BORBOLANDIA
Las chapitas de Zarzuela

Periodista y escritora
El sanguinario dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo tenía dos motes: El chivo y Chapita. El primero se lo pusieron porque era un depredador sexual; el segundo, porque le encantaban las medallas. Su afición comenzó siendo monaguillo, cuando robaba en la iglesia medallitas de santos, y continuó cuando era ya un dictador y tomó la costumbre de auto concederse condecoraciones por "benefactor de la patria", por "servicios a la patria", por "héroe de la patria"… Por qué será que la patria no se les cae de la boca a los tiranos.
Trujillo también pilló un par de condecoraciones españolas gracias a su atroz colega Francisco Franco: la gran cruz de la Orden de Carlos III y el collar de la Orden de Isabel la Católica. El tercer regalo que el dictador dominicano recibió del dictador español fue el privilegio de enterrarse en el cementerio de Mingorrubio (El Pardo, Madrid) porque a Trujillo no lo querían ni muerto en ningún país. Ahora yacen muy cerquita uno de otro. Pudriéndose.
En Zarzuela también les gustan mucho las chapitas. Se las auto conceden constantemente para dar muestra de sus reales aprecios a sí mismos y dejar constancia oficial en el BOE. Los amigos y los parientes plebeyos se dan abrazos o besos para mostrar que se aprecian, pero los borbones no. Los borbones, como familia desestructurada que son desde hace 220 años, tarde o temprano acaban a guantazos, pero mientras, a la espera de que llegue ese tradicional momento, se dan medallas, collares y grandes cruces para que nos demos por enterados de que se aprecian. Por ejemplo: "Queriendo dar una muestra de Mi Real aprecio a la excelentísima señora doña Letizia Ortiz Rocasolano, a propuesta del presidente del Gobierno y previa deliberación del Consejo de Ministros en su reunión del día 21 de mayo de 2004, Vengo en concederle la Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III. Dado en Madrid, a 21 de mayo de 2004. Juan Carlos R. El presidente del Gobierno, José Luis Rodriguez Zapatero" (BOE, Real Decreto 1260/2004). Nótese que el descastado exrey Juan Carlos, al igual que le gusta seguir haciendo a Felipe, mantienen esa costumbre medieval de escribir con mayúscula cualquier referencia a sí mismos.
A estas alturas, pasados 21 años de la celebración de aquel matrimonio morganático e ilegítimo de acuerdo con la ley dinástica de los borbones, ya es indiscutible que "Su Real" aprecio hacia "Su" excelentísima nuera Letizia se ha volatilizado, y que Juan Carlos, si pudiera, le arrancaría de cuajo la gran cruz al grito de "¡Mala pécora!". De sobra sabía él que meter una plebeya trepadora en la Familia Real era, más que un riesgo de que aquello iba a acabar malamente, una certeza. Por eso tienen prohibido que infantas, infantes, príncipes y princesas caigan en las garras de plebeyos trepas que buscan pillar trono gracias a que el avispado Carlos III impidió estos matrimonios mediante Pragmática Sanción.
Sin embargo, lo más injusto y desalentador para los ciudadanos españoles que aún esperamos disfrutar de una democracia plena, sin borbones ni adjuntos plebeyos que nos restrieguen sus privilegios por los morros, es que intenten hacernos creer que esta estupidez decimonónica de medallas, cruces y collares concedidos por el rey de turno a su esposa, hijo, hijas o nuera ha pasado por la deliberación del Consejo de Ministros. Injusto, porque las borbonas y la señora Ortiz que han recibido esas chapitas no las merecen ni cumplen con los requisitos para lucirlas. Desalentador, porque todos los gobiernos, pese a no haber perdido ni un minuto en la supuesta deliberación para conceder tal o cual condecoración a Felipe, Leti, Cristina, Elena, Sofía, Leonor o a la otra Sofía, han hecho un indigno paripé para dar carta de naturaleza a las ocurrencias de Juan Carlos y Felipe aun a sabiendas de estar saltándose los estrictos reglamentos que regulan la concesión de los grados de Collar y Gran Cruz de las órdenes de Isabel la Católica y Carlos III.
Si el presidente Zapatero o Sánchez y alguno de los ministros o ministras de sus gabinetes pretenden decir sin ruborizarse que son republicanos, díganles que a otro perro con ese hueso. En los presidentes del Partido Popular ni me detengo, porque borbones, Aznar y Rajoy comparten a Franco como padre ideológico, y lógico es que vayan todos a una.
Pese al desprecio que desde Zarzuela han dedicado a los presidentes progresistas (mal disimulado últimamente por parte de Felipe), nunca se han molestado desde los distintos gabinetes en hacernos llegar una señal que nos indique que, al menos, les incomoda ser tan cortesanos como para conceder sin rechistar a esta estirpe franquista de borbones sus caprichos con las chapitas. Les debería avergonzar estar saltándose los reglamentos y publicando sin rubor que se dan condecoraciones a un par de jovencitas que no han movido un dedo, no tienen méritos ni ha demostrado capacidades intelectuales, artísticas o heroicas.
El mérito de Leonor (Collar de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III) fue haber jurado una Constitución que no le afecta, y el de su hermana Sofía (Gran Cruz de Isabel la Católica) es el haber sabido llegar viva a los 18 años. Su padre se la concedió el pasado abril porque ha debido ser un esfuerzo ímprobo ir al cole con chófer: "Queriendo dar una muestra de Mi Real aprecio a mi hija, Su Alteza Real la Infanta doña Sofía de Borbón y Ortiz, al alcanzar la mayoría de edad, a propuesta del Ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, y previa deliberación del Consejo de Ministros en su reunión del día 30 de abril de 2025, Vengo en concederle la Gran Cruz de la Orden de Isabel la Católica. Dado en Madrid, el 30 de abril de 2025. Felipe R. El Ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, José Manuel Albares Bueno" (Real Decreto 358/2025).
Cualquiera de ustedes, lector o lectora, que quisiera dar muestra de aprecio a su hijo o su hija el día que alcanzara su mayoría de edad, sin duda se lo comería a besos, le daría un abrazo o se lo llevaría de crucero. En la Zarzuela no. Los borbones lo celebran con chapitas, y además dan la turra obligando al ministro Albares a que "proponga" a Felipe que le dé a su hija la Gran Cruz después de haber "deliberado" en el Consejo de Ministros. Como si el titular de Exteriores, con la que nos está cayendo con el perturbado Trump, el genocida Netanyahu, el sátrapa de Putin, la mediocre ONU y la esquizofrénica UE hubiera tenido la brillante iniciativa de otorgarle a una nena borbona una gran cruz con lacito albiceleste por la increíble proeza de haber cumplido 18 años.
Eso es lo que más cabrea, que nos tomen por gilipollas. De sobra sabemos que ha sido Felipe el que le ha dicho al ministro eso de "Oye, José Manuel… que lleves al Consejo lo de la chapita para mi niña, que ya toca. Haced el paripé de siempre… ya sabes… seguid la inercia".
¿Comprobó Albares, como Gran Canciller de la Orden que es, y, por tanto, responsable de que se cumplan los méritos que exige el reglamento, si la nena era merecedora de semejante distinción? Le recordamos desde aquí lo que dice su artículo 1: "La Orden de Isabel la Católica tiene por objeto premiar aquellos comportamientos extraordinarios de carácter civil, realizados por personas españolas y extranjeras, que redunden en beneficio de la Nación o que contribuyan, de modo relevante, a favorecer las relaciones de amistad y cooperación de la Nación española con el resto de la comunidad internacional" (Real Decreto 2395/1998). Busquen un solo mérito de la privilegiada Sofía de Borbón que encaje en el artículo 1.
La chicha de la buena está en el punto 3 del artículo 4, donde dice que el ministro Albares ha debido evaluar "la importancia de los méritos" de la joven Sofía, "su categoría" y "la antigüedad" profesionales de la persona propuesta. Categoría no tiene, porque no tiene oficio ni ha dado palo al agua en su vida. Antigüedad, menos. ¿Evaluó Albares algo de esto? No. Para mayor burla a los españoles y coz a la meritocracia, la concesión de la chapita se publicó en el BOE el primero de mayo, Día Internacional de los Trabajadores.
Y más chicha. En el artículo 5, relativo a la restricción de las concesiones, dice: "Con objeto de prestigiar las condecoraciones de esta Orden, de manera que el ingreso y promoción en la misma constituya, efectivamente, una ocasión extraordinaria que premie los méritos indicados en el artículo 1 de este Reglamento, la Cancillería de la Orden velará por que cada una de las concesiones esté debidamente justificada". ¿Veló Albares por salvaguardar el prestigio de la condecoración? Tampoco.
Esta concesión a la infanta Sofía es, sencillamente, un desprestigio para los civiles condecorados por sus méritos demostrados y evaluados. Un insulto a quienes de verdad lo han merecido y ahora ven cómo esa misma chapita puede recaer por decreto real en alguien que desprestigia la distinción.
Y más chicha aún. En el artículo 6, apartados E y H del punto 1 del reglamento se especifica que el ministro José Manuel Albares ha debido especificar en su propuesta la profesión de Sofía y haber redactado una "exposición detallada de los méritos que fundamenten su propuesta". Deducimos que el ministro Albares habrá puesto como profesión: "ninguna", y en los méritos: "hija de borbón". En la posterior deliberación del Consejo de Ministros habrán dicho todos: "Bueno… venga… va… que sí, aprobado. Siguiente asunto…".
Bien es cierto que el sanguinario Rafael Leónidas Trujillo tampoco tenía méritos para ingresar en la Orden de Isabel la Católica, salvo el de velar por la economía nacional dominicana ordenando asesinar a machetazos para ahorrar munición, pero su distinción está disculpada de antemano porque se la concedió otro asesino.
Por supuesto, Sofía, al ser la pequeña y más privilegiada, se ha tenido que conformar con la chapita isabelina, inferior a la que recibió su hermana Leonor por jurar la Constitución en la Cortes Generales con ocasión también de su mayoría de edad. A Leonor le tocó recibir de manos de papá el collar de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III. Esta es la gorda, y así se reconoce en el artículo 1 del reglamento: "La Real y Distinguida Orden Española de Carlos III es la más alta distinción honorífica entre las Órdenes civiles españolas. Tiene por objeto recompensar a los ciudadanos que con sus esfuerzos, iniciativas y trabajos hayan prestado servicios eminentes y extraordinarios a la Nación" (Real Decreto 1051/2002).
En este caso, el Gran Canciller de la Orden es el presidente del Gobierno, encargado de proponer a los merecedores de la condecoración elevar dicha propuesta al Consejo de Ministros y animar el debate y la deliberación para aprobar, o no, la condecoración y llevar dicha propuesta al señor Felipe para que se haga el sorprendido y diga… "¡Hombre, Pedro… cuánto me alegra que me hagáis desde vuestro gabinete de supuesta tendencia republicana y progresista esta propuesta para condecorar a mi niña por no haber hecho nada!".
Es evidente para cualquier ciudadano medianamente informado que todo lo anterior funciona exactamente al revés, lo cual no dispensa ni al presidente Sánchez ni a sus ministros por plegarse a las exigencias rancias del señor rey. Es Felipe el que le dice al presidente que hay que condecorar a su niña, que prepare la propuesta, que la lleve al Consejo, que hagan como que deliberan y que luego se la hagan llevar a su despacho de Zarzuela para que la firme. Y ya tenemos Real Decreto que sale por la puerta grande para su publicación en el BOE.
Por supuesto, los borbones se encargaron de añadir excepciones en el reglamento para poder auto condecorarse, por eso en el punto 2 del artículo 5 se especifica que la concesión del Collar de la Real y Distinguida Orden de Carlos III "podrá recaer en los miembros de la Familia Real". Cómo no. Si el señor Borbón reinante pudo defraudar, mentir, negociar en beneficio propio, recibir comisiones, trapichear, evadir capitales, cometer perjurio y ocultar sus cuentas en el extranjero gracias a que le protege una Constitución que ni le va ni le viene y que le exime de cualquier delito cometido porque su real figura no está sujeta a responsabilidad, la excepción incluida en el reglamento de la Orden de Carlos III es, ciertamente, una nimiedad. Una gilipollez monárquica más.
Leonor ya cuenta también con el privilegio de pertenecer a la misma orden que el tirano Trujillo; ambos sin necesidad de haber justificado ni un solo mérito y los dos por decisión de antidemócratas.
Y todo lo relatado, evitando entrar en los orígenes casposos de estas dos órdenes (creada una por el mastuerzo Fernando VII, y la otra, como su propio nombre indica, por el rey del postureo, Carlos III), y obviando, igualmente y solo de momento, la famosa distinción del Toisón de Oro que los borbones no tendrían derecho a otorgar y que, aun así, se las regalan a quienes les sale del bolo. La última en recibirlo este mismo año (por razones chuscas a más no poder) ha sido la cómplice del defraudador, la consentidora exreina Sofía.
Si alguien echa de menos el no haber entrado tampoco en el carrerón militar de la jovencita Leonor para llegar a capitana generala sin que se le deshaga el moño… todo llegará. No hay necesidad de cabrearse de más.
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