Opinión
Koldofonías

Por David Torres
Escritor
-Actualizado a
Si algo hemos sacado en claro de la hecatombe sanchista de las últimas semanas es una rabiosa actualización del refrán "en boca cerrada no entran moscas". Lo que perdió a Santos Cerdán, a Ábalos y a Sánchez es que hablaban por hablar, sin saber que estaban conectados a una versión radiofónica de Gran Hermano y que el Gran Hermano era Koldo. Quién iba a imaginarlo, con lo buena persona que parecía el hombre. En el momento en que se hagan públicas todas las grabaciones de este curioso impertinente, puede que también rueden las cabezas de los mecánicos que iban arreglando los desperfectos del Peugeot, los lugareños que los animaban, los empleados de gasolinera y los camareros que les servían cafés en la ruta de la Reconquista.
"Dele caña a esa (…piiiiii) de Susana Díaz, presidente. Invita la casa". Koldo lo iba registrando todo sin hacer ascos a nada, un material sonoro en bruto que lo equipara a Funes el memorioso, aquel protagonista del relato de Borges que era incapaz de olvidar ni una sola cosa y que tardaba un día entero en recordar lo que había hecho un día de quince años antes. "Más recuerdos tengo yo solo" decía Funes, "que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo". Seguramente la memoria no es el fuerte de Koldo, pero la cautela sí y por eso iba a todas partes con un oído electrónico que no perdía comba de lo que pasaba alrededor. La verdad es que en los alrededores de Koldo pasaba de todo: comisiones, saqueos, putas, más putas, indiscreciones a saco. De ahí que Koldo, pese a los millones arramblados, siga de vacaciones tan campante, igual que Aldama, mientras que Santos Cerdán va a disfrutar de una temporada a la sombra.
Según asoma el hocico el mes de julio, con temperaturas insoportables, la movida koldofónica augura otro verano caliente, quizá el más caliente de nuestras vidas, pero también el más fresco que vamos a disfrutar de aquí en adelante. No me refiero sólo a los termómetros, sino a la evidencia de que Sánchez ya se sostiene únicamente sobre sí mismo, después de perder los apoyos de sus socios, de los barones del partido y hasta de los incondicionales de El País, que le están pidiendo a voces que dimita. Los más optimistas aún esperan que el presidente se saque otro conejo de la chistera, pero vete a saber si Koldo no se saca antes del sobaco una grabación de Sánchez que termine de hundirlo con todo el equipo.
Con una calma limítrofe al autismo, la vicepresidenta María Jesús Montero ha declarado que ella no va a hablar de Santos Cerdán porque es una persona "que está desvinculada del Partido Socialista". Hablar en esos términos de un tipo que hasta ayer mismo era secretario de organización del PSOE vincula a Montero para la eternidad con esas declaraciones tragicómicas de Mariano Rajoy en las que se refería a Bárcenas como "esa persona de la que usted me habla". Se trata amputar el brazo por el codo, intentando salvar el puño y la rosa, cuando la cangrena llega ya hasta las tripas. Entre quedar como un corrupto o quedar como un idiota no hay término medio y, parafraseando a Churchill, entre la podre y la idiotez, habéis elegido la idiotez y tendréis la podre.
No se sabe exactamente hasta dónde alcanzan las koldofonías, pero nos hacemos una idea. Eso de hablar a lo tonto me recuerda el consejo que me daba un viejo amigo, quien me confesó que hace años tuvo un lío con una periodista recién casada y que por motivos obvios no se lo había contado a nadie. Cuando le advertí que me lo estaba contando a mí, carraspeó un poco y añadió que confiaba en mi discreción: ni siquiera me había dicho el nombre. "Amigo mío, no basta que no se entere ni ella" dictaminó, "que no me entere ni yo, no vaya a ser que hable en sueños". Entre Koldo y el comisario Villarejo esto es un sin vivir donde la intimidad tarde o temprano acaba saltando a primera plana con luz y taquígrafos. El programa Pegasus con cartera y gorra, el Gran Hermano calvo, con barba y gafas.
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