Opinión
No me apetece dialogar en el Valle de los Caídos

Investigador científico, Incipit-CSIC
-Actualizado a
Es arriesgado criticar un proyecto sin conocerlo en sus detalles, pero el plan de resignificación de Cuelgamuros que ha salido elegido en el reciente concurso público no augura nada bueno. No por el proyecto arquitectónico en sí, sin duda notable, sino por su capacidad para transformar el monumento. De la información disponible sorprende una cosa: el tacto exquisito con el que se aborda la obra de Franco. Como si fuera una bestia salvaje a la que hay que tratar con cuidado para que no nos devore. O un anciano venerable que necesita una pequeña reconvención, pero merece todo nuestro respeto.
El Valle de los Caídos no lo merece. No deja de ser paradójico que se hayan tomado muchas más libertades artísticas con monumentos bastante más valiosos -desde teatros romanos a iglesias barrocas- que con el mamotreto que nos legó la dictadura. Por algún motivo que se me escapa, al Valle de Franco hay que darle cariño.
El Valle de los Caídos es una dictadura celebrándose a sí misma y justificando la opresión de media España sobre una montaña de cadáveres. Es además un monumento de dudosas cualidades estéticas, un pastiche que se lo juega todo al tamaño colosal -al más puro estilo totalitario. Y la valoración negativa no es porque sea franquista. La arquitectura del régimen nos regaló algunas joyas (la Casa Sindical de Madrid) y algún delirio notable (la Universidad Laboral de Gijón). Lo de Cuelgamuros es un bodrio sin más, como tantos bodrios dictatoriales del mundo.
El nuevo proyecto, nos dicen, transfiere el énfasis de la arquitectura a la naturaleza. Genial idea. De hecho, ya se le había ocurrido a Franco: "La Naturaleza parecía habernos reservado este magnífico escenario de la Sierra, con la belleza de sus duros e ingentes peñascos, como la reciedumbre de nuestro carácter…"
Sin embargo, según el secretario general de Agenda Urbana, Iñaqui Carnicero, la nueva propuesta "invita al diálogo", "a una visión más plural, más democrática, donde se incluyan muchas perspectivas". Parece que en vez de un monumento totalitario a partir de ahora uno va a visitar una comuna hippy o un centro budista. El espacio que se construirá frente a la basílica, de hecho, se concibe como un espacio de encuentro, "un umbral y lugar de acogida". Una descripción que lo mismo vale para una iglesia, un centro de Cáritas o una cafetería hípster.
Para lo que no debería valer es para un monumento franquista.
Porque al Valle de los Caídos uno no debería ir para encontrarse cómodo ni acogido ni disfrutar con la arquitectura. Es un lugar para sentir la intemperie. Un espacio inhóspito, física y políticamente, donde la gente ha sufrido realizando trabajos forzados, donde hay víctimas de violencia política. No podemos olvidar que Cuelgamuros es al mismo tiempo fosa común, campo de concentración y monumento dictatorial. Un proyecto que no sea capaz de transmitir una sensación de hostilidad inmanente es un proyecto fallido. Y en esto, los paneles del centro de interpretación -que uno se puede saltar a la torera para acceder directamente a la basílica intocada- son bastante irrelevantes.
Pero nada resulta tan irritante en este contexto como la idea de diálogo a la que se refiere el director general. ¿Qué se supone que vamos a debatir en Cuelgamuros? ¿Qué pluralidad de voces vamos a escuchar? El Valle no es la Guerra Civil, donde hay visiones dispares que se pueden contrastar, muchos relatos, interpretaciones y recuerdos, infinidad de víctimas y perpetradores a uno y otro lado. El Valle es la dictadura. No hay ambigüedad ni matiz. Es un monólogo en el que no cabe diálogo alguno.
No puedo evitar acordarme de la ocurrencia del entonces ministro de Defensa José Bono en 2004, cuando decidió juntar en el desfile del 12 de octubre a un veterano de la División Azul y otro de la División Lecrerc que liberó París de los nazis. Eso es un poco lo que nos ofrece esta resignificación del Valle. Como recuerda Slavoj Žižek, la multivocalidad no siempre es garantía de democracia. No todas las voces son iguales ni merecen ser escuchadas.
A mí, personalmente, no me apetece ir a dialogar al Valle de los Caídos. No tengo interés en departir amigablemente con quienes defienden o quitan hierro a una dictadura. En el Valle que se escuche la voz de las víctimas de Franco y de los historiadores. El resto sobra.
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