Opinión
Matria responsabilidad

Por Silvia Nanclares
Escritora
-Actualizado a
Excelentísimo ministro don Félix Bolaños:
He tenido que buscar en Google cuál es tratamiento adecuado para remitir una petición a un ministro. Y su IA –ya ni siquiera hay que abrir el link de la Fundéu, la IA de Google, Gemini, ya digiere su contenido y lo regurgita para ti– me ha dicho que es así: excelentísimo ministro. De todos modos, antes de seguir, me dirijo al perfil de X para chequear su bio: Félix Bolaños, ministro de la Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes. Diputado socialista por Madrid. Haciendo política útil. Me agarro a esta última declaración de intenciones (valórese cómo he evitado escribir statement) para cambiar al tú, saltándome, seguro, todas las indicaciones de protocolo. Además he leído en Wikipedia que eres de mi quinta, por lo que ya no me corto.
Te escribo esta carta-columna para hacerte una petición formal, para ver si puedes retomar una cuestión importante donde, tristemente, se dejó en su día. Y vaya por delante que me estoy metiendo en un jardín muy gordo, porque lo mío son las palabras y no las leyes. Por eso sé que el lenguaje cambia el mundo. Y que este mundo, nuestro mundo, el de 2025, necesita otras palabras. Ya sabes, Félix, lo del relato y todo eso, no te descubro nada. A ver, me centro, y para que sepas de qué hablo, voy al turrón. Mi petición tiene que ver con la que considero más que urgente reformulación del término patria potestad. Te refresco: la patria potestad hoy día está regulada por la Ley 11/1981, la cual hizo sustanciosas modificaciones en nuestro Código Civil en materia de filiación, patria potestad y régimen económico del matrimonio. Esta modificación fue el corolario de la profunda reforma del Código Civil franquista comenzada en 1975 por un grupo de juristas feministas con María Telo a la cabeza. Ellas sustanciaron lo que era un clamor social: hasta la sección femenina consideraba que ampliar la igualdad de derechos de la mujer ante la familia era urgente.
El 13 de mayo de 1981, por tanto y según recoge el BOE, se abolieron las discriminaciones por razón de sexo en los estatutos jurídicos de la patria potestad, que, a partir de ese momento, pasaría a ejercerse conjuntamente por ambos progenitores y en el régimen económico del matrimonio, cuya administración en el régimen de gananciales podría ser también conjunta. Es evidente que en la práctica siguieron y se siguen produciendo desigualdades “por la distinta situación en que hombre y mujer se encuentran en la constelación familiar y en las relaciones sociales, y por la fuerza de una costumbre basada en la autoridad del hombre sobre la mujer en relación con los hijos y la administración del patrimonio común”, según indicaba muy finamente la también jurista feminista Cristina Alberdi en una tribuna en el diario El País, según su hemeroteca, publicada a pocos días de la aprobación de la nueva ley.
La misma Alberdi señalaba, y ahí es donde recojo el guante, cómo en la ley brillaba por su ausencia la precisión terminológica, advirtiendo incluso de que ésta podría dar lugar a inconstitucionalidad: “pues patria potestad es la potestad del padre que ya no debería denominarse de tal modo, si va a ejercerse conjuntamente; y, aún es más: entendemos que no debería hablarse de potestad sobre los hijos, sino más bien de responsabilidad sobre los mismos, como conjunto de derechos y deberes en relación con éstos”. Y ya ves, casi 44 años después seguimos en las mismas, Félix. Porque en relación a los hijos podríamos plantearnos dejar de hablar de potestad y por descontado, solo de patria. Por ejemplo, montones de madres solas por elección detentan la patria potestad de sus criaturas. ¿No tendríamos que afinar un poco más con el lenguaje para ajustarlo a una serie de realidades familiares contemporáneas que poco tienen que ver con las regulaciones matrimoniales de 1981? Venga, voy en seco con mi propuesta: ¿cómo te suena matria responsabilidad? Lo sé, acaban de morir quince gatitos anti wokes. Pero el lenguaje inclusivo es lo que tiene: transforma la realidad. ¿Qué no hará entonces cuando se introduzca en las leyes? Desde aquí escucho las carcajadas ahogadas de Federico Jiménez Losantos, a quien esta columna, columno o columne daría pábulo para hacer mofa recurrente. Solo puedo salir de este campo minado recordando la historia de Ana María Matute, a quien la ley previa a esta modificación de 1981, como a tantas otras mujeres, privó de la posibilidad de criar a su hijo durante años.
Se le preguntaba en una entrevista sobre si aquello, lo de que una madre perdiese la guardia y custodia, era algo insólito en aquella época –hablamos de 1960–. “No, era algo normal. La separación la inicié yo, no él. Cuando tú te separabas entonces, automáticamente le daban la custodia al padre. Y no había nada de este régimen de visitas, manutención, pasar la pensión... De esto nada. La mujer que tenía el rostro de separarse de su marido tenía que pasar muchas cosas. Primero, demostrar que era una mujer como Dios manda: como Dios manda según ellos, claro. Lo que ocurría generalmente era que el marido, cuando le decían que el hijo se quedaba con él, decía: "No, no; que se quede con mi mujer". Y se arreglaba así. Pero en mi caso, con tal de joderme, pues no. Yo podía no haber visto a mi hijo no ya un solo día, sino nunca. Pero yo tenía una suegra muy buena, que en esto se portó muy bien, y me dijo: Mira, Ana María; tú puedes verlo los sábados”. Cuando se separaron, su hijo tenía ocho años y aquel régimen informal de visitas propiciado por aquella buena suegra duró hasta que aquel tuvo 11.
Por eso yo te hago esta petición, Felix. Igual que la Ley de 1981 hizo que los tres años aciagos de Matute no pudieran volver a repetirse –al menos no por ley– , cambiemos la terminología. Por la madres protectoras, por las lactancias robadas a pie de cama de hospital por los servicios sociales, por las custodias arrebatadas como violencia vicaria, porque ya está bien de que habitemos en lenguajes obsoletos que no representan realidades y que siguen dando pie a injusticias, a inconstitucionalidades. Piénsatelo, Félix. ya sé que estás muy liado con lo de la sede vacante, pero también en el Vaticano la desigualdad clama al cielo. Porque si se cambia el lenguaje se cambia el mundo. Para todo el aterrizaje legal estoy segura de que tendrás muy buenas amigas juristas feministas (si no, dime, y yo te paso algunos contactos). Desterremos este anacronismo en favor de la igualdad jurídica. Los hijos ni son nuestros –ya lo decía aquel póster que había en muchas casas de los 80 con aquel poema de Khalil Gibran, ¿te acuerdas?–, ni son solo de ese progenitor llamado por defecto padre. No son una propiedad sino una responsabilidad. Grande. Muy grande. Hagamos que el lenguaje esté a la altura de la misma. ¿Qué te parece?
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