Opinión
Feijóo nunca fue moderado

Por Pablo Batalla
Periodista
-Actualizado a
Feijóo propalaba que el vicepresidente Anxo Quintana maltrataba a su esposa y que el presidente Emilio Pérez Touriño era un adicto al lujo, que vivía "como un actor de Hollywood" y se había comprado un coche "más caro que el de Obama": había remodelado tres salas y un jardín de la Xunta y había adquirido un Audi A8 blindado, similar a los dos que, antes, había usado Manuel Fraga. Corría el año 2009 y aquel trumpista, antes de Trump, ganó así las elecciones que acabaron con el malhadado bipartito PSOE-BNG que había sucedido a la era Fraga. Una vez entronizado, Alberto Núñez Feijóo no tuvo ningún problema en usar aquellas salas, aquel jardín, aquel coche.
En los años sucesivos fue forjándose el mito de un Feijóo moderado, prudente, personificación de esa "derecha civilizada" por la que se suspira a veces. Su férreo control de los medios de comunicación gallegos, singularmente La Voz de Galicia, facilitaba la construcción de ese relato que, puertas afuera de Galicia, triunfaba con todavía menor dificultad, aceptado y propagado acríticamente incluso por una izquierda que siempre ha tenido una extraña urgencia por encontrar una "derecha civilizada" a la que elogiar. La "civilización" del amigo de Marcial Dorado era acabar con la gratuidad de los libros escolares en la enseñanza pública, cuatro meses después de su investidura; desfinanciar y dejar la sanidad en situación crítica; apadrinar una calamitosa venta y fusión de las cajas de ahorros de la comunidad, que costó más de 9.000 millones de euros a los contribuyentes; o alinearse con los colectivos contrarios a la lengua gallega y regalarles victorias —también en sus primeros meses de gobierno—, como la de prohibir por decreto que el gallego fuera lengua vehicular en materias troncales de ciencias como física, química, tecnología o matemáticas. En aquella campaña demencial, también había vinculado, con la torticería del supremacismo lingüístico más soez, la proliferación de incendios en Galicia y las muertes de bomberos en su apagado a la exigencia a los agentes forestales de tener un certificado de conocimiento del gallego —el idioma absolutamente hegemónico en las comarcas rurales en las que trabajan— y con cuya población tienen la evidente necesidad de entenderse. Con él como presidente, ni los incendios —que llegaron a las puertas de Vigo en 2017— ni los fallecimientos de sus apagadores remitieron en absoluto: este Freddy Krüger moderado y sensato también sacó las tijeras para recortar la dotación correspondiente.
El salto de Feijóo a Madrid ha derretido el mito un tanto: la prensa estatal ya no es una coraza comprada y obediente, y los españoles todos vamos conociendo al expresidente de la Xunta en el detalle con el que lo conocen los gallegos. Pero dista de morirse —el mito, digo—: como todos los mitos que han sido poderosos, encuentra la manera de pervivir, de adaptarse a las circunstancias que teóricamente deberían desintegrarlo. Ahora se reconvierte en un ataque que pretende la existencia de dos feijóos y confronta al uno con el otro: qué se ha hecho del Feijóo moderado, qué pensaría, qué diría de este hooligan que ha perdido las gafas y también las buenas maneras. El último ejemplo de esto nos lo ofrece la ministra de Educación y portavoz del Gobierno Pilar Alegría, al hilo del cabildeo del PP en contra de la oficialización del catalán, el euskera y el gallego en la Unión Europea: "Parece que a estas alturas al señor Feijóo ya no le gusta el gallego. Lo digo porque, cuando era presidente de la Xunta, trabajó para que el gallego tuviese un uso absolutamente normalizado en las escuelas, incluso para acceder a plazas de la función pública. Ahora su posición ha cambiado por completo y ya no está de acuerdo con que se reconozca esa realidad plurilingüe de nuestro país". Ya hemos dicho más arriba en qué consistió, entre 2009 y 2023, ese gustarle el gallego al muchacho de Os Peares, que ni siquiera lo habla bien.
La derecha civilizada son los padres.
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