Opinión
Un episodio de la Guerra Civil en Madrid

Estamos el 18 de julio de 1936 en lo que cuarenta años después será el madrileño Distrito de Latina. Una minoría del Ejército de la República española se ha revelado contra el gobierno unicolor de corte liberal, presidido por Santiago Casares Quiroga, para instaurar un régimen emulador a los existentes en la Italia fascista y la Alemania nazi. Por toda España se movilizan unidades rebeldes contra la patria y se extienden las informaciones de asesinatos masivos y selectivos por parte de los golpistas. La población civil se ve obligada a involucrarse si quiere conservar la vida y la libertad.
Los militares de los cuarteles de Campamento se han sublevado con muchas dudas. Son unos 1100 soldados y disponen de artillería. El día 19 accede a ellos en secreto el general Miguel García de la Herrán, siguiendo el plan del general Sanjurjo, y se pone a su mando desde el Pabellón Muñoz Grandes. Quiere formar una columna que llegue hasta Madrid y se sume a los rebeldes del general Fanjul en el Cuartel de la Montaña de Príncipe Pío.
Para que se una a él García de la Herrán contacta con Francisco León Trejo, jefe del aeródromo de Cuatro Vientos. La respuesta es un no rotundo: Cuatro Vientos permanece con la legalidad democrática. La reacción de García de la Herrán de disparar con su artillería contra Cuatro Vientos es inútil. Lo único que consigue es que aviones del Ejército procedentes de Getafe le bombardeen a él.
Mientras tanto, ante la presión socialista de la oposición parlamentaria y sindical, el recién conformado gobierno liberal de José Giral ha accedido a repartir armas entre los obreros para luchar contra un golpe de Estado que se está pareciendo cada vez más a una guerra. En torno al Círculo Socialista de la barriada del Puente de Segovia se está aglomerando la juventud, principalmente hombres, pero también mujeres. Quieren recoger uno de los fusiles que están repartiendo.
En la Casa de Campo, junto a la Puerta del Ángel, acceso existente entonces a este recinto, el teniente coronel Julio Mangada y otros oficiales del Ejército les instruyen rápidamente y conforman milicias. Hay prisa. En cualquier momento pueden llegar los sublevados de Campamento.
Una vez que vecinas y vecinos se han refugiado en sus casas, Mangada ordena que milicianos y milicianas corten el Paseo de Extremadura con barricadas, instalen una ametralladora en medio de la Plaza de Puerta del Ángel y se coloquen con sus fusiles en las azoteas de las viviendas y de la iglesia de Santa Cristina. Sin embargo, pasan las horas y los militares rebeldes no aparecen. Ante esta tesitura, el teniente coronel Mangada contacta con el Consejo de Ministros para exponer su solución: hay que tomar Campamento por asalto.
En la noche del 19 al 20 de julio, en una táctica envolvente, una parte de las milicias de la barriada del Puente de Segovia marcha por la Casa de Campo en dirección a Retamares, mientras que la otra parte avanza por el Paseo de Extremadura acompañada por efectivos de la Guardia Civil y la Guardia de Asalto (el cuerpo de policía de la República). A las 9 de la mañana comienza la contienda. Los sublevados resisten los primeros envites gracias a su posición defensiva acuartelada y sobre todo gracias a su artillería, que causa numerosas bajas entre los leales; pero pronto cambian las tornas con el apoyo de la artillería y la aviación procedente de Getafe. Las bajas de los sublevados son inasumibles a las 11 de la mañana y las tropas de cada uno de los cuarteles se van rindiendo en cadena. El último cuartel que queda por caer es el Pabellón Muñoz Grandes, donde se encuentran los mandos rebeldes.
Rodeadas por todas partes, las propias tropas facciosas permiten el acceso al cuartel a las milicias republicanas y, sin estar confirmado, deciden matar a su propio general, García de la Herrán. Eran las 2 de la tarde y la rebelión de Campamento había quedado desactivada gracias al pueblo obrero de Puerta del Ángel. Poco después les llegó la noticia de la victoria republicana en el Cuartel de la Montaña. Todo era alegría, pues no sabían que lo que habían vivido era tan solo el principio.


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