Opinión
Asaltar el infierno

Periodista
-Actualizado a
Veo a sus señorías en una televisión con el volumen al mínimo. El Congreso de los Diputados celebra una sesión que se había prometido bronca, hostil, llena de acusaciones mutuas. Por eso hago un ejercicio que recomiendo a cualquier estudiante de Comunicación: apagar el sonido. Cuando prestamos atención a los gestos y el lenguaje no verbal toma la palabra, adivinamos el subtexto del debate y encontramos pliegues nuevos en cada discurso. Los diputados gesticulan con vehemencia, fruncen el ceño o se cruzan de brazos de acuerdo al nivel de malestar que quieren transmitir. Y hay mucho malestar y mucha rabia.
De pronto, mecido por el vaivén de los aspavientos y los dedos acusadores, caigo en una evidencia clamorosa. La vestimenta. Veo que la Aemet mantiene la alerta térmica en Madrid así que pienso en el aire acondicionado. Es cierto que Francina Armengol lleva los hombros descubiertos y que otros diputados lucen vestimenta ligera, pero hay un paisaje abrumador de americanas. Al apagar el sonido de la tele, la climatización habla por sí sola. La prensa entrevera titulares de la gresca política con datos alarmantes de la Unión Europea. Resulta que España y Portugal han batido récords en "el tercer mes de junio más cálido desde que hay registros en el planeta".
Los negacionistas climáticos acudirán al anecdotario para objetar que siempre ha hecho calor. En su libro Se abre la sesión, Luis Carandell menciona un pleno de bochorno sofocante durante la Segunda República. Por lo visto, un diputado pidió clemencia a Julián Besteiro. "Señor presidente, ¿podemos quitarnos las chaquetas?". Dicen que Besteiro se apiadó con un arranque de sorna: "Sí, pero cada uno la suya". La cuestión ha sido motivo de roces hasta los tiempos en que José Bono amonestaba a Miguel Sebastián por no llevar corbata en verano. El ministro de Industria apelaba a razones ecológicas: elevar la temperatura del aire acondicionado permitiría ahorrar energía.
Subo el volumen de la televisión y escucho las palabras que flotan más allá de los gestos y de la indumentaria. La bancada derechista se revuelve contra Sánchez con los mismos estribillos de otros tiempos, si cabe aún con mayor beligerancia, pero con ese afán antiguo de tomar el poder a cualquier precio. Sánchez, por su parte, pide perdón por enésima vez y contraataca con un plan anticorrupción que mira de reojo a las empresas. Son medidas estéticas que intentan recomponer la reputación del PSOE pero que aprovechan también para golpear a Feijóo. Patxi López dice que los populares rechazan las políticas anticorrupción del Gobierno por miedo a que les afecten.
La prensa veraniega necesita regodearse en el drama y pone encima de la mesa todo un abanico de posibilidades, desde la moción de censura hasta la cuestión de confianza, pasando por la hipótesis improbable de que Sumar pueda abandonar el Gobierno. El descontento dentro del bloque de investidura es ruidoso pero no queda mucho espacio para la ciencia ficción. Los aliados tácticos o estratégicos del PSOE siguen encallados en una encrucijada tenaz. Y es que forzar la caída de Sánchez por un caso de corrupción abriría las puertas a una entente neopopulista que ha hecho de la corrupción su credo. Susto o muerte.
Ahora que los periódicos hablan del "infierno climático", he recordado una frase que pronunció Pablo Iglesias en la asamblea fundacional de Podemos: "El cielo no se toma por consenso, sino por asalto". Es una expresión que utilizaba Karl Marx para referirse a los sublevados de la Comuna de París y que ha sido motivo de chanzas por su espíritu desmesurado. Era 2014 y se respiraban brisas de cambio en todo el mundo. Pero los tiempos ya son otros. El avance de la extrema derecha, igual que el calentamiento global, nos parece un destino inexorable, una capitulación sin paliativos, un peligro que podemos diferir pero que no sabemos del todo cómo frenar.
Nadie ha asaltado por ahora ningún cielo, pero la amenaza del infierno ultra condiciona como nunca la política española. El vocabulario del optimismo ha cedido su lugar a una permanente retórica de la resistencia. Sánchez sigue vivo y coleando porque esa es la pasta de su personaje, y sube a la tribuna para avasallar al oponente devolviendo con creces las acusaciones de corrupción. Hasta ahora, el presidente ha explotado con éxito las llamadas al voto útil atizando el pánico a Vox. Las andanzas de Ábalos y Cerdán no harán otra cosa que exacerbar ese antagonismo. "O nosotros o el caos", decía aquella portada ya clásica de Hermano Lobo.
Vuelvo a apagar el sonido de la televisión e intento adivinar los argumentos del presidente. Imagino que ha dicho "trama Gürtel", "hermano de Ayuso", "caja B", "M. Rajoy". Incluso su contragolpe tiene algo de autodefensa porque subraya lo que podríamos padecer si él no estuviera. Aquí es donde se agradecerían otras ambiciones demoradas. La abolición de la Ley Mordaza. La derogación total de la reforma laboral de Rajoy. El embargo integral de armas a Israel. El cese de la Operación Fuego contra los huelguistas del metal en Cádiz. Ya casi nadie pide el cielo, pero tampoco es cuestión de conformarse con pasar la vida tratando de esquivar el infierno.
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