Opinión
Los medios progresistas y la 'agenda setting'

Por Toni Mejías
Periodista
En tiempos del 15M, cuando las manifestaciones eran más masivas y, sobre todo, más relevantes a nivel mediático, siempre se decía (y con razón) que la policía infiltrada empezaba los disturbios coincidiendo con el inicio del telediario, para desvirtuar la protesta y criminalizarla. De repente, una concentración masiva y con una motivación política detrás, pasaba a ser una batalla campal y se diluía entre imágenes impactantes que veía la gente cenando en sus casas. Era imposible no atender desde los medios ese impacto que tuvo en la sociedad el movimiento iniciado el 15 de mayo de 2011, pero debían buscar la manera de que la noticia no fuera la reivindicación, sino los "violentos".
Una vez más, la teoría de la agenda setting, aquella que explica cómo desde los medios se decide de qué hablamos, cobraba relevancia y desde entonces, con una sociedad más politizada y una necesidad informativa mayor, esta ha cobrado gran relevancia y 14 años después seguimos viendo cómo el foco casi siempre va a lo banal o lo intrascendente y para ir al quid de la cuestión debes mirar las noticias breves, leer periodismo de trinchera o ser parte de ese movimiento del que pasan las cámaras y los tertulianos porque no les parece lo suficientemente morboso o jugoso para rellenar horas de programa e impactar en su audiencia. No les importa si existe una razón más o menos justa detrás de cada acto político, sino la rentabilidad que puedan sacarle. Tanto para su economía como para la ideología de su grupo empresarial.
Puede parecer que actualmente no existen manifestaciones. Que todo aquel momento de explosión callejera se diluyó y la política volvió a los hogares y a las urnas. Nada más alejado de la realidad. Aunque tal vez no son tan continuas y masivas, siguen siendo habituales y con un seguimiento más que digno pese al ninguneo. Este mismo jueves en Madrid miles de personas salieron a la calle para exigir una universidad pública y de calidad. Los estudiantes cortaron el tráfico durante el día, las aulas se vaciaron y el centro de la ciudad vio pancartas contra esa presidenta que premia a las privadas y recorta en lo público. Lo que hace unos años hubiera tenido un seguimiento, ahora mismo es un breve en un periódico, una noticia de 20 segundos en el telediario o, directamente, el silencio. No se ha frenado la movilización social ni mucho menos. Simple y llanamente, en lugar de mandar antidisturbios para disuadir y criminalizar, han comprobado que es mejor no hacerles caso. De lo que no se habla, no existe.
De ello también se peca desde los medios o cuentas, digamos, progresistas. Por el 20N un grupo de cuatro niñatos con problemas de aceptación salieron por el centro de Madrid disfrazados de falangistas, con la bandera del pollo y cantando el cara al sol. Ese mismo fin de semana hubo en Madrid y en el País Vasco manifestaciones mucho más masivas en contra del fascismo. ¿Dónde se puso toda la atención y a qué se dedicaron horas de tertulia? A la primera movilización. Una pequeña marcha sin mayor relevancia que observar cómo la Ley de memoria democrática es papel mojado, de repente gana peso y parece que toda la juventud es fascista y que VOX llegará tarde o temprano a la Moncloa nos guste o no.
Lo mismo sucede con Vito Quiles. Se habla más de los cuatro chiquillos que realmente quieren ver a un famoso (sí, en su mundillo lo es) y gritar la consigna de moda contra Pedro Sánchez, que de los cientos de estudiantes que plantan cara en la puerta de las universidades para impedir que actos ilegales y de odio se lleven a cabo. No solo ponen su cuerpo contra un pseudo periodista claramente falto, sino contra la policía que lo protege y los nazis que le hacen de guardaespaldas. No solo combaten el fascismo, sino que protegen un espacio como la universidad pública con todo lo simbólico y de peso que tiene detrás de esas puertas. Además, ese muchacho no va a decir nada. Su acto es lo que sucede en las puertas del centro educativo porque sabe que de ahí sacará el corte de vídeo que le catapultará y ahí es donde estarán las cámaras de televisión. Seguramente, si le dejaran pasar sin resistencia, no tendría ni de qué hablar. Porque su acto es condicionar lo que dicen los medios, victimizarse y fingir que existe una cantidad de jóvenes enorme cansada de vivir en esta dictadura.
Lo mismo sucede con el caso de Rubiales. De repente, un agresor sexual condenado, aparece por los platós televisivos, en diarios deportivos y, cómo no, en numerosas cuentas de redes sociales de personas supuestamente progresistas para volver a ganar relevancia y tener el foco mediático. Paralelamente, el documental #SeAcabó que cuenta el caso por el que fue condenado, ganó el premio Emmy Internacional a mejor documental. ¿De qué se ha hablado más en este caso? De lo primero. Se han dedicado más horas al agresor que a las agredidas. Insisto, no solo en medios de su cuerda. Entiendo que Marca, el paraíso de los incels, lo entreviste y le dedique espacio. Pero un medio serio debería obviarlo por muchas visitas que pueda dar.
Debemos desde el universo a la izquierda del PSOE empezar a pensar cómo creamos una propia agenda y no seguimos la senda de los medios más mediáticos y, a la vez, ser sostenibles e influyentes. Es difícil, lo sé. Un clickbait sobre la última barrabasada de Javier Negre o Feijóo diciendo "Anotop" es mucho más rentable e interesante que este artículo de opinión, pero o comenzamos a dibujar otro presente y otro futuro o estaremos contribuyendo a que parezca que los nazis son más, que la inmigración es un problema muy serio y que el PP no son neoliberales sin escrúpulos, sino que solo son tontos útiles que meten la pata en sus discursos. Sé que una sección sobre lo más viral en redes casi sostiene a un medio, pero hagamos que el antifascismo y los sindicatos de vivienda sean virales. ¿Recordáis cuando los desahucios abrían cabeceras? Lo que ha desaparecido es la atención mediática, no los desahucios, desgraciadamente. Volvamos a lo esencial o solo contribuiremos a hinchar su relato.
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