Opinión
'La Amenaza Fantasma' en el tiempo de lo impensable

Por Guillermo Zapata
Escritor y guionista
Se ha puesto de moda recuperar el inicio de La Amenaza Fantasma, la precuela de la trilogía original de Star Wars, para hablar del momento presente. La Amenaza Fantasma se estrenó en 1999 y planteaba, como base para la sucesión de acontecimientos que llevarían a la caída de la República Galáctica y la aparición del terrible Imperio del Emperador Palpatine, una guerra comercial de tipo arancelario. George Lucas, creador de la saga y director de las tres películas que componen este nueva trilogía, planteaba este conflicto en un momento muy distinto a nivel mundial, precisamente en el apogeo de la globalización neoliberal. El año en el que se estrenó la película es el año en el que nació el “movimiento antiglobalización” que bloqueó la cumbre que la Organización Mundial del Comercio celebró en Seattle. Cinco años antes, el movimiento Zapatista sacudía al mundo desde las montañas del Sureste mexicano irrumpiendo en el mundo el día que se inauguraba el Tratado de Libre Comercio entre EEUU y México. El imaginario mundial no era el de los aranceles, el etno-nacionalismo supremacista y las oligarquías tecnológicas de Sillicon Vallley. De hecho, el valle del silicio y los demócratas estadounidense eran uña y carne en aquellos días e Internet, el soporte ideológico de la idea de un mundo unificado en la información y el comercio.
La vuelta hoy de las imágenes de la federación del comercio de George Lucas son pertinentes, porque Lucas y, en general, Star Wars, siempre ha operado como recolectores del sentido común de la época. Por eso, en la tercera parte de esta trilogía, el advenimiento del imperio daba cuenta de la crisis de un partido demócrata en shock tras la caída del Clintonismo, las imágenes de la caída del Senado Galáctico y el ataque al templo Jedi resonaban con la caída de las torres gemelas y Anakin Skywalker hablaba como el Geroge Bush, hijo que nos metería en la guerra de Iraq cuando se enfrentaba a su maestro y amigo, Obi Wann Kenobi. O conmigo, o contra mí.
No veremos muchas imágenes de la última trilogía de Star Wars para explicar el momento presente, porque la trilogía es una catedral a mayor gloria del colapso de la imaginación. JJ Abrams, seguramente el autor con mayor capacidad para despolitizar cualquier producto cultural, devolvía un montón de imágenes muertas sin conexión con nada y le hacía el juego a los fans reaccionarios que vieron en Los Últimos Jedi, una traición al original, dónde lo que había eran las llaves para volver a ser culturalmente relevantes.
Los Últimos Jedi planteaba muchas cosas útiles hoy porque miraba al maestro Lucas, no por traicionarle. Planteaba que los árboles de la tradición deben ser quemados para preservar lo mejor de ella, aquello que la hace contemporánea, quizás la lección más valiosa que podría tener hoy una izquierda empeñada en que el mundo es el que siempre fue. Si hay algo relevante hoy es cómo de distinto es todo.
El cantautor punk (vamos a llamarle así) Jeffrey Lewis publicó una canción igualmente premonitoria en 2022 hablando de Trump, la pandemia o la guerra de Ucrania que se llamaba Podría ser peor. En uno de sus versos canta lleno de ironía triste: “Todo el planeta cerró hace un par de años. Lo que no podría pasar, pasó. Es bueno saberlo”.
Lo que no podía pasar, pasó.
Creo que esa es la mejor definición del momento presente. La conspiranoia crece en el momento en el que pasa lo que no podía pasar, porque cuando pasa lo imposible… todo es posible. No era posible que Rusia invadiera Ucrania, pero pasó. No era posible que Trump reventara el consenso de la globalización neoliberal con una guerra comercial al conjunto del planeta del que, seguramente, el mayor perjudicado sea el propio Estados Unidos, pero pasó.
Igual que la conspiración es una ilusión de orden racional en un mundo que parece haber perdido el sentido, el machismo un intento de recuperar el orden masculino en un mundo en el que los varones sienten que han dejado de tener el control sobre lo que pasa en el mundo, el gobierno de Trump, fundado de conspiranoia y masculinidad herida, es un intento de recuperar el control de unos EEUU que notan desde que les tiraron las torres gemelas que han dejado de ser la Policía y el banquero del mundo.
Lo impensable siempre genera incertidumbre. Pero el camino de la certidumbre es diverso. En Europa salimos de la crisis de la covid haciendo lo impensable, reconstruyendo las bases materiales de nuestra supervivencia, mutualizando deuda, tumbando las reglas fiscales de la austeridad… Pero también con la idea, a la postre muy limitada, de que se trataba de un momento excepcional. Lo que está pasando en EEUU demuestra que no hay tal excepcionalidad. Lo impensable es la norma y la batalla política está en normalizar otras formas de certidumbre.
Un nuevo Estado del bienestar, con nuevos derechos, en un mundo multilateral nuevo o un nuevo orden oligárquico, con menos derechos, sin democracia, en el que ser súbditos y no ciudadanos. Los dos modelos ofrecen algún tipo de incertidumbre, pero sólo uno nos salva a la mayoría.
Como dicen en Regreso al Futuro cuando tienen que saltar hacia adelante: "¿Carreteras? A dónde vamos no necesitamos carreteras".
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