Opinión
Drama

Por Israel Merino
Reportero y columnista en Cultura, Política, Nacional y Opinión.
-Actualizado a
Lo primero que pensé fue que la del piso de abajo me había jodido el verano: su padre murió hace ocho meses de un golpe en la cabeza, y ahora, solo cinco días antes de que empezaran mis raras vacaciones, lo hacía también su madre de un cáncer de pulmón – o de pena, cualquiera sabe ya –. El sentimiento es raro; te sientes egoísta, sucio, como un cuchillo de limpiar boquerones abandonado en la pila; te percibes raro, cínico, mala persona; la del tercero se ha quedado huérfana y sola, como el perro de un yonki, y tú, el del cuarto, solo piensas en cómo te afectará esa mierda a ti; tú querías pasar unos días de agosto aprovechando el balcón, quizá bebiendo vino sin camiseta o follando con la espalda húmeda apoyada en los barrotes, y ahora no lo harás porque allí abajo habrá drama; allí abajo habrá una señora joven, quizá no tanto aunque sí lo suficiente para no quedarse huérfana, que estará fumando lento y llorando en serio mientras mira fotos antiguas, se prometerá también digitalizarlas todas aunque nunca llegue a hacerlo, o quizá empacando en bolsas de plástico las cosas de sus padres que ahora tirará – ¿qué se guarda de un muerto?, ¿se tiran los calzoncillos, las toallas, las camisetas interiores, las sábanas, los chicles de nicotina?, ¿se guardan los móviles, las libretas, la cartera, las camisas de reunirse con los poderosos, el perfume de ir a confesarse? –.
Shakespeare fue una perra mentirosa porque nos metió en la cabeza que las tragedias eran absolutas, pero qué va; no existen los grandes dramas ni las grandes pérdidas; todas las muertes importan de verdad, de constricción y rezo, solo quince minutos a poco más de quince personas: qué pena lo de sus padres, sí, pero niño, coge el ascensor ya y que la otra se suba al tercero andando, que he dejado la cebolla pochando y se me va a pasar, no veas lo pesada que se pone cuando le das cháchara. Me pasó cinco días después, justo al empezar las vacaciones esas de las que os hablaba antes, cuando iba en un autobús a la costa medio sopa y pesando en mis cosas del veraneo, en los botellones en la playa y las pepas en la Falkata y los posibles besos cerca del espigón, y a la altura de Riba Roja, donde el desvío criminal que separa a los que van a Valencia de los que siguen hacia Alicante, vi dos docenas de coches reventados y llenos de barro en el margen derecho: eran ataúdes de fibra de carbono, los coches en los que murieron más de doscientas personas hace ya diez meses, cuando la dana. Todavía seguían ahí, expuestos como iconos del horror o de la ineficacia política, como un recuerdo a los conductores de que la piel es finita. Todos desaceleraban y se santiguaban, pero en la siguiente curva volvían a pisar el pedal y subir la música: se olvidaban rápido, se forzaban a olvidar rápido; ninguno de los muertos de allí era suyo, tampoco mío.
Ahora, diez días después de enterarme de la orfandad de la vecina de abajo, paseo por la playa mientras escucho la radio: Israel ha asesinado a cinco periodistas; a cinco compañeros, aunque me avergüence de llamarlos así no por ellos, sino por mí. Me indigno, siento ácido en los nudillos un rato, pero sigo caminando. Pienso en lo cerca que está Gaza nadando, pero también en el bañador tan chulo que lleva el que camina a mi lado. Y en el olor tan rico que sale del chiringuito. Y en el culazo que tiene la que va por delante de mí. ¿Soy una mala persona?
Comentarios de nuestros socias/os
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros socias y socios, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.