Opinión
Anda y que te cure Dios
Por David Torres
Escritor
-Actualizado a
Se rumorea que el actor Val Kilmer sufre un cáncer de garganta y que su vida corre peligro porque sus creencias religiosas le impiden tratarse según el protocolo médico habitual. La Iglesia de la Ciencia Cristiana, a la que supuestamente pertenece Kilmer, prohíbe la vía de la medicación y recomienda la oración como única terapia. La noticia suena bastante extraña, ya que, mientras Kilmer niega que esté enfermo, quienes alimentan el rumor aseguran que lo han visto en un hospital con un tubo de traqueotomía, lo cual atentaría directamente contra sus creencias.
La historia, sin embargo, ilustra la contradicción esencial entre el método científico y el religioso, si es que este último lo hubiera o hubiese. Siempre me ha llamado mucho la atención que en los hospitales exista una habitación denominada "capilla", que es algo así como la cirugía mayor del alma, el último reducto de la fe, un resto de superstición semejante al del delantero que se santigua antes de saltar al campo, esperando que los ángeles le ayuden a rematar un gol. Porque todo el mundo sabe, excepto el catalán del chiste, que para que te toque la lotería primero hay que comprar un décimo. La capilla es el quirófano de Dios, sólo que el Ser Supremo, como siempre, juega con la ventaja de que ahí al lado funciona un quirófano auténtico, con médicos y todo. Durante una peligrosa intervención quirúrgica (y casi todas lo son), hay familiares que acuden a ponerse de rodillas y rezar, y algunos suelen atribuir depués el éxito o el fracaso de la operación a la providencia divina. "Gracias a Dios" o "Dios lo ha querido así" dicen. Pero si la capilla sirviera para algo más que para templar el ánimo, entrarían allí a los enfermos.
Rezar es lógico y humano, aunque en realidad recurrir a un Amigo Invisible de lógico tiene poco. Se trata más bien de juego sucio, una doble baraja, una especie de comodín mental. Si de verdad uno creyera, con todas sus consecuencias, que una operación quirúrgica depende en última instancia de Dios, sería una insensatez y una cobardía confiar esa responsabilidad a las manos falibles del cirujano, del anestesista y de la historia entera de la medicina occidental. La cual ha llegado hasta donde ha llegado no gracias al patrocinio de los clérigos, ni en pacífica alianza con la fe, sino oponiéndose durante milenios a su imperio, sobreviviendo penosamente a un bárbaro rosario de anatemas, prohibiciones y hogueras. Para ser consecuente con sus creencias, un hombre de fe estricto (por ejemplo algún ministro meapilas que yo me sé) debería seguir a rajatabla las enseñanzas de la Iglesia de la Ciencia Cristiana y no recurrir jamás a la ciencia de Esculapio, ni al paracetamol.
Hace ya muchos años, en un debate sobre cirugía estética, improvisé un panegírico de las tetas de plástico, de la reencarnación de Cher y de todos aquellos que han decidido arriesgarse a pasar por el quirófano para arreglar los desperfectos de la madre naturaleza, desde un labio leporino a cosas bastante más chungas. Un cura allí sentado sonrió ante mi elogio del bisturí y sentenció que cada uno debe conformarse con lo que Dios le dio. Se quedó algo pensativo cuando le dije que entonces no entendía por qué se había puesto gafas en vez de conformarse con sus dioptrías de serie, pero reaccionó en seguida y prometió, serenamente, rezar por mí. Dicen que no hay ateos en las trincheras ni entre los pasajeros de un avión en el momento en que cae en picado, pero esa afirmación, de ser cierta (cosa que dudo mucho), vendría a aclarar la naturaleza última de la fe. La cual, en última instancia, no resulta una elección tranquila y meditada, sino un impulso de puro terror, un producto irracional brotado de nuestro núcleo de reptil. Hay mucho magufo suelto que predica la dieta de la zanahoria o de la acelga en vez de la quimioterapia, pero la dieta de rezar es igual de efectiva y tiene la ventaja de ser más antigua que la tos.
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