Opinión
El otro discurso

Por Marta Nebot
Periodista
-Actualizado a
¡Ay, qué poquito falta! Cada año lo espero con palomitas imaginarias.
Ya casi estamos en ese momento en el que se para el tiempo en España, en el que presuntamente nos reunimos todos alrededor de un fuego catódico que pretende regalarnos una brasa larga que dure 365 días, un calorcito al que arrimarnos cuando el frío ibérico se nos meta en el alma, cuando no entendamos a este país, cuando no entendamos a la humanidad ni qué coño nos pasa.
¿Será, o un poco menos?
Ya sé que esperar algo del discurso navideño del Rey es una esperanza absurda, es un "vivan las cadenas" de una republicana. Pero es que el momento es precioso también para los que no creemos en dioses ni en patrias. Diga lo que diga ese señor en todas las pantallas, estaremos a punto de juntarnos para querernos, de al menos querer juntarnos, de juntar buenos deseos o disimular los malos.
Y la mayoría no estaremos solos y comeremos y beberemos lo mejor que podamos. Y, justo antes, con la mesa medio puesta, tal vez nos paremos quince minutos para escuchar a la presunta máxima autoridad de esta tribu, que dirá cosas para ¿casi tod@s?, que ¿nos resumirá? el año y ¿nos animará? a ser mejores el próximo.
Los discursos son valiosos para no vivir encerrados cada uno en su cerebro. Los liderazgos son necesarios, los buenos son alimento. Pueden ser brújula, luz y lo opuesto y lo de en medio.
El de esta noche podría ser el oráculo que marque el próximo año de este pueblo, que nos haga entrar en él con alguna idea colectiva para mejorarlo. Podría, pero no va a serlo. Será el discurso consabido, con su de todo y su de nada, de alguien a quién la cuna le dio el cargo y sus protectores y protegidos y su idea de diplomacia.
Diga lo que diga estará impregnado de tantos años de "me llena de orgullo y satisfacción", de la larga sombra de su santo padre defraudador. Pero también de su error histórico, del discurso del 3 de octubre de 2017 en el que olvidó dedicar -al menos- una frase a tantos catalanes apaleados, independentistas y no tanto, españoles -al fin y al cabo-, el fatídico 1 de octubre, por intentar meter un voto en una urna -aunque fuera prohibida y de plástico chino-.
Los habrá que le hayan condonado esas deudas gigantes por haberse autodesheredado -sin renunciar a la herencia principal, el trono- o por haberse dejado embarrar junto a su señora tras la Dana de Valencia del año pasado. Se quedó mientras el presidente del Gobierno se iba. Se quedó después de que su presidente, el de tod@s, fuera agredido.
Aquella comitiva se empeñó en ir al epicentro del dolor con la herida sucia y abierta, con las máquinas teniendo que parar de limpiar, abrir caminos y buscar fallecidos para que sus coches oficiales pasaran y se hicieran sus vídeos. Casa Real se empeñó en ir allí con los dos presidentes involucrados, Sánchez y Mazón, con el Rey como pacificador entre ellos.
No sabemos cuántos españoles le respetan y le aplauden, ni cuántos preferirían que el discurso de esta noche lo diera alguien votado en vez de nacido.
El CIS, el Centro de Investigaciones Sociológicas, el que hace las encuestas más costosas y a más gente -y lo hace con el dinero de tod@s-, lleva sin preguntar a los españoles por la monarquía desde 2015. No preguntó entre 2011 y 2013, con el PP en el gobierno y el caso Urdangarín en todas partes. Cuando lo hizo la monarquía suspendió. Al año siguiente, en 2014, Juan Carlos I abdicó. En 2015, ya con Felipe VI coronado, la encuesta de tod@s volvió a preguntar de manera menos directa y la institución volvió a catear. Ya no preguntó más. Tezanos, que dirige esa institución, y el Gobierno lo justifican porque la monarquía no sale entre las principales preocupaciones de los españoles. Como si no se pudiera pensar que la monarquía no sirve para nada sin que eso te quite el sueño, sin que eso sea lo primero que digas cuando te preguntan qué te preocupa más.
Reconozcamos que este año el Rey estuvo bien en su discurso en la Asamblea de Naciones Unidas en Nueva York. De hecho, desde entonces Vox le ha cogido cierta tirria. Su defensa de los derechos humanos por encima de los intereses geopolíticos, la defensa de lo obvio en términos éticos resulta revolucionaria en estos tiempos, en este momento internacional y patrio. Que lo haga nuestro Rey es motivo de cierto ¿orgullo y satisfacción? o de ¿cierto respeto?
¿Y si se trajera ese discurso a la patria? ¿Y si se atreviera a ser revolucionario en casa? Entonces daría un discurso aconfesional, uno para todas y todos que hablaría de lo fundamental en este momento: el respeto perdido a esta democracia tan grande y tan valiosa desde el 23J, el respeto mínimo a la convivencia, el respeto al sistema parlamentario y autonómico que nos dimos en el 78, el respeto a la Constitución en asuntos clave como la vivienda, el respeto, sin más, dónde y cuándo más nos hace falta.
También hablaría de la importancia de la política en serio, de la que afecta a las vidas, de la vergüenza por la desigualdad enquistada en este país rico -motor de la Unión Europea-, de que la sanidad y la educación públicas deberían ser el pilar fundamental que no se puede dejar en manos del negocio... Porque la gente está por encima de las siglas y de los bloques y de los casos judiciales salpiquen a quien salpiquen, porque la política no la hacen esos casos concretos y son lo que cambia o no las cosas, porque el parlamento tiene que votar por medidas y no por colores, porque los españoles no paguemos por lo que nuestros políticos hacen o deshacen, pierden o ambicionan. Tendría que hablar de la necesidad de que las decisiones judiciales sean comprensibles; de la trascendencia de pagar impuestos y de mantener y ampliar el pacto contra la violencia de género en todos los ámbitos porque en todos sigue. Ahí estuvo, ahí está y seguirá por bastante tiempo.
Hablamos de un Rey que lo es porque en este país se sigue aplicando la ley sálica que le quitó la corona a su hermana para que él tal vez, algún día, se la pueda dar a su hija, por no haber tenido varón.
En fin...
El discurso de este año volverá a dejarme fría. Volverá a dejarme pensando si llegaré a ver la república o si veré reinar a su hija. Tal vez ella sepa hilar más fino, aunque sea con la misma aguja.
Que a nadie le sorprenda este cierre de columna navideña republicana. ¿Será sororidad? ¿Será saber perder -no como otros-? Somos republicanos, no idiotas. La república de momento queda muy muy lejos. Pero conseguimos la sanidad y la educación y la igualdad -sobre el papel- para tod@s y tenemos que defenderlas como la joya de nuestra corona. Brindemos por ellas.
Y siempre nos quedarán las palomitas imaginarias para soñar con la tercera república. Salud e ídem. Feliz noche, sea como sea.
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