Opinión
Cuerpos, intimidad y educación sexual

Por Aitzole Araneta
Sexóloga de la Junta Directiva de la Asociación Estatal de Profesionales de la Sexología y Técnica de Igualdad
-Actualizado a
La reciente atención mediática dirigida a los campamentos de Bernedo ha venido de la mano, como muchas otras veces, del alarmismo, el morbo y la ideologización. Sin embargo, esta situación nos brinda una oportunidad valiosa para reflexionar y avanzar en cómo entendemos y llevamos a cabo una educación de los sexos de calidad. Más allá del ruido y la polémica, este momento puede ser un punto de inflexión para construir una educación de los sexos más respetuosa, basada en la diversidad y el bienestar de todas las persona
Educar desde la diversidad y también poniendo en valor la intimidad y la privacidad
La educación sexual, es decir de los sexos -sexo entendido como dimensión humana que conforma nuestras identidades, más allá de la simplificación basada en los genitales que tengamos o las prácticas que hacemos con ellos- comienza reconociendo que cada cuerpo es único y que la vivencia corporal está influida por múltiples factores: cultura, familia, historia personal y entorno y expectativas sociales. Promover espacios donde cada cual se sienta segura y respetado es clave. Es fácil vulnerar algo como la intimidad -aquello que el individuo quiere reservarse para sí- o la privacidad -lo que quiere compartir, a su manera, con algunas personas y no con el resto-. Tanto la intimidad como la privacidad son valores que se acompañan desde la educación de los sexos. Y son cuestiones que además van cambiando con la influencia del paso del tiempo en la biografía de cada cual. Por poner un ejemplo: en un entorno nudista o no textil alguien puede no querer mostrar su torso, genitales u otras zonas, pero puede ser que eso cambie con el tiempo. De lo que se trata es de establecer espacios donde, en vez de promulgar ideas estancas y categóricas, se explicite que éstas puedan ser reelaboradas/renegociadas. La intimidad y la privacidad, en definitiva, se acompañan con ideas, no con prácticas -ni se trata de incitar o impulsar, ni de prohibir-, para que ellas y ellos tengan las herramientas y la seguridad para elegir en qué entornos pueden compartirse- no solo sus cuerpos, también sus emociones, sus temores, etc-. Lo mismo ocurre con la diversidad: más que imponerla, se celebra y se pone en valor desde el cuidado.
Acompañar los procesos adolescentes
La adolescencia es una etapa de descubrimiento y transformación. Es fundamental ofrecer espacios donde los pudores y la necesidad de guardarse cosas para cada cual sean comprendidos y respetados. En este sentido, es importante entender la educación sexual como una herramienta que acompaña, más que como algo que se precipita o que fuerza situaciones. Si se trabaja en un contexto educativo que ve la diversidad- también la corporal- como algo de valor, será más fácil trabajar las vivencias de pudor para con el propio cuerpo, las vergüenzas para con otros cuerpos y cuestiones como la autoconfianza. También una vivencia corporal más positiva o unas interacciones con el resto de cuerpos que sean fuente de bienestar más que de conflicto. La cuestión radica en tener la suficiente flexibilidad para permitir trabajar estos conceptos siendo conscientes de que en la pubertad hay cambios corporales grandes en poco tiempo, por lo que hay que acompañarlos respetando límites y tiempos de las adolescencias. Se puede trabajar todo lo relacionado con el cuerpo sin someterlo a la mirada escrutadora de los demás, con recursos pedagógicos y metodológicos que la tecnología nos puede aportar.
Inclusión real para adolescencias trans
Si la adolescencia es un momento complejo y confuso, para muchas adolescencias trans, la relación con el cuerpo es especialmente delicada. En este sentido, una mirada colectiva que esté libre del juicio y el rechazo que habitualmente se cierne sobre estos cuerpos no hegemónicos puede resultar altamente beneficioso para estas adolescencias. Teniendo en cuenta, eso sí, que la inclusión auténtica se va construyendo en espacios donde cada cual pueda decidir cómo mostrarse, sin presiones ni exposiciones forzadas. La libertad corporal nace del respeto y la aceptación, más que de la imposición de dogmas. Por ejemplo: al abordar que los caracteres sexuales en los cuerpos de unos y otras pueden ser de formas distintas, con diferente distribución grasa, pilosidad, genitales… puede suponer la diferencia entre la aceptación de los cuerpos trans o, al contrario, el rechazo y el tabú. La naturalidad y la cotidianeidad es muy interesante, siempre que esto se haga evitando poner en el foco a personas trans concretas o induciendo a que se muestren, sobre todo si están en unos momentos donde no lo desean. Por mucho que vean cuerpos desnudos, eso no elimina el temor a mostrar el suyo.
Espacios mixtos con sentido pedagógico
Los espacios mixtos pueden ser enriquecedores si se diseñan desde la voluntariedad, el respeto y la pedagogía. La libertad, más que exigirse, se enseña. Ver cuerpos diversos puede ser cotidiano, si se quiere, pero en nombre de una supuesta modernidad no se puede obligar a nadie a mostrar su cuerpo.
Baños y duchas: espacios de cuidado
Los espacios íntimos como baños y duchas corresponde tratarlos con especial sensibilidad. Son lugares donde el cuerpo se muestra en su dimensión más vulnerable. Los baños y las duchas no pueden convertirse en espacios educativos, sin negar por supuesto que son un espacio de socialización importante. Su uso requerirá preparación, acompañamiento y una mirada ética que proteja la integridad de cada persona. En todo caso, es importante evitar contemplar estos espacios desde el alarmismo, como, por ejemplo, los relatos que una y otras vez escuchamos sobre los peligros que suponen los baños mixtos para las chicas. En todo caso, obligar a compartir espacios íntimos como duchas o baños sin ropa, bajo la premisa de romper estigmas, es contraproducente. La educación sexual acompaña estos procesos, más que forzarlos.
Educación sexual: profesional, continua y basada en evidencia
Lejos de los estereotipos y territorios comunes que tantas veces hemos escuchado, la educación sexual, es decir, de los sexos, va más allá de dinámicas corporales o la búsqueda de placer. En muchas ocasiones hay quien piensa, desde la buena fe, que de sexualidad sabe todo el mundo, porque todo el mundo la vive a su manera. Aunque nadie se plantea eso mismo con otras áreas de conocimiento: aunque vivamos en un piso o en un edificio, no nos erigimos en expertas en arquitecturas. Lo mismo sucede aquí: no es suficiente con un cursillo. Y las buenas intenciones no bastan. De hecho, muchas veces son el origen de la torpeza pedagógica. El activismo, por muy legítimo que sea, no puede sustituir el trabajo profesional, ético y riguroso que exige la educación de los sexos. La educación sexual no puede ser una excusa para imponer ideologías, ni para experimentar con cuerpos ajenos. Debe ser un espacio de diálogo y cuidado, donde cada persona pueda construir su identidad.
La educación de los sexos es un proceso profundo, guiado por profesionales, que trabaja valores, emociones y relaciones. Requiere continuidad, reflexión y sensibilidad. Su objetivo es dar herramientas a niñas, niños y adolescentes ( también a personas adultas) para que vivan su sexualidad con (auto)confianza, libertad y respeto.
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