Opinión
Mariano según Hitchcock
Por David Torres
Escritor
Según Hitchcock, el suspense es justo lo contrario de una sorpresa y lo explicaba con un ejemplo cinematográfico: un tipo coloca una bomba debajo de una mesa, se va, llegan unos señores y se ponen a tomar café sobre esa misma mesa. Si el espectador no sabe que hay una bomba debajo de la mesa, al estallar la bomba, obtiene un segundo de sorpresa; pero si lo sabe, porque la cámara se lo ha enseñado, lo que obtiene son varios minutos de suspense.
Aunque no siempre, los políticos también se dividen en suspense y sorpresa. Felipe González, por ejemplo, fue el gran presidente sorpresa de la democracia española. Un día prometía que íbamos a salir de la OTAN y al otro decía que no, que la OTAN era cojonuda. Las sorpresas en la España felipista se sucedían una detrás de otra, en plan traca, hasta el punto de que afectaban a todo el ejecutivo, al legislativo, a Alfonso Guerra e incluso a los hermanos de Alfonso Guerra. En los años finales de la legislatura las sorpresas se sucedieron a tal velocidad y desde tantos frentes que al final el felipismo eclosionó, como un huevo kinder, y dentro estaba Jose Mari.
Mariano, en cambio, es el presidente suspense por antonomasia. Al contrario que con Felipe, a nadie puede sorprenderle cualquier cosa que haga, sobre todo desde aquel día en que le sacaron una foto frente a la cola del INEM, nadie sabía para qué, y resulta que estaba haciendo una marca con el pie al final de la cola para batir la marca. Todo el mundo le criticó por dar aquella célebre rueda de prensa en una pantalla de plasma cuando lo que él quería era que lo retratara Antonio López e ir sacando el mensaje en bocadillos. No reconoció a Bárcenas después de mandarle un SMS, no reconoció a Rato después del desfalco de las tarjetas y no reconoció ni el petróleo que salía a chorros del Prestige, que se pensaba que era el capitán que se había hecho unas rastas. Pero esos volantazos, resbalones y olvidos más o menos tragicómicos no son cosa del alzheimer, sino su voluntad de mantener la tensión a toda costa. Lo que no quiere Mariano es que los suyos se le apalanquen, ni tampoco el enemigo, ni mucho menos los periodistas, que van detrás de él por los pasillos del Congreso como los bomberos con la manta siguiendo la trayectoria del cable a treinta metros de altura, a la espera de que el funambulista no se les haga migas contra el suelo.
A la hora de redactar estos párrafos, Mariano todavía no había roto a declarar, un verbo que le cuesta horrores. Cuando le preguntaron por la futura remodelación de gobierno, se encogió de hombros con tanta violencia que por poco se aplasta la cabeza, y luego fue a reunirse con el rey en plan secreto, para hablar de sus cosas. "No sé de dónde se ha sacado usted eso" respondió con su pachorra habitual cuando le preguntaron otra vez si le había comunicado al monarca los cambios en el ejecutivo. Igual que Hitchcock tramaba sus películas bajo la sombra de un objeto misterioso que perseguían los protagonistas (el famoso MacGuffin), Mariano suele organizar sus ruedas de prensa a base de MacGuffins: "¿Cambio de gobierno? No sé de qué cambio ni de qué gobierno me habla".
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