Opinión
El decreto antiapagones como derrota cultural climática

Por Guillermo Zapata
Escritor y guionista
El cambio climático está en torno a la décima posición en las preocupaciones de los españoles y españolas, según el CIS. Entre los jóvenes es sólo un poco más alto. La vivienda, la corrupción y la migración ocupan los primeros puestos, siendo la vivienda la gran preocupación y ocupando el papel que históricamente tuvo el paro en la sociedad española.
En las encuestas en torno específicamente al cambio climático se mantiene una preocupación importante y mucho margen político para aplicar soluciones que, en general, son bienvenidas. Desde impuestos más duros al capitalismo fósil al despliegue de energías renovables o el apoyo al transporte público y la electrificación en general. En los últimos años, ese consenso social se ha debilitado por posiciones negacionistas generalmente ligadas a posiciones de extrema derecha, pero se mantiene razonablemente alto.
La cuestión climática es, por tanto, uno de los temas, pero en ningún caso EL TEMA. Eso es lo que explica la enorme autonomía política de los distintos grupos parlamentarios en relación a la sociedad que los votó para avanzar o no en la cuestión climática y lo que explica, también, la derrota parlamentaria del decreto antiapagones, que recogió rechazo con argumentos de derechas y con argumentos de izquierdas, conformando un bloque contradictorio pero con capacidad de veto. Una suerte de mayoría negativa de bloqueo.
Los argumentos en el campo izquierdo se movieron fundamentalmente en dos ejes. Uno antioligopólico y otro antirrenovable basado en la defensa del territorio. En los días siguientes a la votación, los dos ejes se han entremezclado y retroalimentado. Las grandes cabeceras mediáticas se olvidaron pronto del voto en sí y se desplazaron al marco "derrota del Gobierno" o "debilidad del Gobierno". No ha habido, ni habrá, una penalización importante (y seguramente tampoco un premio) para las fuerzas políticas que se han posicionado a favor o en contra del decreto que, quizás, se apruebe de otras formas, se presente con otros trajes, etc. Pero lo cierto es que en estos días hemos vivido una importante concentración de interés y debate cultural en torno al papel de las renovables en la transición climática, y quienes defendemos la importancia de un despliegue veloz e intenso de las mismas hemos perdido parlamentariamente y, me temo, socialmente. O dicho al revés, la derrota cultural previa ha facilitado la derrota parlamentaria.
¿Qué materiales conforman esa derrota cultural? Creo que tiene que ver con la dificultad de que la cuestión climática sea EL TEMA. Lo primero es explicar por qué ese y no otro, ¿acaso los demás temas no son importantes? Lo son. Son fundamentales, pero ningún otro tema cumple dos cuestiones que se dan de manera específica en la cuestión climática.
La cuestión climática condiciona la posibilidad de conquistar derechos en cualquier otro tema y va a intensificar todos los vectores de desigualdad ya existentes.
La cuestión climática tiene un límite de tiempo para abordarse. Cuanto más veloz e intensa sea la transición, más posibilidades hay de que sus efectos nocivos sean menores y la adaptación a los mismos sea mayor.
Históricamente, las transformaciones sociales se han entendido de forma pendular, con ciclos de avance y ciclos de retroceso que hacen que una derrota sea el momento previo a una nueva acumulación de fuerzas. El cambio climático no atiende a esas normas. Una derrota climática imposibilita de manera radical una nueva acumulación de fuerzas.
Pero ninguna de estas certezas son inmediatamente políticas y no son un imaginario de victoria, son certezas que no tienen por qué hacerse operativas en la sociedad. La forma concreta en la que la cuestión climática aparece en nuestra sociedad no es cómo la hemos representado a través de imaginarios de desastre. No tiene nada que ver con el meteorito de No mires arriba. No es un acontecimiento único, veloz y devastador. Una de sus paradojas es que hay a la vez poco tiempo, pero ese tiempo no es el del acontecimiento, sino un día a día cuya cotidianidad va haciéndose más difícil. Aunque multiplique los incendios, las inundaciones o las lluvias torrenciales, sólo la política nos va a decir que eso que sucede tiene un nexo común, que es el cambio climático. Si no habrá siempre otras explicaciones y siempre habrá otros agravios reales sobre los que trabajar.
La solución ensayada hasta ahora en relación a este problema es convertir las herramientas que tenemos para solucionar la cuestión climática en mejoras sociales. La derrota del decreto antiapagones nos dice que esas soluciones no se perciben aún como socialmente imprescindibles, ni prioritarias. Como en cualquier otro problema, desvelar lo que tienen de falso ciertos argumentos que han circulado estos días no va a resolver el problema.
Sin organizaciones fuertes que pongan la cuestión climática en el centro, sin una suerte del sindicato del clima, como lo hay de la vivienda o del empleo, siempre será más o menos gratis tirar un decreto que servía, ni más ni menos, para acelerar la transición climática en nuestro país, para democratizar el mercado eléctrico y para seguir ganando autonomía y soberanía frente a la la economía fósil.

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