Opinión
Apuntes de una petición de perdón fallida

Por Silvia Nanclares
Escritora
-Actualizado a
1.La puesta en escena. Si este acto, la petición pública de perdón organizada por la CONFER para las mujeres supervivientes del Patronato de Protección a la Mujer, fuera una obra de teatro, cada personaje estaría en su marca, en su posición, en su bando. El conflicto se escenifica oficialmente en el escenario, pero la totalidad de él sucede en cada rincón del auditorio. Lágrimas, quejíos, puntualizaciones espontáneas, tensión. El ambiente está cargado de expectativa y de cierta solemnidad ante un momento histórico, largamente esperado, un primer paso fundacional. ¿Aceptarán las supervivientes dicha petición? La platea del espectacular auditorio del Espacio Pablo VI está dividida en dos por un pasillo central. A un lado de la platea se sitúan las supervivientes, familias, amigas, además de la fila 0 y autoridades, tales como la ministra de Igualdad o Irene Montero. Al otro lado, altos cargos y personas pertenecientes a la CONFER, en su mayoría mujeres. Circunspectas, contritas. Desde donde estamos los medios escritos, se puede ver perfecta la división de los sentires, el movimiento corporal de cada bando. La rabia, los aplausos y la emoción surgen espontáneamente del ala izquierda mientras el ala derecha se va agararrotando en un repliegue de desconfianza, no las tienen todas consigo. La escucha compartida de los testimonios de supervivientes en el vídeo que se emite es sobrecogedora. Durante la elaboración del mismo, la CONFER ha vetado los testimonios concernientes al robo de bebés y al sucidio. A todo ello da respuesta la intervención de Consuelo García del Cid, que no olvida a nadie, ni a las hermanas gitanas ni a las lesbianas psiquiatrizadas. Su emocionante intervención es el corolario del proceso de reconstrucción de la memoria con el que se propuso sacar la historia del Patronato de las tinieblas desde el día que pudo salir de uno de los reformatorios del Patronato, y al frente posteriormente de la asociación Las desterradas hijas de Eva.
2. Una petición inmadura. Las madres novatas solemos insistir mucho en que nuestros pequeños, cuando han cometido alguna fechoría contra otro pequeño, pidan perdón. Los empujamos, a veces casi hasta la coacción, a esa puesta en escena en la que el pequeño que ha dañado dice perdón sin saber muy bien qué significa, más allá de que pronuncia una palabra clave dicha a regañadientes que le hace pasar un momento de vergüenza frente a un otro. Y la madre queda contenta, siguiendo un pensamiento mágico según el cual nuestro pequeño se ha redimido frente a ese al que ha atizado o arrancado un cubo o una pala. Cualquier profesional de la educación te dirá después que esa fórmula ante el conflicto está obsoleta: la petición de perdón es confusa (de hecho, muchas veces se confunden en la fórmula y en vez de pedirte perdón, los niños te dicen: “Te perdono”). Demasiado abstracto. Demasiado complejo. Demasiado cristiano. Mucho más clara la reparación, por ejemplo, el pequeño responsable, siempre que el otro esté dispuesto, puede ofrecerse a echar un poco de árnica en un chichón o a recomponer el juguete destrozado, también puede prestarle o regalarle una cosa de su propiedad como gesto reparador hacia la otra persona. Si a esto se aprende al poco de ser madre, después de haber forzado la ceremonia del pedir perdón unas cuantas veces en un arenero infantil, estoy segura de que las madres superioras de las órdenes concernidas —Oblatas del Santísimo Redentor, Esclavas de la Virgen Dolorosa, Adoratrices Esclavas del Santísimo Sacramento y la Caridad, Cruzadas Evangélicas, Trinitarias, Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia, Hijas de la Caridad San Vicente de Paúl, Auxiliares del Buen Pastor—, pueden aprender y mejorar sus dispositivos de petición de perdón.
3. Yo/Nosotras, la palabra más peligrosa. Siguiendo con la educación, decía Winnicott que la palabra Yo es la más peligrosa del mundo. Hablar en primera persona, asumir responsabilidades es algo mucho más difícil que poner el foco en las heridas de las supervivientes, en “lo mal que lo han pasado”, “cómo se han podido sentir”, en “sus vivencias”. El reconocimiento de participación es un paso pero lo realmente movilizador en un acto así sería hablar desde la asunción de responsabilidad del dolor y el daño infligido. A lo mejor el primer perdón es el que las órdenes han de ofrecerse a sí mismas, y para ello, un paso importante sería desterrar la voz pasiva (se vivió, se sufrió, se hizo) y hablar desde el lugar de quien ha abusado y torturado. No se trata solo de reconocer a la víctima sino de reconocerse como maltratador. La reconciliación, otra noción usada —pero quién querría reconciliarse con quien ha abusado de ella— está también fuera de lugar. En el contexto de la historia del Patronato, toda la relación entre las órdenes y las supervivientes está mediada por la violencia. No hay reconciliación mientras no se den los tres pasos primeros y básicos: verdad, justicia y reparación, que se clamaron junto al gran NO ante el perdón ofrecido. Porque sí, porque fue NO. Hablando de justicia...
4. ¿Ha venido el ministro de Justicia? Porque aquí no estamos hablando de un empujón o de quitar un rastrillo en un parque. Los hechos narrados por la supervivientes en el acto dieron buena cuenta del tamaño de las atrocidades perpetradas por las órdenes religiosas encargadas de gestionar el Patronato de Mujeres, desde 1941 hasta 1985. Aunque uno de los testimonios recogidos en el acto del pasado lunes habló de 1994. Y es que ni siquiera las fechas oficiales están claras, ya que que los archivos siguen sin estar abiertos porque son instituciones privadas que no tienen, al menos por ley, el prurito de transparencia —que lo tuvieran por decoro es otra cuestión—. Pero recordemos, el Patronato fue una institución dependiente del Ministerio de Justicia. ¿Dónde está la asunción de responsabilidad y el protocolo de reparación ante todas las supervivientes por parte del Gobierno de España? Las víctimas del Patronato no solo lo fueron del franquismo —la CONFER insiste en diluir su responsabilidad en el contexto político—, también lo son de la Transición y de la Democracia. Aún está a tiempo el Ejecutivo de celebrar su propio acto, en sus propios edificios oficiales. O mejor que actos, lanzamiento de una ley integral de reparación para las supervivientes que incluya la apertura de archivos, la investigación de bebés robados, las propuestas de indemnizaciones… Propuestas en firme hay muchas, voluntad política de investigar hasta dónde llegó y llega la relación entre Iglesia y Estado en España, no lo sabemos.
5. Los espacios de la memoria. Ya en la calle, un chico y una chica, muy jóvenes, que presumo son estudiantes del CEU —nos encontramos en su campus— o residentes de alguno de los colegios mayores colindantes, por cierto, con unas instalaciones espectaculares, nos preguntan el por qué de todo este jaleo. Otra compañera periodista y yo tratamos de resumir muy mucho lo que ha sucedido aquí. Ellos se debaten entre la curiosidad y el no querer saber más acerca de lo que les estamos contando. Tienen pinta de practicantes y el relato, obviamente, les incomoda. Imagino un día en que no haya que explicar nada, en que al decir Patronato todo el mundo sepa de qué hablamos, igual que cuando ahora decimos, por ejemplo,11S. Que seamos capaces de componer colectivamente y definitivamente una narrativa contra el olvido, que todos estos procesos y sus primeros pasos fallidos, como los de este acto, den cuerpo y paso a un compromiso real con la verdad, la justicia y la reparación. Y me repito, porque hay que decirlo muchas veces, como así se coreó junto con el NO como respuesta a la petición de perdón. Verdad, justicia y reparación. Es el único camino, está testado en otros procesos de paz. El chico y la chica desaparecen camino de las dependencias del elegante edificio de la Fundación Pablo VI donde seguirán estudiando. Pienso en los espacios del terror y la tortura que se han mencionado hoy durante el acto: el centro de Nuestra Señora de la Almudena (hoy IES Isaac Newton) o la Escuela del Pilar de San Fernando de Henares. Pienso en el solar aún sin construir que dejó la demolición del Colegio de las Adoratrices, en Padre Damián, 52, al que tantos testimonios escalofriantes se han referido. El colegio y sus terrenos fueron vendidos en 1985 por la orden de las Adoratrices a Patrimonio del Estado y demolido por este en 1991. Destrucción conjunta de la memoria. Sobre su solar, pende hoy un proyecto para construir un edificio administrativo con un megaparking anexo. Pienso en la posibilidad de levantar allí un espacio de memoria y homenaje a todas las mujeres víctimas del Patronato. Pienso en lo a tiempo que estamos. Y lo lejos. En este país, seguimos empantanados en el descampado yermo de la memoria democrática. En él aún se escuchan los gritos del NO de las supervivientes. Que su eco ponga a reflexionar a la CONFER y al Ministerio de Justicia para dar sus siguientes pasos a la altura de la gravedad de los hechos y sus consecuencias en la vida (y muerte) de tantas mujeres y sus criaturas. Y, sobre todo, a la altura de su lucha.
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