Opinión
Descansar es un acto subversivo

Periodista y escritora
-Actualizado a
Cuando eran muy menores, les explicaba a mi hija y mi hijo que los servicios públicos, además de defenderlos, hay que usarlos. Porque si no, te los quitan; si no, llega un día en el que ya no están y no te has dado cuenta de cómo, ni cuándo han desaparecido. También, porque si no los utilizas, no vas a notar la merma de calidad. Si tu calle tiene un banco, siéntate; usa el metro, el bus, el tranvía, la Sanidad y la Educación públicas, los servicios de atención a víctimas, las asesorías que la Administración ofrece a la ciudadanía. Úsalas para que existan. Si no te sientas, no te darás cuenta de cuándo quitaron ese banco, y habrá desaparecido, probablemente para siempre. Cada derecho, cada logro, cada avance requieren una lucha ardua de años. Para desaparecerlos basta un día.
Sucede lo mismo con el descanso. De tanto dejar de usarlo, nos estamos olvidando de que el descanso es un derecho, un derecho que se reconoce en la Declaración Universal de Derechos Humanos y también en la legislación laboral española. Pero, ojo, que no se trata solo de lo laboral. Se trata de que tenemos derecho al tiempo libre para utilizarlo como nos dé la gana.
Llevamos a nuestro lomo una suma de cargas que van mucho más allá del trabajo remunerado, pero son trabajo. Como sucede con el lomo de las ballenas, que se va llenando de lapas, percebes y otros crustáceos, e incluso algún trozo de red, nosotras vamos cargando con multitud de adherencias y lastres que acaban resultándonos invisibles. Pero están. Además de la jornada laboral, atendemos a una multitud de responsabilidades que vamos asumiendo y se nos acumulan hasta el punto de no permitirnos parar para darnos cuenta precisamente de eso, de su existencia. Es una pescadilla que se muerde la cola.
Un día te das cuenta de que cuando dejas de cuidar a tus criaturas, pasas a cuidar de tus mayores; de que participas en varias luchas colectivas, todas igual de necesarias; de que necesitas seguir formándote; de que tu salud y la de quienes te rodean te exige cada vez mas tiempo; que siempre hay algo que hacer de forma ineluctable. Te das cuenta de que incluso el ocio se ha convertido en una pesada obligación. Me pregunto cuántas personas regresarán este verano de sus vacaciones anhelando el retorno a la vida laboral, exhaustas de eso que llamamos ocio y no es más que otra forma de consumo.
Si no descansas, no te darás cuenta y, en el mejor de los casos, un día notarás que tu salud mental ya no es la misma. Te darás cuenta de que se te han ido los días en ser alguien a quien no reconoces. Para ejercer el derecho al descanso hay que parar y mirarse a la cara. Parar es el primer paso. Sin embargo, hemos construido una sociedad en la que parar está mal visto, incluso castigado. Parar, en la mayoría de las vidas, no es una posibilidad. Así que convirtámosla en una forma de desobediencia. Y desobedezcamos. Pero no consideremos trabajo solo aquello que tiene que ver con lo laboral, el tiempo remunerado, seamos generosas con nosotras mismas por una vez.
En este momento, el descanso —el real, no el consumo de ocio— se ha convertido en una de las actividades más subversivas que se me ocurren. Porque cuando una descansa, crece, tiene tiempo para volver a alimentar su intimidad, y sobre todo para preguntarse en qué sociedad vive y qué estructuras tóxicas está contribuyendo a construir.
Como en el caso de los servicios públicos, debemos imponernos el disfrute del derecho al descanso. Porque si no, llegará un día —o quizás ya ha llegado— en el que nos lo habrán quitado, y, como el banco de la calle, no nos habremos dado cuenta de cómo ni cuándo.
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