Opinión
La guerra de Espe
Por David Torres
Escritor
Goebbels aseguraba que basta repetir una mentira mil veces para que se convierta en verdad, pero era sólo porque no conocía a Esperanza Aguirre. A ella le basta decir una patraña en voz alta para que a la patraña le salgan patas y se vaya sola a misa. No es la única de su partido que lo hace, aunque pocos en Génova se atreverían a jugar una partida de póquer con la condesa. Sin embargo, ayer, en la rueda de prensa donde hizo balance de la legislatura, Mariano subió todas las apuestas al presentarse a sí mismo como el azote de la corrupción, el hombre que ha sacado a España de la crisis y el recordman nacional de 1.500 vallas. El discurso se lo habían escrito a pachas Pinocho, Freddie Kruger y Esperanza Aguirre.
En el PP ocurre como con la célebre paradoja de los cretenses, que cuando sale un Bárcenas y dice que todos sus compañeros mienten, provoca un cortocircuito lógico. En lo que se tarda en resetear el país y salir de esa ratonera en diferido, ya han vuelto a ganar las elecciones. Se junta el politburó pepero en una mesa larga y ahí, en plena reunión de ministros, se monta una timba presidida por una tele de plasma. Tal vez sea la asignatura principal que enseñan en los colegios caros: a privatizar la verdad, a mentir con aplomo y firmeza de manera que no se vean los dobladillos de la trola. En cualquier caso, como decía Antonio Machado, "cuando dos gitanos hablan es la mentira inocente: se mienten mas no se engañan".
Hay mentirosos por naturaleza y mentirosos por definición. Al contrario que Mariano, que miente por costumbre, Aguirre se entrena en los embustes como los saltadores de pértiga: cada vez pone el listón más alto. Lo de que España no estuvo en la guerra de Irak no lo supera ni Sergei Bubka. El día en que Llamazares preguntó en el Congreso, en noviembre de 2006, el coste total de la participación española en la guerra de Irak, la respuesta oficial fue de 259,55 millones de euros. En vidas el negocio consistió en nueve militares españoles muertos, dieciocho heridos; nueve enemigos muertos, veintitun heridos. Gila hubiera dicho que fue un empate, Blair que un error pero Aguirre va más allá: circulen, que aquí no ha pasado nada. Seguramente el ejército español iba a Irak a sacar dinero de un cajero y aparcó el tanque en doble fila.
Hubo un video célebre en que se veía a cinco soldados españoles destrozando a patadas a un detenido en Diwaniya. Al final se oía a uno de los militares desde la puerta comentar la jugada en plan Manolo Lama: "Jo, a éste se lo han cargado ya". Es lo que pasa cuando un cagapoquito le hace la pelota a un fanfarrón yanqui, le paga una ronda de copas y aplaude mientras le pega una paliza a un enano. La gente sin personalidad lo mismo busca la armas de destrucción masiva en una furgoneta que imita el acento tejano con patatas fritas. Lo mismo planta los zapatos encima de la mesa que le pisotea el hígado a un prisionero. Para redondear su monólogo cómico de ayer a Aguirre le faltó un casco y un teléfono. Tenía que haber llamado una por una a las familias de los soldados muertos y explicarles que sus hijos, padres o hermanos no habían fallecido por culpa de la guerra, sino de la posguerra. Que sí, que es casi lo mismo, sí, pero no es igual. ¿Es el enemigo? Que se ponga.
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