Opinión
El boom del politiquismo mágico

Por Marta Nebot
Periodista
-Actualizado a
El realismo mágico en política —politiquismo mágico, por decirlo corto— podría hacer boom a Occidente y a sus democracias. Es verdad que hace rato que explotó, pero es que lejos de frenar su onda expansiva lo que vemos es que podría implosionarlo todo.
Y luego decimos que la imaginación ha muerto, cuando está tan viva como siempre, tan teledirigida como nunca. En pleno siglo XXI, en la era con más información disponible, las múltiples conspiranoias son la prueba irrefutable de esta tesis: negacionistas del cambio climático, de la justicia social, terraplanistas, antivacunas... Los telepredicadores posmodernos del neoliberalismo más o menos brutal campan a sus anchas en nuestros móviles, siempre cerca, siempre a mano, gracias a las omnipoderosas tecnológicas. Nos susurran, nos aleccionan, nos chillan. Nos dirigen la mirada, el bolsillo y la fantasía.
El ser humano necesita creer en algo. Eso lo sabemos bien incluso los ateos. Ahora, como las religiones están menos de moda, han vuelto los tiempos de los alquimistas, los gurús y los salvapatrias, como en una reversión al medievo vía propaganda hitleriana. Goebbels lo dejó por escrito y algunos nunca lo dejaron de aplicar: una mentira repetida mil veces se convierte en verdad —o siembra la duda, añadimos ahora—. La duda sobre todos es la mentira más gorda. Es el pilar de la anti política.
En España llevamos desde julio de 2023, desde que la derecha perdió las elecciones generales que esperaba ganar, escuchando por tierra, mar y aire que vivimos bajo la bota de un gobierno ilegítimo, en una dictadura. Y esto retransmitido sin descanso en los programas de máxima audiencia y en todas las plataformas de derechas, que son muchas más que las izquierdosas, en un país en el que, según ellos, "no se puede decir nada".
Los mismos que venden ese humo nos quieren hacer creer que los inmigrantes nos roban la tostada, que son los culpables de todos nuestros males, cuando en España ya son más del 14% de los afiliados a la Seguridad Social, los responsables del 80% de nuestro crecimiento económico en el último lustro, según el informe del Banco Central Europeo, que dice cosas parecidas sobre toda Europa. Sin ellos el viejo continente se iría a la mierda —hablando en cristiano—, en las próximas décadas, por lo que los expertos han bautizado finamente como "el reto demográfico". En el próximo cuarto de siglo, por ejemplo, seremos cuatro millones menos de trabajadores españoles —por muy españoles que seamos— y cuatro millones más de viejos patrios. O sumamos manos a esta fiesta o la fiesta va a acabarse mal y pronto.
Además nos inundan con el cuento de que solo violan, delinquen y maltratan los extranjeros y los que rezan otros credos y lo dicen justificándose en la preocupación "por la seguridad de nuestras mujeres y niñas". Lo dicen los mismos que niegan la violencia de género que aquí golpea a más de 100.000 mujeres cada año. Los mismos que no defendieron, en aquel caso paradigmático que marcó un antes y un después contra la violencia sexual, a la joven violada por la manada en los San Fermines de 2016 porque aquellos lobos eran españoles muy españoles, con benemérito incluido.
La nueva entelequia es que la muerte consagra y que quien no está dispuesto a santificar a todos los muertos, hicieran lo que hicieran, es que está a favor de sus asesinatos. Los católicos creen en el perdón divino. Es verdad, que presuntamente su dios, previa confesión, lo perdona todo. Pero es que la ley humana es menos permisiva. En la cosa pública —que dirían los romanos— contar lo que dijo e hizo Charly Kirk, el influencer pro Trump asesinado esta semana, —un señor racista, homófobo, transfóbico y antiabortista radical— es solo hacer honor a los hechos. No querer ponerlo en un pedestal no es lo mismo que alentar a su asesino, es honrar a la reciente historia política.
Más allá de esta última invención que responsabiliza de esta muerte a los demócratas —y a todos los rojos del planeta, por ósmosis—, va calando la que cuenta que España no funciona cuando está siendo el mejor motor de la zona euro, cuando hay más gente trabajando que nunca, cuando medimos la pobreza por quién se puede o no ir de vacaciones fuera de casa cuando la mayoría vive cerca de un polideportivo con piscina y de una biblioteca pública con aire acondicionado. Pretenden que se nos olvide quiénes éramos y no veamos quiénes somos.
Por supuesto, también es fantasioso creer que la pobreza y la desigualdad han desaparecido, que la integración social es perfecta y que el discurso de Vox y del PP solo está basado en mentiras. Las mentiras no calan como las verdades a medias. Los cuentos no son creíbles si no son en parte ciertos.
Tienen razón al señalar los deberes que las democracias europeas no han hecho y el cinismo y la hipocresía y la insuficiencia de las socialdemocracias.
El problema de la vivienda es su máximo exponente en España. No encontrar ni poder pagar un piso de ninguna de las maneras no es ninguna alucinación y los que lo sufren son mayoría, lo saben y lo están contando. Es la gran asignatura pendiente de esta legislatura y sigue sin estar encarrilada.
Las insuficiencias hay que señalarlas: son las grietas por las que se pueden colar los que quieren hacer boom a la casa.
Para participar en política, para hacer que el mundo vaya palante en vez de patrás, para agrandar y extender la democracia, hay que agarrarse a la realidad todo lo posible por muy contracorriente que vaya. Hay que luchar por volver a encauzarla y darle su legítimo y trascendental lugar. La magia es embaucadora, seduce, arrastra, y está bien para soñar y para hacer piña, pero no para elegir a quienes nos manden porque la realidad siempre se impone a la fantasía.
Los nuevos magos nos quieren hechizados o lejos de la política para repartírsela. Nos quieren enfrentados en sus guerras fantásticas entre buenos y malos de manual, en sus nuevas cruzadas, en sus nostalgias de tiempos siniestros donde los suyos ganaban imponiendo su idea de España.
La sociedad española puede poner su imaginación en algo superior y no permitir que sigan manipulándosela. Podemos cultivar realidades mejores. Podemos tratar de imaginar con realismo y con esperanza.
María Zambrano escribió desde el exilio que "el totalitario no quiere encontrarse con su interior, con el rostro serio, severo, infinitamente dulce de la verdad" y también que lo que destruye las democracias es "el veneno, el engaño terrible de hacernos creer que todo o casi todo puede suceder sin tener consecuencias".
Que la infinitamente dulce verdad, aunque tenga rostro serio y severo, nos acompañe. Que el veneno de creer que azuzar o bajar los brazos no nos pasará factura no nos envenene hasta destruirnos. Que el politiquismo mágico no hechice más.
Amén, María. Amén. Gracias.
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