Opinión
La brújula de Feijóo

Por Guillermo Zapata
Escritor y guionista
Debería haber sido el día de su coronación. El día en el que todo lo que había ido construyendo en el fin de semana anterior se concretara. Ya había crónicas en medios de comunicación que hablaban de una milagrosa transformación, del Feijóo candidato al Feijóo presidente. El Congreso Nacional había caído en el fin de semana perfecto para presentarle formalmente como el campeón contra la corrupción. Todo iba bien. El lunes anterior a esa asamblea, las encuestas señalaban que, por primera vez, votantes socialistas parecían dispuestos a votar al Partido Popular. Una fuga de votos clave. Y esas mismas encuestas señalaban que las mujeres eran las que más se estaban alejando del PSOE.
No hacía falta hacer mucho, en realidad. Solo dejar que esa tendencia se consolide. No moverse mucho. Feijóo sabe hacer eso. Lo ha hecho otras veces y está preparado. Y ahí, en ese mismo momento… empezaron a pasar cosas raras. Como un eco de la campaña de las elecciones del 23 de julio de 2023, hace casi dos años.
La primera semana de esa campaña fue un asalto a los cielos para el Partido Popular. Mantuvieron bien la idea de que su intención era gobernar en solitario después de los pactos con Vox en ayuntamientos y comunidades autónomas y venían de conquistar el mayor poder territorial de sus últimos años. El primer debate electoral, a dos entre Sánchez y Feijóo, fue un baño absoluto. Feijóo mintió, sí, pero muy bien. Mintió a hipervelocidad y dejó a Sánchez aturdido. Y entonces… ahí arriba, con todo listo, algo empezó a descarrilar. La campaña se convirtió en una suma de torpezas y justificaciones en torno a la relación de Feijóo con el narco Marcial Dorado, pero fundamentalmente el pueblo progresista vio a un líder de la derecha que dejaba de ir a medios de comunicación y que no quería ir al segundo debate, que desaparecía. Y ahí, seguramente, más que identificar que Feijóo era un tipo de poco fiar, vieron que había una posibilidad de ganar y salieron a votar en masa.
Esta semana ha pasado algo con ecos de aquello. Cuando Feijóo subió a la tribuna el miércoles, ya había tenido una suerte de contradicción. Su dirección recién estrenada decía a la vez que gobernaría con Vox y que sus votantes merecían respeto y, por otro lado, que la aspiración era gobernar solos. Dos mensajes que no tendrían por qué aparecer de forma contradictoria (prefiero A, pero si tengo que hacer B, lo haré), pero que se volvieron un batiburrillo y un síntoma de inseguridad. Después Vox, que vio que podía morder, salió con la propuesta de deportar a 8 millones de personas migrantes de primera y segunda generación en España. Deportar a gente de segunda generación tiene mérito, porque le guste o no al señor Abascal, son españoles. Con ese anuncio, Vox ganó terreno mediático, acorraló al PP y puso en guardia al conjunto de la mayoría progresista. Sin ese anuncio la sesión de investidura del miércoles no habría sido como fue. Pero Feijóo también desaprovechó la oportunidad de recordarle a Vox que sus subidas de tono son la mayor garantía para compactar todo lo que la corrupción en el PSOE estaba deshaciendo. En vez de eso, se callaron, demostrando, de nuevo, cierta subalternidad a la fuerza política minoritaria de su bloque. Otro error.
Cuando Feijóo empezó a hablar, tenía una misión, solo una: golpear a Sánchez por la corrupción de su partido y presentarse como una alternativa que devolvería el orden al país. Era un cometido sencillo. Por supuesto, debería haber sabido que Sánchez esperaría a su réplica para atacar al PP y debería haber identificado el tono del presidente del Gobierno, mucho más comedido de lo habitual y buscando la complicidad de sus socios de Gobierno e investidura. La pelea no era por el ruido, sino por el orden.
Y Feijóo cometió dos errores imperdonables e incomprensibles. En vez de construirse como alternativa de Gobierno, elevó tanto el tono que pareció perder los papeles y, en vez de hablar de corrupción, su momento más "célebre" fue una frase sobre una supuesta relación económica entre Sánchez y una red de prostíbulos.
Los discursos casi nunca son la letra de las palabras, sino la música. No son importantes por su literalidad, sino por su tono. Feijóo jamás encuentra el tono. El bulo de los prostíbulos parte de unas coordenadas políticas profundamente erróneas, que tienen relación con ese porcentaje de votantes que están yendo del PSOE al PP y de ese porcentaje de mujeres que se está desmovilizando. En vez de manchar la imagen de Sánchez usando la relación con la prostitución de las personas de su confianza, Feijóo decidió subir el tono y acusar al presidente de algo cuyo problema no es que sea falso (a Feijóo tirar de bulos ya digo que le da exactamente igual), sino porque sonaba barroco, rocambolesco y fuera del tema. Alguien (o quizás él mismo) le convenció de que funcionaría esa falsa equivalencia entre su foto del narco y esta imagen fantasmal del sanchismo. Alguien le convenció también de que producir imágenes grotescas afectaría más a aquel de quien hablas que a ti mismo, cuando es exactamente al revés.
La brújula de Feijóo falla siempre que casi puede tocar con los dedos el poder. Siempre que está cerca. Siempre que lo tiene fácil. Y funciona cuando se queda quieto y deja que la mayoría que produjo este Gobierno se fragmente.
Eso quiere decir que el mayor desafío que tiene este Gobierno, y las fuerzas que lo componen, no es Feijóo, sino ellos mismos. Ya sabemos que Feijóo no es capaz de ganar; entonces, el esfuerzo del resto es conseguir no perder.
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