Opinión
Era humano, por eso lo odiaban
Por Israel Merino
Reportero y columnista en Cultura, Política, Nacional y Opinión.
-Actualizado a
“La Iglesia de los Santos no sé dónde está, acá somos todos pecadores”.
Papa Francisco
El hombre es un indigente. O eso decía San Agustín de Hipona en sus Confesiones, el conjunto de libros y textos que escribió después su conversión para tratar de explicarse esa cosa oculta a años luz de lo visible que algunos llaman conciencia. El hombre, decía, es el animal más indigente de todos porque siempre busca el amor y la belleza y la armonía, pero nunca termina de lograrla; el hombre siempre está en movimiento; el hombre debe buscar porque así está escrito en su naturaleza; el hombre no debe parar ni acomodarse ni tener otra certeza que la existencia de Dios; el hombre debe salir ahí fuera y pelear por lo justo: “no crean que he venido a traer paz a la Tierra, he venido a traer espada”, dijo Jesucristo, según recoge el Evangelio de San Mateo – os prometo que no volveré a citar textos religiosos en toda la columna –, en referencia a la necesaria pelea por el amor y la belleza y la armonía que debemos emprender no solo los cristianos, sino todos los humanos.
Ha fallecido Jorge Mario Bergoglio, a quienes llamaréis Francisco los que creáis en su mismo Dios: ha fallecido un hombre, un humano, una persona; ha muerto un indigente, en el mejor sentido que le puedo encontrar a esa palabra, que decidió buscar la belleza y el amor y la armonía en los márgenes de la humanidad y el dolor, que es donde la Iglesia debe siempre husmear; un papa que no fue ese ídolo absurdo y quieto y conformista y altivo que los católicos de boquilla chica quieren que sea el heredero del trono de San Pedro, sino un humano que decidió, quizá equivocándose muchísimas veces, no domesticar su espíritu indigente y salir con el corazón sobre los ojos a buscar aquello que consideraba bueno y justo.
No penséis que quiero blanquear todo lo que hizo o dijo el fallecido papa, pues entenderéis que no me hacen ni gracia ni ilusión sus postulados sobre el aborto, la homosexualidad u otras muchísimas cosas que nos llegaban con ese chungo olor desde los húmedos bajos del Vaticano, pero sí quiero reconocer que fue un humano consecuente y benévolo al que le agradezco muchísimas de sus posiciones; fue una persona que no toleraba que murieran niños en Palestina ni Ucrania y que se atrevió a explicar la cosas por su nombre, aunque quizá le faltara llamar nazi a JD Vance y excomulgarlo de una santa vez; un hombre que entendió que Dios estaba en los ojos azabache del refugiado sirio y no en los dorados nudillos artríticos de los cardenales; un indigente, debemos decirlo con orgullo, al que quienes encuentran a Cristo solo en cruces talladas y nunca en los latidos del prójimo odiaban precisamente por eso: porque era humano, no un ídolo inamovible y soberbio que decidiera conformarse con los rezos – digo yo que a veces hay que dejar de hablar con Dios y ponerse a trabajar en su nombre, que la Doctrina Social de la Iglesia está para algo –. El papa Francisco ha sido, aun estando a años luz de distancia ideológica en muchas cosas, uno de mis mayores referentes morales en esta época turbia donde te acusan de radical y follamoros por no ver claro que Europa permita que seres humanos se ahoguen en el Estrecho de Gibraltar. Es un ejemplo, lo digo con muchísimo orgullo, al que echaré de menos – aunque espero que se lleve una pequeña reprimenda de Dios por lo de no excomulgar al nazi de Vance –. Ha sido un hombre, un humano, un indigente, y no se me ocurre nada mejor que ser.
Comentarios de nuestros socias/os
¿Quieres comentar?Para ver los comentarios de nuestros socias y socios, primero tienes que iniciar sesión o registrarte.