Opinión
Este 20N no fue solo recuerdo

Por Marta Nebot
Periodista
Estoy ante el folio más blanco al que me he tenido que enfrentar en más de treinta años de periodismo. Intento salir del shock en el que quedé el jueves pasado, 20 de noviembre, después de otros cincuenta 20N desde que nací y murió Franco -que no el franquismo-. En 1975 empezó todo -en mi caso hasta yo misma-.
Me crie en la España ilusionada que nació y creció conmigo. De verdad creí que los franquistas eran pocos y que nunca saldrían de sus guaridas porque estaban tan a contracorriente del país democrático, moderno y libre en el que nos habíamos convertido que si salieran la corriente de la democracia los diluiría, serían disueltos como un azucarillo en un bidón de agua limpia -y por eso no salían-.
Sabía que, como las meigas, haberlos haylos, pero solo me había tocado discutir con ellos a escondidas en sus sombras.
Di por superadas las dos Españas. El guerracivilismo había sido enterrado a costa "del Borbón y cuent@ nuev@", como escribió Martín Caparrós. Nosotros admitíamos la monarquía, perdonábamos hasta lo imperdonable y ellos la vuelta de la democracia y gobiernos socialistas.
Con la madurez me di cuenta de eso que hasta Felipe VI por fin declaró esta semana, en el 50 aniversario de la Corona, que "la transición no fue perfecta". Pensé que el franquismo se había encargado de resarcir a sus víctimas de la Guerra Civil durante cuarenta años y la democracia ni sacaba de las cunetas a las suyas, ni recuperaba lo expoliado, ni anulaba las sentencias injustas, ni retiraba las medallas y las prebendas a los torturadores, ni homenajeaba a sus héroes ni sus hitos, ni resignificaba los símbolos de los que arrebataron el país a la otra mitad.
Y todo este preámbulo para concluir, tras la condena sin pruebas del fiscal general del Estado por el Tribunal Supremo en dicha efeméride, que no puedo creerme que la Justicia haya llegado tan lejos en el los–unos–contra–los–otros y que, aun siendo consciente de que habíamos vivido y denunciado otros casos de instituciones haciendo política a sabiendas, saltando por encima de la ley y de la separación de poderes -policía patriótica, informes policiales falsos, procedimientos judiciales de difícil explicación- jamás imaginé que la cerrazón pudiera llegar tan lejos, que las dos Españas siguieran tan enfrentadas como para llegar a esto: se acaban de cargar a la sexta autoridad del país más allá de toda duda razonable cuando las dudas son lo único demostrado.
Que el tribunal haya sentenciado fracturado ideológicamente (los cinco magistrados conservadores a favor, las dos progresistas en contra) confirma lo peor. No han valorado las pruebas y los testimonios sin sesgos ideológicos. No han decidido sobre si se puede o no demostrar “más allá de toda duda”, como dice la jurisprudencia que tienen que hacerlo, que el acusado filtró información secreta. Lo único que ha quedado acreditado es que cuando el fiscal la solicitó y la publicó en una nota de prensa, ya no era secreta, que el primero en filtrarla manipulada calumniando a la Fiscalía, a la Agencia Tributaria y al Gobierno, fue el entorno del novio de Ayuso con su autorización, y que el condenado solo lo hizo para desmentir la manipulación pública que se estaba produciendo, admitida en sede judicial por Miguel Ángel Rodríguez, el jefe de gabinete de la presidenta de la Comunidad -ya sabemos cuál-.
El entorno de Podemos y del independentismo podría llamarnos ingenuos con razón. Confieso que no creí que sus señorías fueran capaces de sostener otro caso incomprensible contra el mismísimo fiscal general del Estado y que llegaran a condenarlo echándolo del cargo y de la carrera.
Creí que la España que defiende la verdad por encima de los bandos y, por lo tanto, la democracia y el Estado de Derecho ganaría este pulso que nunca debió empezar, que nadie se atrevería a contrariar al sentido común en un caso de esta trascendencia.
Y ya sé que la verdad judicial puede ser -y muchas veces es- distinta de la verdad ciudadana y de la verdad a secas. Tengo un profundo respeto por los juristas y por los expertos en cualquier cosa, como buena periodista inexperta en general. Pero creo que la verdad judicial tiene que ser comprensible. La calle tiene que entender lo que sentencian los juzgados, tiene que saber qué se puede hacer y qué no, qué se castiga, por qué y cómo.
Tengo fuentes que llevaban tiempo advirtiéndome de lo que se nos venía encima. No me lo podía creer; este artículo es la prueba de que sigo sin poder creerlo.
Sé que no conozco la sentencia, que todavía no está escrita, que solo puedo hablar del fallo que se dio a conocer en una efeméride maldita, enmarcando aún más su sesgo ideológico, haciéndolo público sin argumentación.
¿Dónde queda la imparcialidad y la ecuanimidad y la pedagogía y el sentido de la historia? ¿Cómo queda la imagen de nuestra justicia y del periodismo, que también ha sido condenado –seis periodistas han desmentido el fallo en su declaración y por lo tanto, según el tribunal, han cometido perjurio–? ¿Qué daño hace esta condena a la conciencia social sobre lo que puede y no pasar en un tribunal, sobre lo que puede y no puede hacer un acusado o un periodista? Después de esto, ¿iremos a los tribunales igual? ¿Contrastaremos las informaciones igual? ¿Podemos confiar igual en la justicia los progresistas y en el periodismo los ciudadanos? ¿De verdad los conservadores demócratas pueden defender una condena sin pruebas? ¿Alguien ecuánime puede creer que lanzar bulos o defraudar a Hacienda es defendible o de derechas y que, por lo tanto, hay que justificarlo?
Voy de un no–puede–ser a otro... ¡Madre mía!
Y soy consciente de que la España de en medio, la centrada, es hoy una entelequia ideológica, un espejismo que se rompió. No apelo a ella. Las terceras vías suelen ser de derechas. Apelo a la dignidad y a la honradez intelectual, a no defender a los de uno contra los de los otros por encima de las posibilidades de los hechos, por encima de las normas compartidas.
Y también sé que la fractura más grande de España, como en la mayoría de las democracias occidentales de estos tiempos, es la que separa a los que votamos de los que pasan, a los que nos informamos de los que no tanto y que por eso es probable que lo ocurrido no tenga el alcance social que estoy suponiendo.
Sin embargo, creo que la onda expansiva de lo ocurrido no llegará solo a los que vivimos en las tripas de la actualidad política. Será ingenuidad, pero creo que los momentos cruciales corren de boca en boca, se expanden por el aire y llegan a muchos muchos, de momento una mayoría, como ocurrió en las últimas elecciones generales.

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