plaza de España, en la finca de una vivienda particular, y otro en la zona del Castro, pegado a una escuela infantil. Nadie se sentía a salvo a esas horas. Decenas de vecinos salieron de los edificios próximos con cubos, botellas de agua, mangueras, incluso extintores, ineficaces al aire libre. Todos buscaban cómo ayudar a combatir el infierno que se avecinaba. En el fuego localizado en la calle San Amaro, consiguieron evitar un mal mayor.

"De noche ardió en esta finca abandonada y si no es por la respuesta de los vecinos habría llegado a mi casa", cuenta Jean Marc asomando por una escalera en el muro de su casa. "En un momento la gente empezó a organizarse y conseguimos apagarlo, luego prendió un poco en la finca de al lado e igual. Cuando llegaron los bomberos, la gente ya había conseguido controlar el fuego", relata este vecino, que decidió escribir un mensaje en el muro de su vivienda para agradecer la ayuda recibida.

Foto: Felipe Carnotto.
Foto: Felipe Carnotto.

"Si miras un mapa de las zonas quemadas y uno de la dirección del viento, miras que fue exacto. El viento condicionaba la viralización del fuego, incluso dentro de la ciudad, que sumado a las altas temperaturas y a la baja humedad hacían de esta una situación ideal. Pero las cosas graves no pasan de golpe, son una cadena de consecuencias. Si no tienes capacidad preventiva, la situación va a más. Y ahora el famoso cinto verde de Vigo es negro. No hubo una política forestal idónea y ardió de una forma dramática. Tenemos el ejemplo de Madroa, donde fue posible contenerlo pronto. Allí la comunidad de montes lleva tiempo en la recuperación de especies autóctonas. Ahí se mira la resistencia de un buen desarrollo forestal".

A 40 kilómetros, Baiona fue otro de los principales focos incendiarios que sufrió el sur de la provincia de Pontevedra, quedando atrapada bajo un cielo de color rojo intenso por culpa de las llamas, que rodeaban todo el pueblo. Fueron 24 horas de desesperación, desde que se inició un primer foco sobre las 07:30 horas de la mañana a las afueras de la Virgen de la Roca, espacio que ardió a lo largo de toda la mañana y que se llevó por delante toda la falda oeste del monte, en dirección al rompeolas, afectando también el Instituto Primeiro de Marzo y el Hotel Rompeolas.

Juan fue unos de los vecinos que estuvo ayudando en la extinción de este foco, que quedó controlado sobre las 13:00 horas y apagado definitivamente dos horas después, gracias a la participación de una brigada de la Xunta y dos motobombas, el GES de Val Miñor, operarios municipales y la ayuda de los vecinos, que ya empezaban a darse cuenta de lo que es un pueblo unido. "Es una pena enorme. Ver el monte quemado, patético", declara, "pero es un orgullo ver el trabajo del pueblo. Un verdadero orgullo", añade.

Juan cuenta que solo recuerda unas horas de descanso. Sin recoger el material empleado para la extinción del primer foco es conocedor de uno nuevo, esta vez en la parroquia de Baíña, cerca de la casa de Montes. El viento del sur que soplaba desde primera hora de la mañana causó que las llamas se propagaran al punto limpio en dirección noroeste alcanzando las urbanizaciones de Maclas y Estelas. Fue aquí donde se vivieron momentos de mucha tensión. David, otro de los vecinos que dispuso su ayuda para la protección del pueblo afirma que "hay imágenes que no se le olvidarán en su vida".

Los focos fueron propagándose por diferentes puntos de Baiona, como en el barrio de la Anunciada que llegó a unirse al de las Maclas expandiéndose hacia el Cuartel de la Guardia Civil y el barrio de Covaterreña, poniendo en peligro las viviendas de la zona. "Tuvimos que crear cortafuegos en el momento alrededor de los muros de las viviendas. Fue una situación descontrolada que se salvó gracias al trabajo en equipo de todos los vecinos de Baiona, que, sin importar la edad o la familia, lucharon contra el fuego como los que más", declara David.

Caía la noche en Baiona, aunque era una noche adelantada, ya que la invasión de humo dejaba al pueblo sumido en una auténtica oscuridad teñida de ceniza gris. "Andábamos todos como pollos sin cabeza, de un lado para lo otro, sin parar", cuenta Juan, que al atardecer tuvo que desplazarse cara el Parador de Baiona con extintores, por culpa de unos árboles que ardían incandescentes frente a la playa de la Concheira, dejando parte de la muralla quemada.

A esas horas el pueblo ya estaba desesperado, la situación parecía que no tenía control y mucha gente tuvo que desplazarse hasta el Pabellón de Deportes a causa de crisis de ansiedad y falta de oxígeno. "En ese momento tenía mucha indignación, pero realmente en los momentos más críticos siempre aparecían efectivos para ayudarnos a nosotros, la gente de Baiona", añade Juan.

El fuego siguió propagándose a medida que avanzaba la noche, y además de acercarse cada vez más a las viviendas, también lo hacía hacia naves industriales, almacenes municipales y el Restaurante Paco Durán, que vivió uno de los momentos de mayor tensión, debido a un depósito de gas que almacenaba situado a escasos metros del incendio. "Esto no es una casualidad, es un tema intencionado con una magnitud muy grande", declara Ángel Rodal, alcalde de Baiona. "Es una situación tremendamente especial, nunca se formó un incendio tan pegado a las casas de Baiona. Me siento muy orgulloso del pueblo y de la labor que hizo", añade.

Bien entrada la noche, el fuego siguió pasando la villa, alcanzando la parte alta de San Antón, una zona residencial, donde los vecinos no dejaron de poner barreras a la lumbre que se acercaba a sus viviendas. Una auténtica historia de terror que traspasó el merendero y se desplegó hasta el monte de la Roca abriendo así un nuevo franco cara el oeste, uniéndose con el fuego que se volvió a generar en la zona de la Roca.

Diferentes efectivos actuaron en los distintos focos originados en el pueblo de Baiona. Entre ellos, contaron con dos brigadas de la Xunta, un camión de bomberos del GES Val Miñor y otro de A Guarda, un hidroavión y un helicóptero, entre otros. También hay que dignificar el trabajo de los operarios de Protección Civil que no dejaron solos en ningún momento a la ciudadanía voluntaria que luchó contra el fuego.

Por suerte, Baiona es uno de los sitios que no tiene que lamentarse por pérdidas personales y materiales; sí por la pérdida de un monte verde que lo rodeaba de este a oeste y que quedó completamente calcinado. Y de pronto, la lluvia de cenizas y chispas se convirtió en una lluvia débil que ayudaba de algún modo a refrescar la zona. Nunca una lluvia fue tan esperada, aunque había sido débil. Nunca tanto toda Galicia pidió que siguiera lloviendo. En el siglo XXI, y esperando aún a que las soluciones vengan del cielo.

Este artículo se publicó originalmente en gallego en la revista Luzes. Ahora Público lo reproduce como parte de un acuerdo de colaboración con la revista. Aquí puedes encontrar más artículos de Luzes en Público

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