Opinión
Fallo de sistema. Programar reinicio

Estamos necesitando un cambio de sistema para lograr economías "racionales" y que estas se acompañen de equidad, suficiencia y paz. La orientación de la economía capitalista, en sus últimas versiones aceleradas, es justo la contraria a la de la racionalidad, porque la racionalidad está del lado de la asunción de los límites planetarios y vitales. Vamos traspasando umbrales (los 9 umbrales que se definieron para la sostenibilidad de este planeta) y sabemos que no es para nada sensato seguir avanzando y adentrarnos en los escenarios que se empiezan a evidenciar. El comportamiento de nuestras sociedades, que viene impuesto por la economía de mercado, es profundamente inadecuado para alcanzar un futuro compatible con la lógica de los sistemas vivos. ¿Podemos llamarlo ya necrosistema? Hacia algo así parece que nos encamináramos.
Ya estamos padeciendo un colapso ecológico, social y económico. Es idea común que de las crisis surgen grandes oportunidades. Ver y aprovechar las hipotéticas oportunidades de la multicrisis que hemos desatado no parece tarea fácil. Porque, aunque imaginemos alternativas posibles, suelen suponer transformaciones demasiado grandes, que implican saltos de escala difíciles.
La multiplicidad de crisis del mundo actual se observa, fundamentalmente, en una devastación ambiental sin precedentes y una deslegitimación de los sistemas políticos que se basan en economías capitalistas extractivas dislocadas y eso genera crisis sociales también sin precedentes, porque ya son globales y existenciales. Es decir, las consecuencias de la economía capitalista global arrasan con todo lo explotable, aunque sea socavando la base de recursos (naturales y humanos) que la sostiene.
Este Estado de malestar que avanza entre las mayorías desposeídas y expulsadas de sus territorios para extraer lo que estos tengan de explotable -y que genera movimientos migratorios coherentes con esa destrucción de territorios- se ha traducido en un auge, difícil de superar, de movimientos de ultraderecha que alimentan el racismo, la xenofobia, la aporofobia, el machismo y un autoritarismo lleno de agresividad y violencia. Por si fuera poca cosa, además, el avance de la mercantilización de las últimas dimensiones de la vida cotidiana supone la apropiación del valor de las mismas, llevando a niveles estratosféricos las desigualdades, las injusticias y los abusos.
Los programas de ajuste estructural del FMI o el Banco Mundial, o la Organización Mundial de Comercio (OMC) como facilitadora del comercio global y que fomenta el rol de las cadenas globales de valor, esas que están coordinadas y organizadas desde redes de empresas transnacionales, que controlan alrededor del 80% del comercio mundial, son organizaciones que alimentan políticas comerciales desreguladas y competitivas y siguen instaurando y legitimando un crecimiento a todas luces nocivo (más y más grande sabemos que no significa necesariamente mejor). Pero se insiste, como si, literalmente, no hubiera un mañana. De seguir así, efectivamente no lo habrá.
Si la ONU, diseñada y puesta en marcha tras la Segunda Guerra Mundial, ya no es capaz de mantener la dignidad ni la justicia que los pueblos merecen, porque su diseño incluyó una serie de anomalías como el derecho de veto de determinadas naciones, o la Corte Penal Internacional, ratificada a principios de este siglo y a la que pertenecen 124 Estados, también tiene enormes dificultades para hacer cumplir su mandato, hemos de concluir que los instrumentos de gobernanza global para llevar a cabo la transformación que la sociedad necesita en momentos tan desacoplados de la naturaleza, y poder mantener unas condiciones mínimas de vida, son realmente difíciles. Pero aún disponemos de la capacidad política de resolver cada problema que nos plantea la convivencia colectiva en escalas menores, más locales. Para limitar la frustración que supone no poder reparar este desacople global es bueno plantearse la acción desde lo local para aminorar el impacto de las políticas económicas insostenibles y destructivas que, en el nivel global, de momento no parece que podamos contener.
Hemos comprobado demasiadas veces que las conferencias y reuniones internacionales para llegar a acuerdos que garanticen la conservación de la naturaleza no han conseguido hasta ahora ningún resultado positivo real. Ahí tenemos las distintas COP (vamos ya hacia la edición número 30), o las Cumbres de la Tierra (cuatro desde 1972) o el último y reciente intento de proteger los océanos con el Tratado de Alta Mar, que también ha acabado en fiasco. Cuando ha parecido que se conseguían avances sustanciales, finalmente no se han ejecutado o se han subvertido los objetivos planteados.
Es más, estamos viendo y nos están diciendo que la ventana de Overton sobre la percepción de ideas (aceptables o no) en el debate público hoy se está moviendo hacia la aceptación de posiciones impulsadas por la ultraderecha más radical que se ha expandido por todo el globo. Hay que mover esa ventana de posiciones ultras. Hay que desplazar esa ventana hacia el debate público reposado en el seno de una sociedad menos desquiciada; seamos capaces de proponer políticas que persuadan de la utilidad y necesidad del cambio de paradigma económico en beneficio de la mayoría de la sociedad que ahora malvive o sucumbe ante las políticas económicas actuales que son generadoras de una desigualdad brutal e inaceptable.
Situándonos en un nivel intermedio entre lo global y lo local, por ejemplo, en el nivel de las políticas nacionales y la capacidad de cambiar cosas en este nivel de gobernanza, nos topamos en España con un modelo bipartidista salido de una transición que ahora no parece tan modélica como nos quisieron contar y que está sometido a un sistema electoral que distorsiona la representación real de ideas de la población, para que sean defendidas en los parlamentos. Queda así excluida y sin representación buena parte de la diversidad ideológica que debería tener voz en los debates parlamentarios de forma directa y no condicionada por los partidos inicialmente privilegiados por ese sistema electoral del bipartidismo. Con mucha dificultad se consiguió romper ese bipartidismo turnista en 2014, con la irrupción de un partido que quiso cambiar los ejes discursivos, tras un 15M que trastocó la cómoda alternancia de los dos partidos mayoritarios. Sin embargo, las guerras sucias de quien no se resigna a perder cotas de poder han hecho que la pluralidad ideológica vuelva a moverse entre estrechos márgenes que no aceptan ningún cambio de paradigma ni de sistema. Así las cosas, las ideas de los movimientos filosóficos y políticos verdes siguen siendo poco escuchadas, silenciadas y no tenidas en cuenta frente al gran poder lobista de grandes corporaciones que parasitan la representación política que debería estar en manos de la ciudadanía.
Ser una ciudadanía formada e informada se antoja hoy un objetivo muy difícil con los actuales estándares de unas redes sociales manipulables que desinforman, adulteran y generan bulos y mentiras creíbles gracias a una IA usada con objetivos espurios, que desorientan.
Quizá la única manera de retrotraernos a una situación manejable en estas sociedades hiperconectadas de hoy, sea la de reiniciar desde la pequeña escala los sistemas de gobernanza en pro del bien común y de la supervivencia de la humanidad en espacios cercanos y más simples.
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